A 20 años de la muerte de Darío Vittori
El popular actor, llamado también «el tano de oro» protagonizó más de 1300 comedias y marcó una época.
Dicen, o mejor dicho a él le gustaba decir: «Fui el primero en decir la palabra ‘pelotudo’ en un escenario. Yo hacía la obra Paula y los leones en el teatro Astral, año 1964. Era una escena en la que me miraba a un espejo y me lamentaba por un problema con una chica: ‘Compré champagne, compré bocaditos, para qué. Sos un pelotudo’, y la gente en el teatro estallaba».
El «Tano» Darío Vittori fue el mismo arriba y abajo del escenario, en televisión, en el cine o en un bar de Belgrano: histriónico, divertido, familiero, amigo de sus amigos, a veces serio y un poco cabrón, pero de un corazón enorme y siempre entrañable. Muy parecido a sus personajes televisivos, y a la vez mucho más reflexivo.Cazador blanco, corazón negro: cuando la maldición de La reina africana recayó sobre Clint Eastwood
Cuando llegó a la Argentina -proveniente de Montecelio, Roma, donde había nacido- tenía apenas un año y todavía se llamaba Melito Spartaco Margozzi, un nombre de ribetes épicos que con el tiempo se diluyó frente a su apelativo artístico.
Sobre la llegada de la familia Margozzi a la Argentina se cuenta desde hace años una historia que nada tiene que ver con inmigrantes en busca de nuevas oportunidades, sino que está relacionada con persecuciones ideológicas. De acuerdo a relatos de su propia familia el padre de Darío, Attico Margozzi, fue un militante político que debió huir del pueblo natal, amenazado por las fuerzas de Benito Mussolini. En Montecelio se tiene muy presente a la familia, y el actor ha recibido numerosos honores, entre ellos una sala que lleva su nombre.
Instalados en Buenos Aires, Attico comenzó a trabajar como peluquero y encontró su válvula de escape en el teatro. En 1997, Darío Vittori le contaba a LA NACION: «Yo empecé en esto a los 16 años. Es que mi papá me llevaba al teatro desde muy chiquito. Todos los domingos a la tarde indefectiblemente, la distracción de mi padre era ir al teatro; al Marconi, al Politeama, al Comedia o al teatro Mayo. Se hacían ocho sainetes por día en un acto y tres cuadros cada uno. Empezaba a las dos de la tarde y cada hora y media iba uno».
El paso de espectador a protagonista no tardó mucho. A los 16 años el «bichito» del teatro había picado fuerte en el adolescente, que convenció a un grupo de amigos para que lo siguieran en la aventura: «El problema era conseguir un lugar donde actuar, y se nos ocurrió una idea estupenda. En aquella época, en Barrio Norte había una gran colectividad gallega que se agrupaba de acuerdo con el pueblo en el que habían nacido, y una vez por mes organizaban un baile. Entonces les propusimos que antes del baile y por el mismo precio hicieran una función de teatro, por supuesto se la hacíamos gratis. El primer día vinieron veinte personas, pero fue creciendo y llegamos a juntar 250 espectadores, que se habían interesado porque estaba incluido en el precio. Después, a los 18 años pasé al teatro italiano porque había varios grupos filodramaticos, era todavía la época del fascismo y estaban los ‘doppo lavoro’, que eran unos círculos sociales a donde iba la gente después del laburo y veía teatro o hacía deporte».
El aficionado se fue convirtiendo en profesional mientras recitaba todo tipo de textos en italiano, adquiriendo una ductilidad que con el tiempo le daría el timing perfecto para la comedia, para el gesto preciso, para el remate justo. Pero el camino fue largo y llevó tiempo: recién 17 años más tarde pudo dar el siguiente paso; esta vez sí, de cara al éxito.
El tano de oro
De la mano de su amigo, el autor y director Nino Fortuna Olazabal, Darío Vittori llegó a la televisión en 1963 para hacer Teatro como en el teatro, ciclo en el que recreó varias de las obras de las que había hecho durante tantos años en el off. De esta manera, el artista creó un estilo, acomodando su experiencia escénica a la técnica televisiva, y abrevando en obras tanto argentinas como extranjeras, siempre divertidas y de digestión sencilla, en contraposición a otras propuestas como las llevadas adelante por Alfredo Alcón en el mismo medio.
«En televisión hice 1300 comedias. Si se considera que cada una tiene un promedio de 80 páginas eso haría un total de 104 mil que he debido estudiarme a lo largo de mi vida«, calculaba años después el actor.
Esto es teatro, El teatro de Darío Vittori, Humor a la italiana, Teatro de humor, y ya fines de los 80 Teatro para pícaros, fueron todas reformulaciones de una misma y fructífera idea. Se había revelado como un comediante en estado puro, con un estilo que era sinónimo de popularidad. Melito Margozzi se había convertido finalmente en «El tano de oro».
