Rodolfo Valentino, el primer latin lover
Se cumplen cien años de los dos filmes que lo consagraron: Los cuatro Jinetes del Apocalipsis y El Sheik. ¿Cómo conquistó Hollywood?
Esos ardientes años veinte del siglo pasado previos a la aparición del cine sonoro, los “roaring twenties”, tuvieron su propio Star System hecho de ídolos y leyendas, de sueños y pesadillas en blanco y negro. La justicia poética y saltarina de Tom Mix, la aventura musculosa y sonriente de Douglas Fairbanks, la femineidad acechada de Lilian Gish y la comicidad tierna e irrompible de Charles Chaplin y Buster Keaton evocan aquellos años silentes que, para muchos, representan el período de máximo esplendor creativo en la historia de Hollywood.
En esa constelación de estrellas fulgurantes, una brillaría con particular intensidad y fugacidad, acaso porque vino a completarla con la pasión y la intensidad que les faltaba a sus contemporáneos, pero especialmente por la fatalidad que marcaría su destino. Rodolfo Valentino, ¿quién otro?
Primero está la biografía, y luego lo que el mito hace con ella. La historia dice que Rodolfo Alfonso Rafaello Pierre Filiberto Guglielmi di Valentino d’ Antonguello (que se hacía llamar, por razones obvias de celeridad, Rodolfo Guglielmi) nació en Castellaneta, al sur de Italia, el 6 de mayo de 1895.
Hijo de un capitán del ejército italiano y de una mujer francesa de clase media, fue un mal alumno y un adolescente esquivo al trabajo rural característico de su lugar de origen y a cualquier tipo de formación académica.
Ese deseo de conocer otros márgenes de la vida lo llevó a los salones de baile del París de la “Belle Epoque”, previa al estallido de la Segunda Guerra Mundial, donde se desempeñó como profesor de baile y acompañante de mujeres opulentas que estaban más que dispuestas a pasar largas horas en compañía de ese muchacho. Uno que, con apenas 17 años, ya ostentaba una poderosa belleza física y una personalidad magnética y absorbente.
Valentino con Alice Terry en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Siendo un desconocido, llegaba a los estudios de Hollywood manejando lujosos autos que le prestaban sus «amigas».
Desembarco en los EE. UU
En 1913, Rodolfo Guglielmi ya está en los Estados Unidos, donde los primeros meses no fueron nada fáciles. Pasó largas noches durmiendo en las calles o en los bancos del Central Park, hasta que consiguió ingresar al Maxim, un restaurante y cabaret donde habría de convertirse en lo que los habituales llamaban un “pirata del tango”: uno de esos jóvenes desinhibidos capaces de pasar largas horas en la pista bailando con las ricas y ostentosas damas del lugar, que hacían fila para girar al compás de la música en los brazos de ese muchacho de ojos penetrantes y movimientos suaves y elegantes.
En ese lugar se vio involucrado en una historia bastante confusa con la esposa de un poderoso hombre de negocios de Nueva York, que utilizó toda su influencia para hacerle pasar un par de días en la cárcel y obligarlo a “reconsiderar” sus planes. Guglielmi decidió cambiar de aire y partir, entonces, hacia la meca de todos los sueños: Hollywood.
Valentino y Agnes Ayres en El Sheik. O El Caid, como se la tradujo.
Los primeros años de Guglielmi en California no son muy diferentes. Sigue ganándose la vida como gigoló, pero con el correr de los meses logra presentarse a algunas audiciones que le valen pequeños papeles de reparto en algunas películas.
Para ese entonces, Rodolfo Guglielmi solía llegar al estudio manejando los lujosos automóviles que sus “amigas” le prestaban. Esa calculada puesta en escena no tardó en llamar la atención de productores, agentes de casting y, por supuesto, actrices.
Roberto comienza a frecuentar el entorno de la excéntrica actriz rusa Alla Nazimova, famosa por organizar fastuosas fiestas donde se cruzaba lo más selecto de la aristocracia del Hollywood silente, y en el que Rodolfo Guglielmi conoce a su primera mujer, la actriz Jean Acker.
