El día que Raffaella Carrá le dio una lección de vida a Sophia Loren
Hubo que esperar a la tercera edad de cada una, a que un sector de la sociedad ya no las señalara -más bien las dimensionara como mitos-para la cumbre de los dos monumentos italianos a la libertad femenina. El ombligo que trastornó al Vaticano frente a los ojos a los que el mismo Vaticano acusó de adúlteros.
Fue en Ginebra, a orillas del Lago Leman, en la mansión de Sophia Loren. Raffaella Carrá le regaló una rosa roja. Fantástica fiesta. No sabía que era la última vez que se verían. Que a una de las dos se la llevaría la muerte en menos de dos años.
«L’ultimo incontro» fue también el primero como dios manda, como unir el Coliseo a la Fontana Di Trevi. Ningún productor había planificado ni desembolsado lo necesario para reunirlas décadas antes. No había rodajes en común, ni marquesinas teatrales, ni shows televisivos compartidos. Solo la simpatía mutua, esa admiración de compatriota, de quien entiende que el otro alza una bandera y logra un nivel de carisma mayor al promedio de cualquier mortal.
Raffaella Carrá y Sophia Loren en TV (captura TV)
El escueto antecedente, una entrevista de pasillo, fugaz, con Raffaella micrófono en mano, había sido en los ochenta. «Tuve que esperar 40 años para encontrarla. Valió la pena», lagrimeó Carrá cuando logró tomar un avión hasta Suiza y traspasar la muralla de Sophia, rodeada de montañas.
«Raffa» había anunciado su retiro en 2016, pero regresó a la pantalla por RAI 3, dirigida por su ex pareja (Sergio Japino). Corría 2019, la última ráfaga pública brillante antes de apagarse. Un cáncer se estaba instalando en su cuerpo, pero el trabajo la distraía. A raccontare comincia tu se llamaba el programa, adaptación del formato de Mediaset España Mi casa es tu casa, con Bertín Osborne. Fueron diez episodios, diez entrevistas a personalidades en las que ella oficiaba de visitante y promediaba el millón y medio de televidentes.
El gran cruce de majestades se dio en el segundo envío del programa, en lo que algunos críticos italianos definieron como «una de las páginas más bellas y delicadas de la historia reciente de la TV». ¿Qué preguntarle a «La Loren» que no se le haya preguntado? Gracias a la entrevistadora -y a su modo de no atarse a la pregunta- la charla fluyó como un río navegado por la sororidad de dos iconos que para construirse tuvieron que lidiar con la lupa examinadora del mundo.
En distintas galas, por separado, Sophia Loren y Raffaella Carrá.
Contemporáneas, apenas nueve años entre un nacimiento y el otro, uno en Roma (el de Loren, en 1934), el siguiente en Bologna (en 1943). Sophia se crió en realidad en Pozzuoli, Nápoles, en la miseria y en lo sanguíneo de ese sur atravesado por la Segunda Guerra Mundial. Para la rubia los primeros años fueron más sencillos, un pasar económico confortable y una educación en colegio de monjas.
Las paralelas se cruzaban en infinitos puntos de estos dos reinados. Ambas alteraron una letra o un nombre en sus identidades artísticas. Raffaella María Roberta Pelloni fue Carrá después de que el director Dante Guardamagna le sugiriera el seudónimo inspirado en el pintor Carlo Carrá, artista del movimiento futurista. Sofia Constanza Brigida Villani Scicolone agregó la «h» intermedia al nombre y suprimió su apellido -según cuenta la leyenda- cuando el director Goffredo Lombardo intentó uno corto y fácil y lo encontró en un cartel de su oficina: el de una actriz sueca llamada Märta Toren. Así, decidió cambiar la T por la L.
Padres ausentes provocaron dolores parecidos. SL llamaba a su abuelo papá, porque Riccardo Scicolone, el padre biológico, accedió a dar su apellido, pero se negó a casarse con Doña Romilda Villani y a compartir la crianza. Esa «ilegitimidad» que los vecinos señalaban fue tema de vergüenza familiar por muchos años. Hasta los cinco, Sophia creció convencida de que el abuelo materno era su progenitor. RC, hija de separados, padeció esa relación de niña «dividida», extraña para la sociedad de la época. En ambos casos, el carácter fue como esculpido por un fuerte matriarcado.