Además de estos programas -en los que era su propio productor y por lo tanto tenía control absoluto- Vittori participó de otros proyectos en paralelo. Acompañó a Narciso Ibáñez Menta en las televisivas Obras maestras del terror, Arsenio Lupín y ¿Es usted el asesino? de la década del 60; y en el cine fue parte de Esto es alegría (1967), Qué noche de casamiento (1969, su primer protagónico), Blum (1970), Los chantas (1975), Así es la vida (1977) o Subí que te llevo (1980), entre otros veinte largometrajes. Sobre este último, protagonizado por Sandro y María del Carmen Valenzuela le gustaba contar: «Estaba seguro de que iba a ser un éxito, así que para estar pedí que me pagaran 100 mil dólares. Y me los dieron».
A mediados de la década del 80 hizo en Canal 13 Las chancletas de papá, un proyecto por debajo de sus posibilidades del que también participaron unas muy chicas Lorena Paola y Gloria Carrá. A pesar de que el ciclo pasó sin mayor trascendencia marcó un camino que en la década siguiente continuaría Grande Pa!.
Aunque finalmente se había convertido en el Rey Midas de la pantalla chica, a Darío Vittori le seguía tirando el teatro, y con él siguió adelante contra viento y marea. Fue pionero en instalarse en Mar del Plata cuando llegaba el verano, hasta que después de «veintitantas» temporadas se dio cuenta de que había un negocio nuevo por descubrir: recorrer la costa y recalar en todos los otros balnearios, repletos también de turistas con ganas de reírse.
El Tano alquiló dos camiones, contrató un equipo técnico, elenco y durante varios años partió en un recorrido por todo el partido de la Costa. San Clemente, Santa Teresita, San Bernardo, Villa Gesell, Miramar, y vuelta a empezar. En su necesidad de innovación permanente también instaló como plaza teatral Carlos Paz, como también fue muy feliz con sus recordadas «giras de invierno». Entre función y función, temporada y temporada, su preocupación era estar atento a su familia, especialmente a Pierina, el gran amor de su vida.
Su otro gran amor
«Me casé muy joven, a los 23 años, así que tenía que laburar mucho para poder mantener a mi familia». Darío y Pierina Paulina Parrilla se conocieron siendo adolescentes, sus colegios secundarios estaban a una cuadra de distancia. Una mirada, una charla, flores, el primer beso y luego siete años de noviazgo que culminaron cuando dieron el sí el 23 de julio de 1945 en la parroquia Nuestra Señora de Luján del Buen Viaje, en Nuñez. Y de ahí a vivir a un departamento en Quintana y Junín, que les alquiló Nini Marshall.
La pareja siguió unida por 55 años, y cada aniversario sin importar el frío del invierno lo festejaron saliendo a comer juntos o pasando una velada romántica, sin mayores pretensiones como la de aquella primera vez. Tuvieron tres hijas, ocho nietos y nueve bisnietos.
Sin embargo un día todo termina, y la televisión fue la primera en darle vuelta la espalda a Darío. Habían pasado los años, y el cambio de los códigos de humor en la década del 90 -más volcados a la procacidad que a la comedia de situación-, sumado a la precaria situación económica de los canales lo alejó del medio. En esas condiciones, la pantalla chica dejó de ser un espacio que le interesara. Siguió adelante con el teatro, cada vez que pisaba un escenario rejuvenecía, y el público se mantenía fiel a su impronta.
El martes 28 de noviembre de 2000, luego de hacer una función en Salto el domingo anterior, el intérprete se encontraba descansando en su casa cuando se descompensó y comenzó a sentir un dolor de cabeza muy fuerte. Un pico de presión le había formado un coágulo en el cerebro. Víttori fue internado y operado de urgencia en el Sanatorio Mitre, y aunque la operación fue un éxito, con el correr de los días se sumó un cuadro de neumonía y el actor entró en coma.
Darío Vittori nunca se pudo recuperar, y falleció el 19 de enero de 2001, a los 79 años. Y aunque no cumplió su deseo de morir arriba de un escenario, estuvo muy cerca: «Trabajo porque me gusta, porque me entretengo. ¿Qué querés que haga, que me siente en un sillón a esperar la guadaña? ¿Qué salga a pasear, a viajar? No tengo para hacer todo eso, porque así me gastaría en dos años lo que gané en cincuenta. Lo hago para sentirme vivo. Yo la ví a mi madre sentada en un sillón dos años y terminó muriéndose. Quisiera elegir mi propia muerte».
Por: Guillermo Courau
Fuente: La Nación