Ese primer matrimonio estaba condenado a ser efímero. Jean Acker se hallaba involucrada en una relación paralela con otra actriz, Grace Darmond, por lo que, en 1921, Rodolfo comienza a frecuentar a otra mujer del entorno de Nazimova, una actriz y escenógrafa llamada Natacha Rambova, de quien se asegura fue la encargada de facilitar su ascenso definitivo al estrellato, al brindarle algunos consejos para “acomodar” su imagen a los requerimientos de la industria y facilitarle los contactos necesarios para conseguir su primer contrato importante.
Afiche de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
En Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis aparece como un gaucho algo esperpéntico que baila un tango muy erotizado (y muy andaluz).
De un Rodolfo a otro
Si Rodolfo Guglielmi había nacido en 1895, Rodolfo Valentino nace en 1921. En ese año crucial aparecen, sucesivamente, Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y El Sheik, las dos obra que construyen y consolidan el mito del “latin lover”, la máquina erótica de una masculinidad arrebatadora, construida como un festival de signos eróticos diseñados para capturar la sensibilidad y la pasión femeninas con un nivel de sofisticación nunca vistos hasta entonces.
Los Cuatro Jinetes… sucede en la Argentina. Valentino aparece como un “gaucho” algo esperpéntico que baila un tango muy erotizado (y muy “andaluz”, digámoslo también), conquistando mujeres en los bares de una Buenos Aires recreada según el estereotipo hollywoodense. Pero es en El Sheik donde el magnetismo irresistible de su impronta desata el delirio de la platea femenina.
En su rol de Ahmed Behn Hassan, Valentino terminó de definir el tipo de personaje y el nivel de proyección anímica y sentimental que lo inmortalizarían. En medio de ese melodramático relato de aventuras, narrado con un nivel de atrevimiento y osadía no muy comunes para la época, el nuevo “sex symbol” intenta –y en más de una ocasión incluso lo logra– mostrarse como algo más que una cara bonita. Un actor con pretensiones que, al parecer, todavía tenía mucho camino por escalar, más allá de los seis arrolladores éxitos que filmará sucesivamente en casi la misma cantidad de años.
Afiche de El Sheik (o el Caid).
Algunos diarios comenzaron a sugerir lagunas en su masculinidad. Por eso, Valentino desafió a un duelo de boxeo a un periodista del Chicago Tribune.
Machirulo de luxe
En 1926, la estrella ya está en el punto más alto de su éxito y popularidad. La virilidad anglosajona de Douglas Fairbanks ha encontrado el “rival” más inesperado en este europeo atildado y romántico que enloquece de amor el corazón de las mujeres. Y como no podía ser de otra manera, nubla de envidia la mente de los hombres.
La vida de Valentino se transforma en uno de esos vodeviles extravagantes donde se mezclan los gustos refinados (las joyas, la ropa y los automóviles de moda) con otros menos comunes (el ocultismo, el fetichismo por las armas antiguas) y los rumores cruzados que comienzan a llegar a oídos de los periodistas.
El estrellato de Valentino se problematizó al nivel de los “mass media” de la época, cuando algunos diarios comenzaron a sugerir algunas “lagunas” en su masculinidad, alentadas, a veces, por la predilección de Valentino al momento de usar afeites y postizos que ayudaron a definir mejor su imagen y, en otras, por algunas versiones de amores clandestinos mantenidos con otros hombres.
La ira del astro no se hizo esperar. Cuenta la leyenda que llegó a retar a duelo a un cronista del Chicago Tribune que había puesto en duda su hombría, pero como los duelos ya habían sido prohibidos, las diferencias se zanjaron en un combate de boxeo para el que Valentino contó con el asesoramiento pugilístico de su amigo Jack Dempsey. Al parecer, el rival del Sheik llevó la peor parte en ese encuentro, pero aun así, los rumores no llegaron a despejarse del todo.
