Hugo Orlando Gatti: a los 77 años

Huidizo, impredecible, vive entre España y la Argentina. Gambetea a la prensa local y es casi un cómico en la TV madrileña.

En marzo de 2020 Hugo Orlando Gatti planeó su fuga. Experto en partir sin avisar y en ángulos y bisectrices, fantaseaba con encontrar el hueco perfecto, quitarse las cadenas y escabullirse hasta volverse invisible. Escapista al estilo Houdini, era entonces paciente con Covid-19, se arrancaba la mascarilla en plena internación madrileña y jugaba a hacer «la de Dios» entre enfermeros. Mientras el mundo se derrumbaba, escupía las pastillas, hacía lo que hizo toda su vida, transgredir, salir a cortar el viento. Finalmente se fue sano del hospital, con una teoría exótica: «Creo que curé mi coronavirus comiendo mandarinas».

A los 77 años el hombre que nunca se autopercibió arquero es el mismo enigma que cuando atajaba jugando a ser un Cristo arrodillado. Dos mitades eternas, dual, River y Boca a la vez, alternador de dos modos, ciudadano español unos meses y vecino de la frontera Colegiales/Belgrano R cuando se aburre y abandona España. Allá es figurita polémica de la TV y acá un ser silencioso que cada vez que usa la lengua deja heridos. Último gran showman del fútbol, continúa jugando al dedo en la llaga y al dios todopoderoso: «Todavía me quiero muchísimo».

Perseguirlo es tarea detectivesca. Está y no está, escurridizo, águila curtida, si atiende el teléfono asegura que es su hermano, o manda a decir -vía amigos- que en la era de Internet -donde una frase puede ser un gusano que se estira y se multiplica- «mejor no declarar». Sigue necesitando más del sol que del agua. Como esas plantas que giran hacia el mejor ángulo de luz, «El loco» exprime hasta el último rayo. Mantiene el tono bronceado cobrizo, la estampa atlética y la fama de «difícil».

-¿Cómo estoy?Vivo, me pescaron yéndome, estoy bien, no sentí nada con el coronavirus, ando feliz, pero apenado cuando voy al supermercado en la Argentina y veo los precios de un país que supo ser un gran país. También me apena no poder llegar a la inauguración del nuevo estadio, mi Bernabéu. Ni Boca ni River: mi corazón está con el Real.Entrenando y poniendo a prueba los reflejos hace dos décadas. (Archivo Clarín)

Entrenando y poniendo a prueba los reflejos hace dos décadas. (Archivo Clarín)

Sesenta años pasaron desde que su hermano Chon lo trajo en un rastrojero a la ciudad desde Carlos Tejedor. Aquel día mordieron la banquina, metieron las patas en el barro y tuvieron que empujar la máquina hasta que volvió a arrancar. En estos días esas mismas «patas de tero» inquietas no ven la hora de subir a un avión de Iberia. Descansan en su departamento de Avenida de los Incas y caminan diariamente la Avenida Forest en un impasse del trabajo principal, el de personaje controvertido del programa español deportivo El chiringuito. 

La especialidad del hombre nacido hace 28 mil días no es el diagnóstico futbolístico, sino el rol de rey de la mueca. Como un actor hablando de fútbol. A medio siglo de esa publicidad de Ginebra Bols en la que en plena faena del arco le agregaba soda a la bebida para tener «smowing», el hombre camina con maestría el espacio escénico de un estudio de tele madrileño, frunce el entrecejo, maneja escalas de tono y lanza un disparate, inimputable, rompiendo la cuarta pared. Medio España se ríe, Hugo factura.

Fue el padrinazgo del empresario español Florentino Pérez, Presidente del Real Madrid, el que bifurcó su faceta profesional hace unos años. Ingeniero de caminos, Pérez fue tejiendo un imperio de empresas del sector de la construcción mientras edificaba su reinado futbolístico. Un día «El loco» le cayó bien ynació una amistad que devino en una suerte de mecenazgo. Gatti se volvió su defensor acérrimo en pantalla, casi un comediante que oficia de «madridista y florentinista». 

«Florentino es mi jefe, un todo, el tipo que los últimos años me cambió la vida. El que me hizo jugar en el Real sin haber jugado en el Real», explica el hombre con más partidos en la historia del fútbol argentino. Desde las oficinas de la entidad merengue aclaran que «no existió ni existe» una relación laboral oficial con el club, pero es sabido que Pérez le abre la puerta del estadio cuando desea y lo acercó a ciclos televisivos populares como Punto pelota. En personaje. Los escándalos de Gatti en "El chiringuito", programa español.

En personaje. Los escándalos de Gatti en «El chiringuito», programa español.

