«La píldora» cumplió sesenta años
Hitos y mitos de una revolución. Una pastilla por día para evitar el embarazo: aquel invento, que cumplió 60 años, es símbolo de una era de liberación sexual femenina, aunque aún se debate si sirvió realmente para la autonomía de las mujeres
Suenan disparos. De inmediato, comienza una melodía con tono belicista. Corre 1973, son años de Guerra fría y Walt Disney lanza un cortometraje como parte de una campaña para hacer frente a lo que ya para entonces se había vuelto una preocupación social: el aumento de las enfermedades venéreas. Es así como una bacteria con rostro enojado le habla a su ejército de bacilos: «Lo único que tienen que hacer es lograr la mayor cantidad de contactos posibles entre hombres y mujeres. Lo más lindo es que cuanto más apuestan ellos, ustedes más ganan.
El truco es que ni siquiera saben que ustedes están en el juego. Y lo mejor, un montón de mujeres que no quieren quedar embarazadas toman pastillas anticonceptivas«. En efecto, hacia comienzos de la década del 70 se registra un aumento en el contagio de afecciones como la sífilis, y todas las miradas caen en la píldora. Nunca pudo comprobarse una relación causal, pero lo cierto es que el control hormonal de la natalidad ha tenido que enfrentarse desde sus inicios con todo tipo de mitos y también algunos prejuicios. No es para menos, la fórmula que venía a proponer para ese entonces sonaba revolucionaria: una pastilla por día podía evitar el embarazo.60 años de la píldora: del control de natalidad al placer sexual
Aquel invento cumple seis décadas y hoy más que nunca parecen sonar las preguntas que enmarcaron su nacimiento. Ícono de la revolución sexual de los años 60 y símbolo de la autonomía femenina, sin dudas el anticonceptivo oral se instaló en el imaginario popular como marca de su época. La primera píldora con fines preventivos, compuesta por mestranol y noretinodrel, se vendió en Estados Unidos bajo el nombre Enovid en 1960, once años después de que Simone de Beauvoir sacudiera con El segundo sexo a una Europa que desde la posguerra había tenido como única preocupación ser poblada.
Eran tiempos de transformación. El incremento de la soltería, la reducción en el número de hijos, la expansión de los nacimientos extramatrimoniales y el aumento en las tasas de divorcio son tan solo algunas expresiones que configuraron un verdadero sismo social, que también tuvo representación en la industria cultural. La minifalda irrumpía en la revista Vogue, los Beatles grababan en los estudios de EMI tras el éxito de Love Me Do, y en la Argentina Sandro hacía estallar el programa de Pipo Mancera con sus movimientos pélvicos y Daniel Tinayre estrenaba, en 1963, La cigarra no es un bicho. La historia transcurre en un hotel alojamiento, como irrupción al fin en el cine de un hábito instalado, sobre todo en las ciudades, tras la Ley de Profilaxis sancionada en 1937.
Es así como se fue moldeando una nueva moralidad, que -como bien señala la historiadora Isabella Cosse- reivindica, aunque aún de manera discreta, una sexualidad prematrimonial. Ahora bien, ¿fue la píldora concebida en esos inicios como una bandera de liberación sexual o formó parte de otras políticas? Hasta hoy se debate cuáles fueron los intereses que marcaron su desembarco y, en todo caso, si se constituyó realmente en símbolo de la autonomía de género. ¿Cómo la interpretaron los movimientos feministas de aquel entonces?
Revolución o política de regulación
Gregory G. Pincus y John C. Rock, autores de la dosis que finalmente llegó al mercado para uso masivo, eran dos profesores formados en Harvard con ambiciones propias. Pincus, a través de lo que se vinculaba a la producción de hormonas artificiales; Rock, sobre todo, se interesaba en las técnicas de fertilidad. En 1954, Pincus realizó uno de sus primeros ensayos sobre 16 mujeres con trastornos psicóticos internadas en el Hospital Estatal de Worcester, en Massachusetts. Les dio anticonceptivos. Pero no solo eso. Además, les cortó el útero para observar los efectos que generaba la combinación química sobre el proceso de ovulación. Como correlato, recibió todo tipo de críticas de parte de la comunidad científica. Fue así que decidieron con Rock resguardar sus experimentos en tierras con leyes más laxas y un control político más permeable, y Puerto Rico se convirtió en el prólogo de la industria anticonceptiva. No sin antes dejar varias consecuencias. Como parte del experimento, las mujeres allí sufrieron náuseas, hemorragias y otros malestares. Frente a las dudas acerca de las condiciones bajo las cuales habían aceptado formar parte del proyecto, Pincus se defendió en un memorándum escrito para su compañero. Allí aseguraba que las 265 jóvenes inscriptas eran «suficientemente inteligentes» y, en todo caso, que para ellas un «embarazo sería un inconveniente».
