El chico que no podía dejar de matar
A Cayetano Santos Godino le atribuyen cuatro crímenes y varios ataques a nenes en Parque Patricios. Lo consideran el primer asesino serial argentino. Fue atrapado por ir al velorio a mirar si su última víctima todavía tenía el clavo que le había introducido en la cabeza. Murió antes de cumplir 50 en la Cárcel del Fin del Mundo, en Ushuaia, donde es leyenda. Cómo están hoy los lugares donde sembró el terror hace más de 100 años.
Cayetano Santos Godino, al ser detenido por su último crimen. Tenía 16 años. Lo identificaron en el velorio de su víctima. Fue a confirmar la muerte.ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Nahuel Gallotta
Hay crímenes que necesitan de las casualidades. O del destino. Un asesino anda por una calle cualquiera y una víctima se cruza en su camino. Puede ser cualquier persona. Pero el azar, o lo que fuera, es el que decide o quiere que sea una persona X. Una puntual. Con un nombre, una familia, una historia.
El 3 de diciembre de 1912, Cayetano Santos Godino, alias El Petiso Orejudo, de 16 años, caminaba por la calle El Progreso, de Parque Patricios. A la altura de lo que hoy es Cátulo Castillo 2581, un nene de 3 años llamado Jesualdo Giordano salió a la vereda del conventillo en el que vivía con su familia.
Nadie imaginaba lo que estaba por ocurrir. Ni que se recordaría 108 años después. El primer asesino serial argentino estaba a segundos de volver a hacer lo que más amaba, lo que no podía dejar de hacer. Por última vez.
Hacía pocos meses que El Petiso Orejudo, llamado así por sus rasgos físicos, había vuelto al barrio, luego de pasar cerca de tres años en un instituto de menores de la localidad de Marcos Paz.
“¿Querés que te compre caramelos?”.Fue el engaño para llevarse a su víctima.
A partir de allí, caminando con el nene de la mano, cruzó lo que hoy es la avenida Jujuy. Frenó en el comercio de la esquina y cumplió con su promesa. Y siguió por Cátulo Castillo de contramano. La calle, El Progreso en aquel entonces, ahora está adoquinada.
En las paredes se leen pintadas de Huracán y carteles de vecinos que buscan el rebusque desde la suspensión de clases del Instituto Félix Bernasconi, ubicado en la próxima esquina: “Se limpian autos”, se lee en un mini almacén; “Se venden helados, cervezas, gaseosas”, anuncian las hojas escritas de un local que en el mundo de antes era una librería.
“Barbijos” y “arreglos de ropa” se ofrecen en una casa con pinta de haber funcionado como kiosco. Los cien metros son un reflejo de lo que es el barrio en la actualidad. O, mejor dicho, de lo que es la Ciudad: conviven un edificio inteligente, casas chorizo, un conventillo, chalés, dúplex, una propiedad con aspecto de abandono. Todo en la misma cuadra. De las mismas veredas.
Al llegar a la esquina de Catamarca, doblaron a la izquierda. En aquel entonces, en lugar de un tradicional colegio, había una quinta. El lugar pertenecía a la familia del renombrado perito Francisco Pascasio Moreno.
El Petiso Orejudo ingresó al predio, de la misma manera que ahora mismo un cartonero lo hace para revisar los tachos de basura del inmueble. No se sabe si sacó de sus bolsillos un hilo de albañil, o si lo encontró en el lugar. Lo concreto es que comenzó a ahorcar al nene. Como no pudo matarlo, caminó hasta Catamarca y se puso a buscar una piedra. Tenía un clavo y quería clavárselo a la altura de la sien hasta matarlo.
La cárcel de Ushuaia, donde murió en 1944. Hoy funciona como
museo, y hay puestos turísticos que ofrecen la biografía de Santos Godino. A. GRAL. DE LA NACIÓN
La celda de Santos Godino. Se dice que era odiado por los otros detenidos. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Justo en la esquina por la que ahora pasa el colectivo 134, un hombre se le acercó. La pregunta fue: “Joven, ¿por alguna casualidad vio a un chico de su edad con un nene de tres años?”. La información le había llegado por otra nena del conventillo, que los vio salir juntos.
“No vi a nadie”, replicó Godino, frío como todo asesino, y le sugirió caminar por Catamarca hasta Caseros, donde funcionaba la comisaría 34°. El que preguntó, y caminó desesperado hasta la avenida, era el papá del nene. El Petiso Orejudo volvió al lugar de antes. Su víctima seguía allí.
