Abuelos: ¿una especie en extinción?
Fui padre y abuelo a edades “tradicionales”. Disfruté la crianza de mis hijos y hoy disfruto muchísimo el ver crecer y malcriar a mis nietos. Formo parte de tal vez la última de las generaciones que tuvieron hijos y nietos a las edades “biológicamente” más recomendadas. Y, como alguno de mis amigos “senior” que ya lo experimentan actualmente, espero tener el raro privilegio de llegar a convertirme en bisabuelo. En un contexto donde parece equívoco para los mayores dar recomendaciones a los jóvenes me permito igualmente estas reflexiones.
Los padres y madres primerizos son cada vez más maduros en las clases medias y altas. La tendencia instalada en el mundo, de manera acentuada en los países más desarrollados, es que las nuevas generaciones postergan cada vez más el tiempo de la paternidad y maternidad. En la Argentina no hay datos estadísticos sobre las edades de los varones que son padres de recién nacidos, ya que sólo se registran las edades de las madres al momento del parto. A modo de referencia, según una investigación de la Universidad de Stanford, la edad promedio del padre de un recién nacido en los Estados unidos se elevó de 27,4 en 1972 a 30,9 en 2015. Y en el caso de padres con títulos universitarios la tendencia pasó de 29,2 a 33,3 en promedio en 2015. En la Argentina, las estadísticas sobre las madres reflejan dos caras distintas de la misma moneda. Por un lado, a nivel ciudad de Buenos Aires, un análisis de la Dirección General de Estadísticas y Censos indicó que en 2016 el mayor porcentaje de primerizas se concentra entre quienes tienen entre 30 y 39 años, lo que muestra alguna correlación con los datos de la investigación de Stanford sobre Estados Unidos. Pero, mientras en los estratos sociales más acomodados parecería que la decisión más común es postergar la edad para ser concebir hijos, en las clases menos favorecidas el fenómeno del embarazo adolescente es un problema endémico con casi 300 recién nacidos por día en la Argentina en 2016 de madres de menos de 20 años, según un estudio de Unicef de 2018.
Las causas que explican esta postergación de los hijos en los países y en las clases más acomodadas son variadas y en general se asocian a una decisión de las personas de lograr una mayor estabilidad laboral, un progreso en las carreras y en general prolongar el disfrute del individuo o de la pareja, pero como suma de individuos antes que como una unidad “familia”, postergando la construcción de objetivos comunes tales como la responsabilidad de la crianza de los hijos.
¿Cuál es el costo de la decisión de la postergación del nacimiento de los hijos?
Por un lado, a nivel médico, se sabe que la mejor edad para tener hijos está entre los 25 y no más allá de los 35 años. Numerosos estudios correlacionan problemas físicos y mentales de los recién nacidos con la edad más elevada de los padres y madres. Además, el retraso de la decisión de concebir hijos puede dar lugar a, en el momento que finalmente se desee planificar la familia, que los hijos no lleguen o bien que para que lleguen deba recurrirse a complejos (y costosos) tratamientos de fertilidad. Pero tal vez en lo que menos piensan quienes postergan la edad para ser padres y madres es en que apuestan todo a vivir en plenitud sus años de jóvenes adultos, sin darse cuenta de lo que pierden a futuro sobre la crianza de los hijos y de los nietos.
Dicen que los nuevos 30s, son los 40s, pero criar un niño requiere de mucho esfuerzo físico y mental. Y es evidente que el vigor no es el mismo cuando se es padre a los 30 que a los 40 (y ni hablar a los 50s o más allá). Para las madres, el período de puerperio supone un sacrificio enorme que requiere de una gran fortaleza y claramente las condiciones físicas inciden mucho en cómo sobrellevar esa carga física y emocional. Para los padres, tal vez las exigencias sean algo menores con los recién nacidos. Pero lo cierto es que todo padre quiere vivir con plenitud la niñez de sus hijos, y, para acompañar físicamente a los niños en sus aventuras, está claro que la juventud es un plus para disfrutar a pleno esa travesía.
Por otro lado, ¿que padre no ansía a futuro ver crecer (y consentir) a los hijos de sus hijos? Si se posterga tanto la edad para ser padres y madres, ¿somos conscientes de que se posterga y se pone en riesgo la posibilidad de ver nacer y disfrutar a los nietos? Y en esta línea, ¿somos conscientes de que tal vez estemos viendo las últimas generaciones, al menos en las clases más acomodadas, que disfrutan de contar con abuelos y bisabuelos?
Tal vez en la obnubilación de las generaciones actuales de focalizarse en el disfrute individualista les hace perder de vista otros momentos y circunstancias tanto o más satisfactorios que los placeres con foco solo en sí mismos. Por ejemplo, el placer de acompañar con la máxima energía la crianza de los hijos y de todavía ser fuertes y sanos para recibir la alegría de los nietos y por qué no de los bisnietos.
Se sabe que la paternidad está relacionada “de manera equivocada pero instalada”, como ha comentado en más de una ocasión el doctor José Abadi, a una pérdida de “libertad y juventud”. El problema, probablemente, esté en que quienes están hoy demorando la decisión de ser padres y madres no se den cuenta de importantes pérdidas que conlleva ese proceder. La fantasía de demorar el envejecimiento es, en realidad, una postergación de la madurez. Y, lamentablemente, cuando tomen conciencia de esas implicancias, ya no habrá forma de volver el tiempo atrás.
Miembro de la Academia Nacional de Educación
Por: Héctor Masoero
Fuente: La Nación