«Inicialmente, las feministas en Estados Unidos tuvieron mucha aprensión. Denunciaban que los laboratorios habían utilizado a mujeres pobres de América Latina y pacientes psiquiátricas para los testeos. Además, sostenían que no se sabían los efectos secundarios. Había muchas sospechas». Mabel Bellucci es periodista y probablemente una de las ensayistas que más tempranamente comenzó en nuestro país el estudio sobre los movimientos de género. Así los conoció, así comenzó también a marchar con ellos. «No fue la liberación de las mujeres en su sexualidad, sino más bien una política de regulación de la natalidad en momentos de auge del estado de bienestar, en donde la reducción en el número de hijos garantizaba el ingreso al mercado de consumo. Acá, en la Argentina, las agrupaciones de mujeres eran muy reducidas, la Unión Feminista Argentina y el Movimiento de Liberación Feminista estaban al margen de lo que acontecía. Y los grupos de izquierda en ese momento eran básicamente heterosexuales, con la idea de la reproducción biológica como política. Había que crear una nueva sociedad, no había discusión de la sexualidad».
Su voz es cálida. Los días de encierro por la pandemia parecen no haber afectado ese cabello dorado y prolijamente revuelto que acentúa sus lentes sombreados.
-¿Cómo se caracteriza el consumo de la píldora durante esos primeros años?
-En el imaginario popular se creía que, al tomarla, las mujeres se volverían lesbianas y no iban a armar familias. Además, la pastilla era muy cara, solo podían acceder a ella los sectores medios, y había una condición fundamental.
-¿Cuál?
-Solo te la vendían si tenías el anillo puesto.
Un enorme brazo de acero cruza uno de los ríos con mayor cantidad de plomo en nuestro país. Por años, el transbordador Nicolás Avellaneda ha sido el único lazo de la ciudad con el barrio que se hizo fama de isla por su forma de codo sobre el Riachuelo. Y también porque la única manera de llegar allí, a la Isla Maciel, es cruzando en un bote. Hace años que el transbordador no funciona, como casi nada en la isla. Los astilleros cerraron y el frigorífico que marcó su desarrollo lleva 50 años sin funcionar. La misma suerte corrieron los prostíbulos.
Es que además del transbordador y su reputación de isla a pesar de ser solo una subfalla del Río de la Plata, Maciel se hizo conocida por los burdeles que allí comenzaron a instalarse a comienzos del 1900. Pese a la falta de prueba empírica, tal vez el dato sirva para explicar las altas tasas de natalidad que empezaron a registrarse entre sus pobladores como también para contextualizar lo que constituyó uno de los primeros programas sociales de anticoncepción en nuestro país, llevado adelante por Roberto Nicholson, especialista en técnicas de fertilidad, como parte de las actividades del Departamento de Extensión Universitaria que puso en marcha la UBA en el barrio. El objetivo del plan era claro: llevar la universidad a la comunidad.
Para 1961, Susana F. tenía 19 años y las ganas de todo estudiante a punto de recibirse. Estaba por terminar la carrera de Asistencia Social, y para entonces se podía aspirar prácticamente a un único destino, los tribunales. «A mí no me gustaba lo legal, y fue ahí que me enteré de Maciel y me fui enseguida». El trabajo con las familias era transdisciplinar, desde el seguimiento escolar de los niños hasta tareas de alfabetización con los padres. Y a esto se sumó la distribución de la píldora, que en nuestro país producía Schering bajo el nombre de Anovlar.
«Fue un proyecto pionero». Nélida Busso es médica especializada en salud pública. Estuvo a cargo del centro de salud que funcionaba dentro de la isla. «Nosotros no lo llamábamos control de natalidad, en esa época había muchos programas que tenían como objetivo que la gente no tuviera niños. Nuestro vector, en cambio, era la procreación responsable. Uno ayudaba a una decisión de la familia, el objetivo no era que no aumentaran los pobres, si bien muchas veces las razones de las familias eran económicas».
-¿Y en qué consistía el trabajo con los vecinos?
-S.F: Teníamos familias que eran «nuestras». Les decíamos así porque siempre iba la misma asistente. Cada una tenía 20 familias. Y se tejía una relación profunda, que fue lo que permitió hacer un trabajo de natalidad. Porque tomarlo integralmente en esa época era bastante espinoso. Nosotras no lo tomábamos solo desde el costado de la mamá o de la mujer que venía al centro y nos pedía atención. Se tomaba a toda la familia.
-N.B: Recuerdo que teníamos un club de madres, y ahí hacíamos lo que entonces se llamaba educación sanitaria y tocábamos temas de su preocupación.