Otra vez en el predio donde hoy estudian cerca de 2.500 estudiantes, y frente al lugar donde más adelante se construiría la maternidad Sardá (uno de los lugares donde nacen más argentinos), mató a la que sería su última víctima. Antes de abandonar el lugar, lo tapó con chapas. Y se fue a su casa de General Urquiza 1970, siempre en Parque Patricios.
A la noche, regresó al conventillo de El Progreso. Allí, donde ahora se pueden encontrar cinco casas con estacionamiento propio, tipo dúplex, se realizaba el velatorio del nene. El Petiso necesitaba chequear si su víctima había muerto.
Como todo crimen histórico, un pequeño descuido lo iba a llevar a un instituto de menores: la nena que lo había visto salir con su víctima, y que le había advertido al papá del nene que un adolescente se había ido con su hijo, lo reconoció en el velatorio. Más tarde, la Policía allanaría su casa de la calle Urquiza, y lo llevaría detenido. Pero faltaban más cosas para el final de la historia.
El último asesinato del Petiso Orejudo
El primerasesino serialargentino
A principios de 1900, en Buenos Aires ya existía la delincuencia. El famoso “ladrón de gallinas” prácticamente era parte del pasado. Había otras figuras del hampa, ladrones especialistas en distintas modalidades. En aquellas épocas era común que los mejores punguistas y descuidistas del país viajaran a delinquir a Brasil o Uruguay.
El “ladrón de guante blanco” se veía representado por el denominado “ratón de hotel”: delincuentes que se presentaban en los hoteles más lujosos de la Avenida de Mayo, alquilaban una habitación y, mientras fingían ser simples huéspedes, robaban a sus vecinos. Concretado el robo, se quedaban en el lugar. ¿Quién sospecharía de alguien que vestía de traje y decía ser empresario? Muchos de los “ratones de hotel” de esos tiempos eran italianos y españoles.
Los homicidios, en cambio, se daban en los famosos “duelos a cuchillo”. Más que nada en las inmediaciones de las tanguerías. Parque Patricios, como todo barrio de la zona sur de la ciudad, era sinónimo de tango. Las peleas se daban en la plazoleta Pringles, frente al Parque de los Patricios.
En ese ambiente, y en esas calles, se crió el que sería el primer asesino serial argentino, Cayetano Santos Godino. Hijo de inmigrantes calabreses, había nacido en Buenos Aires el 31 de octubre de 1896. Sus padres (el farolero Fiore Godino y Lucía Ruffo) llegaron al puerto local en 1884. Tuvo ocho hermanos más.
Su primer ataque, de acuerdo las crónicas policiales, fue cuando tenía apenas 7 años, el 28 de septiembre de 1904. El Petiso llevó a Miguel Depaoli, de 17 meses , hasta un terreno baldío en Humberto 1° y Virrey Liniers, adonde lo golpeó y lo lanzó contra una planta repleta de espinas. El bebé zafó de la muerte.
“Lamentablemente formó parte del barrio. Parque Patricios se vio conmovido a partir de sus muertes. Su última detención fue en 1912. Yo nací en 1949. Y cuando mis papás me llamaban y yo no quería dejar la calle por andar jugando con mis amigos, me decían que si no entraba me iba a agarrar El Petiso Orejudo”. El que habla es Manuel Vila (71), presidente de la Junta de Estudios Históricos de Parque Patricios.
El historiador no recuerda el año, pero sí las causas por las que decidieron organizar un tour del Petiso. En 2003 o 2004, mientras conducía un programa de radio que contaba la historia de este barrio del sur de la Ciudad, recibía mensajes de oyentes que querían conocer detalles de la vida de Godino en el barrio.
“Estamos rodeados de historias positivas, de vecinos intachables y ejemplares. No está mal que hagamos un tour para contar la historia del Petiso. Lo hacemos una vez y listo”, decidió la Junta.
La recorrida había sido preparada para 30 personas. Pero para sorpresa de Manuel y toda la Junta de Estudios Históricos, se anotó el doble de gente. Y en lugar de un colectivo, tuvieron que contratar dos.
Siguiendo la pista del Petiso Orejudo
Cátulo Castillo 2815De allí se lleva a Jesualdo Gordano, su última víctima. Lo asesinó 150 metros más adelante, en el predio donde hoy funciona el Instituto Bernasconi.
