Barbijos inclusivos, trabajo digno
«En medio de una pandemia encontrar trabajo no es fácil y a la edad que yo tengo menos. Soy paciente de riesgo y hoy puedo trabajar desde mi casa», relata Carina, emocionada.
Carina Gómez tiene 47 años, es madre de siete hijos y vive en Colonia Segovia, una pequeña localidad del departamento de Guaymallén, Mendoza. Cuando la emergencia sanitaria por el coronavirus hizo que varios miembros de su familia se quedaran sin trabajo, la angustia se apoderó de ella. Primero, y para mantener la cabeza ocupada, se puso a coser barbijos para regalar a aquellos vecinos que no podían comprarlos y, poco a poco, empezó a vender algunos a negocios de la zona. Pero el empujón que su economía familiar tanto necesitaba llegó cuando conoció a la asociación civil El Arca, donde le propusieron sumarse al área textil produciendo barbijos para vender a empresas. «En medio de una pandemia encontrar trabajo no es fácil y a la edad que yo tengo menos. Soy paciente de riesgo y hoy puedo trabajar desde mi casa», relata Carina, emocionada.
Ya son 300 las productoras y los productores (la mayoría, mujeres y jefas de hogar) que integran El Arca Mendoza, una asociación civil que nació hace 15 años con tres objetivos: generar trabajo digno para quienes más lo necesitan, promover el consumo responsable y distribuir oportunidades. Hace dos años, Pablo Ordóñez, su fundador, creó además CODE, una empresa social que se rige con los mismos principios pero se focaliza en trabajar con grandes consumidores, como empresas públicas y privadas. La misión es tender un puente entre esos dos mundos y, en tiempos de emergencia, el desafío fue reinventarse. Así nació la campaña «1 millón de barbijos».
«Pensábamos en cómo brindar un servicio a la comunidad durante la emergencia sanitaria y generar al mismo tiempo un impacto en lo económico y social. El tapabocas apareció entonces como algo imprescindible», cuenta Ordóñez. Junto a Ashoka, organización que potencia a emprendedores sociales -y de la que el fundador de El Arca y CODE es fellow-, lanzaron dos meses atrás esta campaña, ofreciéndoles a las empresas que necesitan abastecerse de barbijos para sus empleados, que puedan comprarlos a los productores de la economía social a quienes la crisis golpea más fuerte.
En dos meses, se sumaron a la propuesta 10 empresas públicas y privadas de la industria de alimentos, automotor, combustibles, entre otras. Vendieron más de 460.000 barbijos y buscan llegar a 1.000.000. «El concepto es el de cuidarnos doblemente: por un lado, a quien se pone el barbijo; por el otro, que esa persona sepa que está cuidando a otra que lo necesita, generándole trabajo», subraya Ordóñez, que explica que el objetivo es fortalecer «procesos de comercialización incluyentes».
Cambiar el paradigma
Desde que era una adolescente, Ordóñez viene haciendo un trabajo social en los barrios periféricos de la ciudad de Mendoza. Era director de una escuela nocturna para adultos cuando la crisis de 2001 le planteó la necesidad de dar un volantazo. «Al acompañamiento social y educativo que hacíamos en el barrio se le sumó un fuerte clamor de generar trabajo. Fui descubriendo que en muchos casos la salida de la pobreza estaba muy vinculada a los puentes, a la articulación entre las necesidades y quienes podían brindar oportunidades», recuerda Ordóñez, de 56 años. Respecto al contexto actual, agrega: «Si esto que hacemos siempre fue importante, en este momento es casi imprescindible».
El Arca surgió con la lógica de una cooperativa en su ADN y aplica un concepto que Ordóñez llama «comunidad prosumidora», es decir, de productores y consumidores. «Busca armar una economía donde ambos, articuladamente, tienen el protagonismo», explica. Además de los 300 productores (se dividen en cuatro áreas: textil, alimentos, servicios y artesanías), a El Arca Mendoza lo componen una red de 10 empresas y 300 familias consumidoras que compran sus productos habitualmente. Por otro lado, articulan con universidades y organismos como el INTA e INTI.
Pasaron tres meses desde que Carina se sumó a El Arca. «Trabajar en mi casa es una solución que no solo me ayuda en lo económico sino también a la cabeza, porque te saca la angustia de no tener cómo ayudar a tu familia. La máquina es mi cable a tierra», asegura la mujer. Dos días antes de que empezara la cuarentena, su hija, que es madre soltera, tuvo un bebé. Como el marido de Carina, que trabaja en un carpintería, vio frenada su actividad, la situación económica empezó a complicarse. «Yo siempre trabajé. Cosiendo, pelando ajos, de limpieza. Cuando sucedió lo de la pandemia, pensaba cómo podía paliar esta situación de un nuevo integrante de la familia. El Arca me cayó del cielo», repite agradecida.
Cada uno de los productores que adhiere a El Arca se convierte en socio y, junto a sus pares, conforman una determinada área de producción y un sistema donde juntos presupuestan, hacen las muestras y calculan el valor del trabajo que les corresponde. Cada vez que se vende un producto, el 15% del valor va dirigido a sostener la organización y su equipo administrativo. «No se persigue el lucro, pero si la autosostenibilidad», explica su fundador.
Johana Pimentel tiene 27 años y cuando hace más de dos su marido falleció en un accidente de tránsito, quedó como único sostén de familia. En plena desesperación y por intermedio de Cáritas, conoció a El Arca. «Fue sinceramente un alivio. Vivo pegada a una villa y no conseguía trabajo. Además, mis hijos eran chiquitos y se me complicaba por todos lados. Me recibieron con los brazos abiertos: vi un montón de historias similares y sentí que había un lugar para nosotros», cuenta Johana, que vive el Guaymallén.
Es mamá un varón de 7 años y dos niñas de 4 y 3. Las semanas anteriores a que empezara la campaña «1 millón de barbijos», estaba «repreocupada». «Me llené de incertidumbre. Ya habíamos terminado la producción de camisas para algunas empresas, y cuando alguien dijo ‘hay que confeccionar barbijos’, me alumbró la vida. No puedo darme el lujo de parar«, reconoce Johana. No tiene palabras para describir lo que significa tener trabajo: «Cuando murió mi marido, hubo momentos en que creí que no iba a poder seguir y no sabía cómo iba a hacer para darle de comer a mis hijos. El Arca fue mi salida, mi alegría. La mía y la de todos los productores», concluye.
Más información
- CODE y Ashoka invitan a empresas públicas y privadas a sumarse a la campaña «1 millón de barbijos». Los interesados, pueden escribirle a pablo.ordonez@codearg.com.ar o llamar al (0261) 154548157. De acuerdo a dónde esté la empresa, se le asigna la unidad productiva más próxima.
Por: María Ayuso
Fuente: La Nación