La estrella se apaga
El Hijo del Sheik (1926), secuela del éxito de 1921, vendría a desterrar versiones maliciosas y a confirmar la posición de Valentino como ícono. El pasaje de Paramount Pictures a la mucho más independiente y ambiciosa productora United Artists –que contaba entre sus fundadores a los mismísimos D.W. Griffith y Charles Chaplin– ya se había producido, y las expectativas eran enormes.
En el verano de 1926, Valentino está en Nueva York para promocionar la película, pero en la tarde del 15 de agosto comienza a sentirse mal en la habitación de su hotel, y lo que en principio es diagnosticado como una apendicitis pronto deriva hacia una peritonitis fulminante de desenlace tan inesperado como fatal. Con apenas 31 años de edad, la estrella de Rodolfo Valentino comienza a apagarse, pero todavía restaba el acto final.
El 24 de agosto, la casa funeraria Campbell, en Broadway y la calle 66, hierve de actividad. Frank E. Campbell, gerente de la firma, ha recibido el encargo de organizar el sepelio de la megaestrella y ha decidido transformarlo en un mega-evento precursor de los funerales estruendosos, mediáticos y masivos que conoceríamos en el siglo XXI.
El velorio VIP
Para proveer el marco adecuado al recibimiento de las miles de mujeres que, se espera, irán a despedir al objeto de su devoción, Campbell organiza, junto con George Ullman (el representante de Valentino), una puesta en escena que termina incluyendo suicidios de mujeres enloquecidas de amor en las inmediaciones del lugar, “camisas negras” fascistas custodiando el féretro del actor (supuestamente enviados por el mismísimo Benito Mussolini) y una catarata de “desmayos” y “crisis psicóticas” entre las más de 100.000 personas que se acercaron a dar el último adiós al más grande de los amantes.
Aunque finalmente se supo que muchas de esas extravagancias fueron orquestadas por Campbell y Ullman valiéndose de actores y actrices contratados a ese efecto, lo cierto es que el velatorio debió extenderse por más de cuatro días y la histeria masiva que se generó al momento del estreno de El Hijo del Sheik (que llegó a los cines dos semanas después de la muerte del actor) generó un fenómeno de taquilla sin precedentes.
Un capítulo aparte merece el destino final del féretro que contenía el cuerpo del latin lover. Mientras su hermano Alberto propone repatriarlo hacia su Europa natal, su representante y la comunidad hollywoodense presionan para mantenerlo en el lugar donde se había convertido en una megaestrella.
Pola Negri, la actriz polaca que fue la primera estrella europea contratada en Hollywood y amante de Valentino durante sus últimos años (al punto de acaparar la atención de los medios periodísticos durante el funeral), insistió en que se quedase en Hollywood. Finalmente, y después de una segunda ceremonia mucho más breve e íntima en Los Ángeles, el cuerpo de Rodolfo Valentino fue inhumado en el Hollywood Memorial Park.
A partir de allí, el mito, otra vez, adornado y enriquecido con las versiones y las especulaciones que no podían faltar. Se dijo que Valentino había sido, en realidad, asesinado por un marido celoso. Que lo había matado una fanática desquiciada. Que su cuerpo nunca había estado en el féretro ubicado en el centro del caótico funeral neoyorkino. Que lo habían matado, incluso, la tristeza y la depresión provocadas por la inminente llegada del cine sonoro, donde su voz aflautada escasamente “varonil” no hubiera sobrevivido.
La enigmática mujer vestida de luto que, dicen, se acercó durante décadas hasta su tumba en cada aniversario de su muerte para dejar allí doce rosas rojas y una blanca, es el misterio final. El último derrame de un torrente de pasión y arrebato que consumió a su protagonista con la velocidad y la intensidad que Hollywood sólo destina a unos pocos elegidos.
Fuente: https://www.clarin.com/viva/rodolfo-valentino-vida-lujuriosa-tragica-primer-latin-lover_0_QJeCEcEr4.html