El origen del vals: un baile excitante y venenoso
Seguramente hay ciertas palabras que hoy preferiríamos eludir en las conversaciones diarias: epidemia, fiebre, contagio. Pero si nos remontamos a épocas pasadas, encontramos asociaciones mucho más simpáticas: “el contagio irrefrenable del vals” (desde fines del siglo XVIII), “la fiebre del tango” (principios del siglo XX) o “la epidemia del mambo” (década de 1950). De estas tres grandes manifestaciones de la danza popular es curioso cómo sobrevive hasta hoy el vals, que desde su origen, vale la pena agregar, fue el baile de salón más extendido, más escandaloso y más condenado de todos los tiempos.
El vals, con su reconocible compás de tres tiempos (un-dos-tres, un-dos- tres), tiene un remoto origen campesino en los países germanos y se bailaba con pequeños saltos; pero cuando fue adoptado en los salones de la aristocracia y de las burguesías europeas desaparecieron los saltitos, se volvió más rápido y sobre todo más deslizado porque, por un lado, las parejas usaban zapatos livianos y no botas ni zuecos; por el otro, los pisos no eran de tierra sino de madera encerada. Esto le dio una característica única al vals, con sus movimientos giratorios veloces y fluidos.
Pero había algo todavía más singular: fue el primer baile de salón de la sociedad occidental en el que el hombre y la mujer estaban uno en brazos del otro rodeados por una multitud de parejas que hacían lo mismo, girando en la misma dirección, aunque cada una en su propio mundo. La proximidad de los cuerpos y el vértigo de los giros parecían acompañar, inspirar o desencadenar el éxtasis amoroso.
Protocolo de la danza del vals en Viena, donde florecieron los salones de baile. Foto AFP
Cómo se bailaba en las aldeas
Un viajero alemán describió así el vals en un baile de aldea a fines del siglo XVIII: “Los bailarines sostenían las faldas de sus compañeras y se envolvían con ellas encerrando ambos cuerpos; y así seguían girando en las posiciones más impúdicas; la mano del varón sostenía la falda de ella y al mismo tiempo se apretaba contra sus senos ejerciendo una presión lasciva a causa del movimiento del baile. Las muchachas parecían trastornadas y a punto de desvanecerse”.
Es cierto que ese viajero alemán observaba un lugar de baile rústico; pero no es difícil imaginar el tipo de resistencias que desató la nueva danza a medida que se hacía más extendida y más popular (en 1797, y sólo en París, había seiscientos ochenta y cuatro salones destinados a bailar vals).
La lista de prohibiciones, amenazas, críticas y condenas al nuevo género fue enorme -alguien lo calificó de “vertiginoso, excitante y hasta venenoso”- y vale la pena citar al menos un libro publicado en Alemania a fines del siglo XVIII. Su título: Prueba de que el vals es la fuente principal de la debilidad de cuerpo y la mente de nuestra generación. Encarecidamente recomendado a los hijos y las hijas de Alemania. Pero ni los hijos e hijas de Alemania ni los de ningún otro lugar hicieron caso a estas recomendaciones: toda Europa y luego más allá vivieron la extraordinaria expansión del vals. Sin embargo, su centro vital fue Viena y lo sigue siendo hasta hoy, con sus grandes bailes anuales.
El vals, un baile sensual y popular, que era desaconsejado en sus inicios». Foto AFP
Viena, la capital del vals
Durante las primeras décadas del siglo XIX la pasión vienesa por el vals se reflejó en la construcción de enormes palacios de baile. Los empresarios de estos establecimientos competían ferozmente, cada uno con el propósito de ofrecer los mayores atractivos a los clientes potenciales.
El famoso Salón Apolo, en el que podían moverse con comodidad alrededor de cuatro mil bailarines, tenía grutas artificiales, imitaciones de pequeños bosques y glorietas, además de salas de billar en las que podían jugar los parroquianos que necesitaban un poco de descanso.
En el Salón Sofía el techo se abría y dejaba caer una lluvia de pétalos de rosas sobre los clientes. El Odeón, por su parte, era dos veces más grande que el Apolo y tres veces más que el Sofía. Tenía un inconveniente: si coincidían allí menos de mil bailarines, tenían la impresión de bailar en un desierto. Algunos de estos lugares contaban con salas especiales para que las damas embarazadas pudieran bailar con sus maridos, si bien los médicos consideraban que era un ejercicio imprudente.
Un dibujo sobre los famosos y multitudinarios bailes de vals en Viena con El Danubio azul, como hit del año 1867.
Johann Strauss Jr. el de El Danubio azul
No se puede hablar de vals sin mencionar a Johann Strauss hijo, así como al más célebre de los muchos valses que compuso: El Danubio azul. Entre las ocasiones incontables en que fue ejecutado durante la vida de Strauss, hay una que se destaca por sus características insólitas.
Ocurrió de esta manera: el músico había sido contratado para dirigir catorce “conciertos-monstruo” en la ciudad de Boston, como parte de los festejos por el centenario de la independencia estadounidense. Strauss fue recibido con una admiración rayana en el delirio: lo acosaban en busca de autógrafos y trataban de besarle el ruedo de su abrigo. Mujeres de todas las edades rogaban por un mechón de su pelo, hasta el punto de que su secretario Stefan temió que el perro Newfondland, de quien había cortado los bellos mechones “de Strauss”, volviera a Viena completamente pelado.
Johann Strauss hijo, el compositor de uno de los valses más famosos de todos los tiempos: El Danubio azul.
En cuanto a los conciertos, se desarrollaron en un gigantesco edificio de madera, construido especialmente y con capacidad para cien mil personas. Veinte mil cantantes e instrumentistas interpretarían El Danubio azul.
Para poder controlarlos, Strauss colocó en diferentes lugares a cien subdirectores atentos a seguir su compás. “Sin embargo -escribió más tarde- únicamente aquellos que estaban más cerca de mí podían seguirme y todos los ensayos fueron inútiles para pensar que podría lograrse un resultado artístico total y unificado. ¡Qué situación, enfrentar a una audiencia de cien mil personas! Allí estaba yo, parado, sin saber qué iría a ocurrir y cómo terminaría. El disparo de una bala de cañón fue la señal de comenzar para nosotros y los veinte mil intérpretes. Un tierno aviso, ciertamente. Levanté mi batuta, mis subdirectores me siguieron tan rápidamente como pudieron y un poderoso sonido estalló. Jamás lo olvidaré mientras viva”.
Fuente: https://www.clarin.com/espectaculos/origen-vals-baile-excitante-venenoso_0_V9l39wV0a.html