Benito Quinquela Martín, del orfanato al mundo
A 44 años de su muerte, el director del Museo que el artista creó, narra su biografía, unida para siempre a la historia del barrio de La Boca.
El 28 de enero de 1977, La Boca, su gente y el campo socio-cultural argentino, debieron empezar a aprender a vivir sin la presencia física de Benito Quinquela Martín.
El hombre que había construido su vida cimentada en el culto a la Verdad, el Bien y la Belleza, nos dejaba un legado trascendente que seguirá alumbrando caminos capaces de convertir al arte, la cultura y la educación, en potentes motores de transformación social.
Su obra artística y filantrópica, así como su vida de ribetes cinematográficos, lo convirtieron en personaje ineludible y en mito viviente a lo largo de buena parte del siglo XX.
El niño abandonado que habría nacido el 1 de marzo de 1890, y transcurriera sus primeros siete años de vida en la Casa de Niños Expósitos, iba a encontrar su lugar en el mundo cuando fue adoptado por el matrimonio Chinchella. Desde ese día nunca más iba a ser posible diferenciar a La Boca de Quinquela.
En la segunda década del siglo XX, nuestro artista supo lograr en las grandes capitales culturales de occidente una aceptación hasta entonces inédita para un pintor nacional. Y tal aceptación fue obtenida gracias a un plantarse en el mundo (es decir en el arte) tan sabio y profundo como infrecuente: el artista iba a nutrir las raíces de su obra con la historia, presente y paisaje de su comunidad.
En tiempos excitados por la vertiginosa sucesión de las vanguardias artísticas europeas, Quinquela no viajaba al exterior buscando importar aquellas novedades, sino para presentarse como humilde y orgulloso embajador de su aldea. Aportaba así algo diverso, y por ello realmente novedoso. Establecía un diálogo entre pares, que significaba un siempre bienvenido aporte a la diversidad.
El universo de Benito Quinquela Martín
Prácticamente desde sus inicios en el arte, Quinquela comprendió que la absoluta identificación y compromiso de su pintura con el contexto periférico que representaba, le acarrearía no pocas dificultades a la hora de ver legitimadas sus obras por las instancias centrales de nuestro campo social y cultural.
Por ello es que supo desplegar estrategias tan creativas como eficaces, intentando que sus obras y su ideario circularan y, por qué no, prevalecieran.
Desde su activa participación en el Salón de Recusados del Salón Nacional de 1914, hasta la creación del Museo de Bellas Artes de La Boca, cada una de las apuestas de Quinquela se inscribía en la atávica pugna de los arrabales por acceder a los bienes de la cultura y la educación, y también porque las voces de esas comunidades, sintetizadas en sus artistas, fueran escuchadas y respetadas.
El íntimo conocimiento del barrio y su gente, le permitieron a Quinquela alumbrar un repertorio iconográfico que hizo de La Boca un auténtico Universo. En sus obras, el Riachuelo y su entorno son escenarios donde se despliega la vida. Es La Boca, pero a la vez es una síntesis del mundo.
Siempre apegado a una tradición figurativa, nuestro artista supo sin embargo tomar distancia de academicismos fosilizantes, o de imposiciones de la realidad objetiva. En sus obras, con mucha frecuencia se imbrican diferentes registros temporales; pueden aparecer naves o puentes de un pasado remoto, tanto como edificaciones que no existían aún (y que en todo caso figuraban el barrio futuro soñado por el artista).
Figura multifacética y caleidoscópica, la obra total de Quinquela no se deja definir muy cómodamente. El mismo artista que había creado un Museo de Bellas Artes propio, como trinchera desde la que se impulsaba lo “tradicional, argentino y figurativo” renegando de la abstracción o de ciertas radicalizaciones vanguardistas, era el mismo que alumbró iniciativas y producciones absolutamente innovadoras, y en algunos casos muy adelantadas a su época.
La pintura de un trolebús, o la genial transformación de la actual Calle Caminito, que hoy podrían llamarse “intervenciones urbanas”, datan de mediados de la década del 50. Y las auténticas “performances” que fueron las ceremonias de entrega de la Orden del Tornillo, fueron iniciadas en 1948…
Siempre atento a las necesidades de su comunidad, desde mediados de la década de 1930 Quinquela comenzó a donar terrenos y proyectos, para dar forma en plena Vuelta de Rocha a una serie de instituciones sociales, culturales y educativas de inédita envergadura.
Aquí están, una escuela primaria, un jardín de infantes, un lactario, el Teatro de la Ribera, una escuela de artes gráficas, un hospital odontológico para niños, y el Museo de Bellas Artes de La Boca, testimoniando parte de la acción filantrópica del hombre que supo llenar de sentido la palabra comunidad.
A 44 años de su partida física, nos toca evocar a quien fue un enorme artista, porque antes supo ser un gran hombre. El que pudo abrazar el mundo, porque no olvidó a su gente. El que sabía adónde iba, porque recordaba de dónde venía… Y llegó a acariciar las estrellas más altas, porque sus pies no se apartaron de su tierra.
Lic. Víctor G. Fernández es director del Museo de Bellas Artes de la Boca de Artistas Argentinos Benito Quinquela Martín.
Fuente: Perfil