24 de Noviembre 623La primera casa de la familia en el barrio. Cayetano Santos Godino dio sus primeros pasos en ese lugar. Tenía 7 hermanos. Era el más chico.
Gral. Urquiza 1970La casa en la que vivía con su familia y fue allanada en su última detención. Dos años después, su familia se mudó. Se cree que habrían viajado a Italia.
Doctor R. Carrillo 375Es la dirección en la que funcionaba el Hospicio de las Mercedes (hoy hospital Borda), donde pasó dos años detenido (de los 16 a 18). Ahí, volvió a atacar. Su víctima fue un paralítico.
Colombres 600Con un cigarrillo, le quema los párpados a Julio Botte, un bebé de 22 meses. Fue el 15 de septiembre de 1906. Acababa de ser liberado tras su primera detención. Tenía 9 años.
Río de Janeiro 120María Rosa Face tenía 3 años. Santos Godino la engañó y la llevó hasta un baldío. La estranguló y la enterró viva en una zanja. Fue su primer crimen, el 29 de marzo de 1906. Lo confesaría durante su primera detención.
Hipólito Yrigoyen 4300La víctima es Severino González Caló, de 2 años. En una bodega, Santos Godino lo sumerge en la pileta de la que los caballos tomaban agua. El dueño de la bodega lo descubrió y salvó al niño.
Manuel todavía guarda copias del material que entregaron aquel día. Lo comparte con Clarín. En un mapa del barrio, los puntos negros marcan los dos domicilios en los que vivió con su familia: el de 24 de Noviembre 623 y el de General Urquiza 1970. También tuvo otros circunstanciales, en Urquiza 2003 y en Colombres al 600.
Los puntos blancos con dos anillos negros representan los cuatro ataques seguidos de muerte a menores de edad. Los grises señalan los incendios provocados por él. Según cuentan, afirmó tras una detención: “Me gusta ver trabajar a los bomberos… Es lindo ver cómo caen en el fuego”. Y los blancos con un solo anillo negro, las lesiones a menores.
La primera entrada del chico a una comisaría fue a los 9 años. Lo llevó su papá, un hombre alcohólico y violento con su familia. “Se la pasa tirando piedras. No lo podemos controlar”, es lo que se cuenta que dijo ante la Policía Federal. Fue en abril de 1906. Además, contó que le había encontrado un pajarito muerto, escondido debajo de su cama. Ante los agentes, El Petiso confesó un crimen. Y dio detalles del cuerpo de su víctima: era mujer, menor de edad y decía haberla enterrado en una vivienda de Río de Janeiro al 100. Los policías allanaron el lugar. No encontraron nada.
Lo alojaron en el hoy llamado Instituto Colonia Ricardo Gutiérrez, de Marcos Paz. Hubo un juez que pidió su excarcelación. Su argumento fue que el lugar no era acorde para un joven con deficiencia mental. Ingresó en noviembre de 1910. Salió en diciembre de 1911. Dos meses después, se lo acusó de su primer asesinato. La víctima tenía 12 años. Se llamaba Arturo Laurora y su cuerpo fue hallado enn una casa vacía, en Pavón 1541. El Petiso negó ser el autor.
Lo liberarían a los días. Y a sus doce años lo detuvieron en calidad de flagrancia, mientras atacaba a otro menor. “Sufría deficiencia mental”, aclara Vila, quien prosigue: “Su papá no aceptaba su condición. Por eso le pegaba, junto a uno de sus hermanos. Si uno analiza, sus ataques eran a criaturas. O sea, era una manera de devolverle a otro el castigo que padecía en su casa”.
En noviembre de 1912 volvió a ser detenido, aunque lo habrían liberado por “falta de mérito”. Agredió a un niño de dos años. Lo ahorcó e intentó asfixiarlo, pero no lo logró. Fue en Quintino Bocayuva, entre Tarija y Pavón. Todos los ataques eran en la zona. Se le adjudican cuatro muertes.
Mural del Petiso Orejudo en Ushuaia. Llegó a la cárcel de esa provincia en 1914. Murió 30 años después. ARCHIVO CLARÍN
La primera, según confesaría años más tarde, fue María Roca Face (3), en un baldío sobre la calle Río de Janeiro, una nena desaparecida que nunca fue encontrada. Otro hecho tuvo como víctima a Reina Bonita Vainicoff (5), prendida fuego en Entre Ríos 322, quien murió el 23 de marzo de 1912 a raíz de las quemaduras sufridas.
