De todo como en el museo Rocsen
Al pie de las montañas de Córdoba en Nono, y construido en 1969 a instancias de su fundador, Juan Santiago Bouchon (Niza, 1928 – Córdoba, 2019), el museo está nutrido por más de sesenta mil piezas provenientes de diversos lugares. El 1 de enero reabrió sus puertas al público.
Cuando en 1683 el anticuario, político, astrólogo y oficial de armas inglés Elias Ashmole donó sus colecciones a la Universidad de Oxford sus palabras unieron, de una vez y para siempre, el vínculo entre la gran variedad de lo acumulado y el desarrollo del conocimiento: “Y que para ello es imprescindible examinar ejemplares, en particular aquellos que sean de constitución extraordinaria, útiles en medicina o que puedan ponerse al servicio de la industria o el comercio: yo, Elias Ashmole, por pasión por esta rama del conocimiento por la que experimenté el mayor placer, que sigue siendo cierto hoy”.
En pleno auge de los gabinetes de curiosidades o también llamados cuartos de maravillas, habitaciones repletas de objetos exóticos que siguieron hasta el siglo XVIII y luego dieron origen a los museos de historia natural, la primera persona del coleccionista desaforado fue piedra de toque, esa garantía para calibrar el valor de las cosas, en tanto las mismas pudieran despertar dudas. No olvidemos que al tiempo de ser verdaderas enciclopedias en exposición por los objetos que contenían y una de sus funciones era hacer descubrir el mundo, para comprenderlo mejor, servían para confirmar creencias populares de la época; por eso se podía encontrar sangre de dragón o restos de animales míticos, corderos tártaros, mitad animal, mitad vegetal y cuernos de unicornio.
Algo parecido a la declaración de Ashmole es posible leer en las cédulas del museo Rocsen, al pie de las montañas de Córdoba en Nono, una localidad de Traslasierra. Juan Santiago Bouchon fue su fundador, en el sentido más férreo del término; su voz (y su letra) está presente en todas y cada una de las más de 60 mil piezas que se pueden ver en el edificio que construyó en 1969 y en el que trabajó hasta su muerte en 2019, a los 90 años, sin haber cerrado un solo día. Sólo la pandemia truncó su sueño, cuando él ya no estaba, pero el 1° de enero de este año retomó su curso. Bouchon nació en Niza en 1928, y a comienzos de los años 50 se instaló en la Argentina, después de haber estudiado Antropología, Bellas Artes en París, participado en la Segunda Guerra Mundial y haber estado juntando cosas desde que tenía tres años, según consigna en la introducción a su proyecto.
Comenzó con 100 m2 en el mismo lugar que hoy se expandió de manera exponencial para albergar todo lo que compone este museo polifacético que abarca más de cien temas de arte, ciencia, tecnología y biología, como indica su caracterización. Para subrayar la especificidad de esta multiplicidad, Bouchon eligió llamarlo con el nombre celta que significa “roca santa” y denominarlo polifacético. En la fachada se despliegan las 49 estatuas modeladas por él mismo que recrean, a su entender, “la evolución del pensamiento” que comienza con el “Africanus” (5 millones de años de antigüedad) y llegan hasta Martin Luther King, pasando por “Jesús Cristo”, tal y como está denominado.
Esta estatua está en el medio y rodeada de niños, una de las cuales es una nena muy parecida a Mafalda. La recorrida es alucinante porque la multiplicidad de vitrinas con objetos en exposición, que van desde un cordero de dos cabezas, momias, trajes, recreaciones de escenarios, maquinaria, cámaras de fotos, piedras, animales embalsamados hasta sillones de dentista de distintas épocas, fetos, libros e insectos, está concebida por el orden alfabético de las salas.
El pasaje de una a otra es como un cadáver exquisito, el ejercicio del azar del surrealismo. Todo es sorprendente: apela a la memoria personal, a la sorpresa, al encanto, al fastidio, a la risa. Se suceden los cambios de ánimo como en una pequeña montaña rusa emocional: ¿para qué está esto?, ¿te acordás de lo otro?, ¿cómo harán para conservar las piezas?, ¿es maravilloso o una porquería?
Américo Castilla, especialista en museos, escribió sobre el Rocsen en la revista b/B: “Los museos regionales argentinos tienden a operar sobre valores que se consideran compartidos: la patria, los héroes, las batallas, los adelantos tecnológicos, la inmigración, las evidencias de culturas originarias o los oficios. Quienes los visitan normalmente van a ratificar esas creencias que se consideran pruebas de identidad (…) El Rocsen en cambio produce asombro, por sus objetos y principalmente por los ambientes o recreaciones que intentan demostrar hipótesis y conflictos sociales. En esos casos se apela sobre todo a la emoción y no se ahorran metáforas y asociaciones entre los objetos y los enunciados de Bouchon”.
La propuesta del museo es, además del alegato por la paz, el humanismo, la concordancia entre los hombres y la apuesta abarcativa al conocimiento, la recreación de esos antecedentes de los museos actuales. Volver el tiempo atrás en la historia de los museos e ingresar a ese sistema de clasificación pasado que no se rige con las categorías actuales. Para corroborarlo, cualquier cuarto de maravilla que se precie de tal, como se dijo, tenía un cuerno de unicornio que era el cuerno del narval, ese curioso cetáceo. Por supuesto, el Rocsen tiene uno y quizá el más largo que se conserve…
Museo Rocsen Abierto los 365 días del año de 10 a 19 en Alto de la Quinta s/n. Av. Los porteños km 5. Nono, Traslasierra, Córdoba.
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/cultura/de-todo-como-en-el-rocsen.phtml