-S.F: Se intentaba que los maridos también intervinieran, que participaran por ejemplo en las charlas de educación sexual. Y como el programa duró dos años, ya nos conocían todos, al punto que a mí me llamaban la petisa degenerada. Por los temas que yo hablaba con ellos, ¿viste? Porque yo si podía enganchar al marido. Yo les hablaba, y me llamaban así por los temas que yo tocaba. Porque antes que nada, hablábamos, no era solo llevarle la pastillita a la señora.
-¿Los hombres tomaban algún tipo de responsabilidad anticonceptiva?
-S.F: No, no había nada claro. Las mujeres se nos quejaban mucho de que cuando venían borrachos no podían decir que no. Y ellos no aceptaban el preservativo.
-¿Y la pastilla sí?
-S.F: Sí, la mayoría la aceptaba. Pero igualmente [los hombres] no venían a las charlas.
-¿Por qué?
-S.F: Y… Veían todo como algo ajeno.
«Relajamiento de ciertas pautas»
Si bien la píldora ingresó al mercado en 1960, su consumo se universalizaría una década después. La liberación sexual de los 60 se profundizó durante los años siguientes, se multiplicaron las consignas de amor libre, y el hedonismo evangelizado por el movimiento hippie logró cruzar fronteras. Las protestas contra la Guerra de Vietnam (con consignas como Haz el amor, no la guerra, entre otras) o el Mayo Francés se volvieron el prólogo de una época que delineaba a la juventud como sujeto privilegiado.
Mientras tanto, en la Argentina, el destape social y cultural se enfrentaba con una dictadura, la de Onganía, que buscó silenciar cualquier amenaza marxista, interviniendo los hoteles alojamiento y cortándoles el pelo a los varones. Sin embargo, solo ocho años después el anticonceptivo oral comenzó a ser regulado, durante la tercera presidencia de Perón. En ese proceso, la pastilla era recibida con contradicciones.
«Créame padre, la muerte del alma para mí es tan grave como la pérdida de la vida misma», escribió en diciembre de 1966 una chica de 25 años en el correo de lectoras de la revista Para ti, sección que ese momento estaba en manos de un sacerdote. Ella había empezado a tomar las pastillas porque su cuerpo no podía enfrentar un nuevo embarazo, pero la decisión la atormentaba. El ejemplo describe, a su vez, otro clima de época y es citado por Karina Felitti, historiadora e investigadora del Conicet, autora de La revolución de la píldora. Sexualidad y política en la Argentina, publicado por Edhasa.
-¿Cuál fue el objetivo que enmarcó el desarrollo de la anticoncepción?
-El desarrollo de la píldora debe ubicarse en el cruce de preocupaciones y debates sobre la relación entre desarrollo económico y crecimiento demográfico en el contexto de la Guerra Fría. Para los organismos internacionales y algunos gobiernos, la planificación familiar se planteó como la solución más efectiva para regular el tamaño de la población. También, desde la medicina y la psicología se van proponiendo modelos de maternidad y paternidad que valoran la proximidad afectiva, un modelo sostenido en la idea de familia «pequeña». La píldora no fue solo un símbolo de liberación sexual o de políticas neomalthusianas de control demográfico o parte del pujante negocio de la industria farmacéutica; fue todo eso en interacción con distintas intensidades en diferentes países.
-¿No fue una revolución sexual?
-En realidad, colaboró con el relajamiento de ciertas pautas de moral sexual, como la exigencia de virginidad a las mujeres hasta el matrimonio, que se potenció por una mayor presencia pública de los feminismos que reclamaban la autonomía reproductiva y el derecho al placer sexual de las mujeres.
-¿Y cuál fue la posición de la Iglesia en ese momento?
-En 1968, Pablo VI anunció la encíclica Humanae Vitae en la que señalaba que el problema de la sobrepoblación no era la falta de recursos, sino su injusta distribución, y cerró allí el debate sobre la aceptación de la anticoncepción hormonal en la Iglesia católica. A partir de ese momento, la posición oficial fue avalar la anticoncepción «natural» en el ámbito matrimonial. En la Argentina, el Movimiento Familiar Cristiano y los sacerdotes que trabajaban en los barrios comprendieron la necesidad de acercar métodos anticonceptivos.
-Por otro lado, desde los feminismos se plantearon algunos cuestionamientos.
-La reacción de los feminismos no fue homogénea. Para el sector que representaba a mujeres de clase media blanca heterosexual de los Estados Unidos, la píldora se asociaba directamente a la decisión sobre su fecundidad. Para muchas afroamericanas se asociaba al racismo y al control de la natalidad. En esta cuestión, el movimiento de la salud de las mujeres en Estados Unidos tuvo un rol destacado al exigir que se adjuntara información detallada sobre los efectos secundarios de las pastillas en su comercialización. Por eso es importante destacar que no hay un solo punto de vista ni experiencia. La historia de la píldora, como todas las historias, se construye en esta pluralidad de voces. De hecho, en 1968, la ONU estableció que «los padres tienen el derecho humano básico de decidir, de manera libre y responsable, el número y el espaciamiento de sus hijos». Pero hoy la palabra «padres» no suena inclusiva e invisibiliza a quienes precisamente gestan y fundamentalmente, a quienes tienen derecho a la anticoncepción.