En el living de ese palacete suizo, Madame Loren y Madame Carrá tejieron en poco más de una hora una clase de elegancia televisiva. «¿La elegancia se aprende o se trae?», consulta Raffaella, y Sophia, hija del hambre, la misma que de niña comía frutas con carozo y todo para calmar la sensación desesperante, le responde sin titubear: «Se lleva adentro».
Las aventuras con Audrey Hepburn como vecina de mansión («nos hizo morir de hambre en una invitación a almorzar y terminé comiendo salame y pan en mi casa»), la felicidad como sinónimo (o no) de la serenidad, la cárcel como gran mancha en la vida de Sophia. Raffaella logró que la diosa de Matrimonio a la italiana y Un día muy particular filosofara, ironizara y hasta revolviera en ese calvario de 17 días en prisión por evasión impositiva, en 1982. La Justicia italiana terminó acortando la pena de un mes y liberándola «por buena conducta» antes de esa cárcel conmocionada de Caserta, Nápoles.
El amor con el director Carlo Ponti fue otro de los grandes tópicos ese día histórico. Loren tuvo que bucear incansable ante las críticas por la diferencia de edad (más de 20 años él) y las habladurías feroces por esa relación con un hombre separado en la era en que el divorcio no existía en Italia. Con esa sapiencia no gratuita propia de las ocho décadas, mira a los ojos a Raffaella y baja el tono: «Es mejor esperar ante que hablar. ¡Cuánto esperé!».
En el jardín de la casa de Suiza de Sophia Loren. (Captura video)
¿Cómo esas «estatuas» símbolos de la emancipación del cuerpo no se habían tomado el tiempo para unir magnetismo en pantalla o reunirse apenas para hablar de bueyes perdidos? Ni ellas podían creerlo, abrazadas en ese jardín de Loren, entre frutillas, masas y café. «Donna extraordinaria. Un poco lo imaginaba, pero no tanto», dice en la despedida Carrá, que ahora en Replay Loren resignifica.
Durante un tramo de esa charla donde se esfumaban los límites de quién era la entrevistadora y quién la entrevistada, la ganadora del Oscar hace una pregunta que a Carrá le toca alguna fibra íntima. «¿Quieres fumar?». A lo que Raffaella responde rauda: «No empieces a hablar de mis defectos… ¿Quieres escupir delante de todo Italia?». El cigarrillo era su gran perdición.
Pocas postales más italianas y arrolladoras hubo en el último tiempo en TV. Menos de un año después de ese coloquio, Loren se confinó en su castillo vidriado, atemorizada por el coronavirus. Si hasta confesó que sentía ese «miedo estomacal» digno de la infancia, cuando la familia evitaba salir de casa por la lluvia de bombas y el paisaje de cadáveres. Para entonces, Raffaella entendió que no volvería más a la televisión: el cáncer la estaba consumiendo y la pandemia jugaba a favor en esa estadía silenciosa que protegía de la filtración de cualquier dato a la prensa.
La madre y el hermano de Raffaella habían muerto por cáncer de pulmón. El destino podía estar en la genética, pero también en ese hábito que ella no había podido desterrar, el de la docena de cigarrillos diarios. Tal vez sea Raffaella con su muerte la gran campaña involuntaria anti-tabaco. Tal vez lo sea también Sophia, que hace unos días habló en La Stampa.
«Colpo al cuore». Con esas tres palabras («golpe al corazón») definió Loren la noticia que el 5 de julio apuñaló a millones. «En esa entrevista parecíamos viejas amigas. Yo la llamaba mi hermana pequeña. Sentí esa hermandad, aunque nos dimos la mano por primera vez aquella vez. Después de eso nos mantuvimos en contacto. Mientras estábamos tomando café, me dijo que no fumara más. Desde entonces yo no lo he hecho, tiré el cigarrillo y no volví a encenderlo».
Fuente: https://www.clarin.com/historias/dia-raffaella-carra-dio-leccion-vida-sophia-loren-tabaco-cancer-advertencia_0_OYeFMVJwA.html