Finalmente fue capturado el 4 de diciembre de ese año, luego de concurrir al velatorio de su última víctima “para ver si tenía el clavo” en la cabeza, según contaría más tarde en la comisaría.
Como ya tenía 16 años, su lugar de alojamiento cambió. Lo enviaron al Hospicio de las Mercedes (hoy Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tibucio Borda). Allí volvió a atacar. Una de sus víctimas fue un joven paralítico. Y en noviembre de 1914, luego de cumplir 18, estuvo cerca de ser liberado.
El juez de Sentencia Francisco Ramos Mejía decidió absolverlo, mediante informes que corroboraban su inimputabilidad. Pero a las dos semanas, y bajo una gran presión ejercida por la opinión pública (en especial de los vecinos de Parque Patricios, que temblaban de miedo solo de pensar en volver a tenerlo de vecino, ya que su familia seguía viviendo en General Urquiza), la Cámara de Apelaciones determinó por unamidad enviarlo a un penal de población común, hasta que se construyeran lugares encierros acordes a su condición mental.
Primero fue a parar a la vieja cárcel en Parque Las Heras. Y Luego lo trasladaron al penal de Ushuaia, conocido como la “Cárcel del Fin del Mundo”. Hoy este lugar fue reconvertido en un sitio turístico. Y los guías ofrecen su biografía.
Mientras cumplía su condena, afuera pasaban cosas. A los chicos de otros barrios los amenazaban con “El viejo de la bolsa”. A los de Parque Patricios y alrededores les decían: “Mirá que te va a buscar El Petiso Orejudo”.
Su última casa,hoy
Clarín recorre la vereda de su último hogar de Parque Patricios. La primera casa de General Urquiza al 1900 (esquina Garro) tiene un pasado histórico. Una placa recuerda que ahí mismo nacieron los hermanos Oscar y Juan Gálvez, leyendas del automovilismo nacional con el Turismo Carretera (TC). Su papá tenía un taller mecánico. Luego se mudarían al barrio de Caballito.
El único comercio de los cien metros es un taller mecánico, de la otra vereda. La fachada de 1970 aun guarda rasgos de lo que fue la casa de los Godino, que habrían abandonado el barrio y el país, para regresar a Italia, a los dos o tres años de la detención del Petiso.
Desde una de las ventanas de arriba, un hombre grita que no filmen ni tomen fotos de su casa. Es la misma persona que le pide a la Junta de Estudios Históricos que digan que El Petiso vivió en la casa de al lado, y no en la suya. Allí, años atrás, funcionó una agencia de fletes.
En la misma manzana también vivió el doctor Genaro Giacobini, el impulsor del guardapolvo blanco escolar, fundador del Partido de Salud Pública y candidato a Presidente de la Nación en 1951. Durante su adolescencia, que coincidió con los últimos años del Petiso en libertad, su familia se ganaba la vida vendiendo chorizos a la pomarola. Giacobini había atendido a la familia Godino.
Su última dirección. La Policía Federal Argentina lo encontró en esa vivienda. A los dos años, su familia se mudaría definitivamente del barrio. EMMANUEL FERNÁNDEZ
Lo concreto es que en su tesis planteó la teoría del asesinato nato, a partir de lo que sostenía el criminólogo Césare Lombroso. El doctor decía que los criminales tenían características físicas que podían influir en su condición de asesinos.
En el caso del Petiso, se refería a sus orejas. Tanto se habló de su teoría que en 1927 lo obligarían a someterse a una cirugía estética, achicándoselas, como si ello pudiera reducir su maldad.
La versión oficial dice que murió el 15 de noviembre de 1944, a sus 48 años, debido a una hemorragia interna causada por un proceso ulceroso gastroduodenal. La extraoficial, que lo mataron sus propios compañeros luego de que El Petiso atacara al gato de la cárcel y lo arrojara vivo al fuego.
Sus restos fueron sepultados en el cementerio del penal, pero cuando en 1947 cerraron la penitenciaría para siempre, la tumba estaba vacía.
Hoy, pese a que ya pasaron 76 años de su fallecimiento, cada tanto algún vecino de Parque Patricios le pregunta a los miembros de la Junta de Estudios Históricos por él. Porque la leyenda del Petiso, aquel nene que no podía parar de matar, sigue viva.
Fuente: Clarín