-¿Qué pasaba mientras tanto en la Argentina?
-Si en Estados Unidos son los movimientos afroamericanos los que ven en la pastilla anticonceptiva una herramienta de control racial, en la Argentina las militantes de izquierda la llaman «píldora anti-baby», «herramienta del imperialismo yanqui», «distracción burguesa», artilugios para que no nazcan las nuevas generaciones que la revolución necesita. Una particularidad de la Argentina en comparación con la mayoría de los países de América Latina es que sus índices de natalidad eran bajos, lo que generó que los distintos gobiernos entre los años 60 y la recuperación de la democracia, por el contrario, plantearan políticas que buscaban contener el peligro que significaba ser un «país vacío». De hecho, en 1974, Perón y López Rega firmaron el decreto 659 que exigía la presentación de receta por triplicado para el acceso a anticonceptivos. La medida definía a la caída demográfica como «una amenaza que compromete seriamente aspectos fundamentales del destino de la República», de «intereses no argentinos» que desalentaban la consolidación y la expansión de las familias, «promoviendo el control de la natalidad, desnaturalizando la fundamental función maternal de la mujer y distrayendo a nuestros jóvenes de su natural deber como protagonistas del futuro de la patria».
Los 80: la píldora como derecho
Rock is dead. El 2 de octubre de 1985, este título recorrió el mundo. Hacía ya tres años que el Instituto Pasteur de París había identificado el virus de lymphadenopathy-associated, pero con el fallecimiento del actor Rock Hudson, sida se volvió una palabra familiar. Si los 60 y los 70 habían sido años de revolución y liberación sexual, los 80 pasaron a escribirse en términos de prevención, y el preservativo ganó posiciones como método de cuidado.
Para entonces, la píldora también tendrá otro correlato, sobre todo en nuestro país. Con el regreso de la democracia, el tema de salud reproductiva volvió a ponerse en la mesa y en 1986 se terminaron de derogar los decretos restrictivos que regulaban el uso de anticonceptivos y obstaculizaban el acceso a la información sobre el tema. Ese mismo año, se reconoce en el plano jurídico que la posibilidad de «decidir acerca de la reproducción pueda ser ejercida libremente por la población». En otras palaras, el debate se trasladaba al campo del derecho y las instituciones. Un año más tarde, se creó la Subsecretaría de Género, y el Congreso ratificó la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. Como corolario, finalmente en octubre de 2002 se aprobó la Ley nacional de Salud Sexual y Reproductiva. Tres meses después, el Ministerio de Salud, a cargo entonces de Ginés González García, hizo una compra masiva de anticonceptivos orales, inyectables y preservativos.
Pese a todos estos avances, un informe publicado en 2015 por Naciones Unidas bajo el título Tendencias en la Anticoncepción advierte que si bien en América Latina y el Caribe la prevalencia del uso de anticonceptivos es alta, aún existen necesidades insatisfechas de anticoncepción. Según Felitti, hoy, a su vez, se está planteando cierto revisionismo que defiende la utilización de técnicas alternativas: «Desde hace unos años, en los círculos de mujeres se habla de la necesidad de volver a métodos naturales para regular la fertilidad -ya sea para embarazarse o no hacerlo- y se socializan conocimientos sobre el ciclo menstrual: cómo analizar el flujo, la incidencia de la alimentación, el estrés, los beneficios de ciertas plantas. Creo que se pueden trazar continuidades con el movimiento por la salud de la mujer de los años 60, que denunciaba la falta de información sobre los efectos secundarios de las píldoras. Pero lo interesante es que lo que se pone en primer lugar aquí es el autoconocimiento y la autogestión, conocer el propio cuerpo e interpretar sus señales».
Para Bellucci, aún queda camino por recorrer: «El preservativo es visto más como método de prevención que como control reproductivo, y en las relaciones heterosexuales aún sigue siendo muy negociado. Su uso está atravesado por una tensión permanente. Creo que no hemos podido superar esa idea en la que los hombres se descomprometen de la responsabilidad reproductiva. No obstante, también es cierto, estos 60 años significaron un cambio».
-¿Cuál?
-Que las mujeres pudieron hacer una separación entre la reproducción y el placer, y la sexualidad quedó en nuestras propias manos
.Por: Carolina Keve
Fuente: La Nación