En 2018 en Madrid la relación atravesó una prueba de fuego. De pronto Hugo tuvo dificultad para expresarse y nombrar las cosas, sufrió un episodio coronario (dos arterias tapadas) y Florentino apuntaló como si fuera su familiar. De forma veloz intervino para llevar adelante la internación, Gatti se recuperó y salió sonriendo del hospital sin callarse el reclamo: «En la Argentina si me pasaba lo mismo y llamaba al presidente de Boca no me hubiera dado bola».

«¿Entender al Loco? Nunca lo vas a entender», avisa Ernesto Heber Mastrángelo, ex delantero, amigo desde los 15 años, compañero de equipo en Unión de Santa Fe y Boca Juniors, el mismo que «le metía sapos o ranas en la cama de la concentración de La Candela para que pegara saltos y dijera con los ojos afuera: ‘Me vas a matar de un infarto'».

Dice Heber que le cuesta comunicarse, que conteste los llamados, que cuando parece que está acá, su cuerpo ya está asándose como necesitando su fotosíntesis en el sol de España, y cuando lo creen en Madrid ya está caminando por Buenos Aires. Imprevisible camaleón. Todo aquel que adore a Gatti acepta «la letra chica», el contrato implícito que es tratar de no cambiarlo ni analizarlo. «Es vivísimo y movedizo ese indio como tallado en madera. Yo le llamo todavía como le decíamos en Boca, Profesor Lambetain, porque no quería firmarle autógrafos a los chicos y los echaba. Es solitario, cuesta llegarle».Hugo Gatti (Archivo Clarín)

Hugo Gatti (Archivo Clarín)

Siguiente parada de la travesía Gatti, «estación» Guillermo Coppola. Representante durante una década, amigo, padrino de su hijo «Fefo» (Federico) y narrador de un anecdotario digno de una serie, Coppola arranca: «Cuando se fue a España, la relación se enfrió, nos cruzamos hace unos años en un partido del Real, él en el palco de honor. Ha sido después de Maradona el tipo con el que más comí. La última vez que hablamos fue hace unos seis meses. Nunca voy a olvidarme de que mientras yo andaba en la época pesada del rock and roll, me cuidó mucho, tiene una vida inmaculada y siempre le voy a estar agradecido. Todo el tiempo buscando el sol: al Loco y a mí nos unió el sol».

Sol sin protector, pero también lunas marcaron una camaradería de antología entre el salidor compulsivo de las áreas y el salidor sistemático de las noches porteñas. Cuenta la leyenda que alguna vez el patovica de Mau Mau no dejaba ingresar al Gatti de la era dorada por llevar zapatillas. «Guillote», raudo, ingresó a la boite, apareció en la cocina y le sacó los zapatos a un mozo. «El número no era el mismo, así que lo hice calzarse en la puerta, y entró a la catedral del ruido junto a su mujer, chancleteando, con el calzado del mozo».

Coppola, de algún modo el «vendedor» de la sien de Hugo, se adjudica «haberle puesto la vincha» de «la tarjeta en la que trabajaba como gerente», Visa, y del restaurante que pagaba con canje de comida, Paparazzi: «Culo inquieto yo, las necesidades financieras de Boca llevaron a eso. Después, una necesidad mayúscula nos llevó a Vinos Maravilla en el pecho, el primer pecho publicitario generado por mí. Fui a lo de unos amigos que tenían bodega y les dije: ‘Tu vino no lo toma nadie, voy a hacer que sea el más tomado del país’. En ese esquema El loco era un gran modelo. Él copió de su mujer Nacha Nodar, ex modelo, esa faceta, ese modo de explotar su imagen hasta hoy. Muy vivo para los negocios, también cuidadoso. Creo que al menos hasta hace poco tenía todavía el BMW 320 que todos nos compramos. Le hacían fama de agarrado, pero no lo es para el disfrute».

Los días del hombre que coleccionaba vacas

Más de un generador de contenidos digitales se pregunta cómo no hay redes sociales oficiales de quien podría ser estrella de Tik Tok o filoso tirador al blanco en Twitter. Incluso editorialmente hay un agujero. Mitad de su vida está narrada en un libro de 1977 (Yo, el único), un texto que adeuda todo lo que ocurrió después en esa vida de cajas chinas. «Me gustaría escribir mis memorias», adelanta. Tal vez sentarse a negociar con Hugo Orlando sea un escollo. Gatti sin «traje» de clown es selecto en sus emprendimientos y en sus relaciones.Hugo Gatti y su familia: ayer y hoy: Nacha y los hijos de ambos, Fefo y Lucas

Hugo Gatti y su familia: ayer y hoy: Nacha y los hijos de ambos, Fefo y Lucas

Su clan es el equipo más unido que capitaneó. ​El gran sostén es desde hace medio siglo Nacha, la ex mannequin con la que se casó en 1977 y quien decidió alejarse de los flashes para criar a los hijos de ambos, Federico y Lucas. Éste último, ex futbolista, 43 años, cuatro hijos, entrenador, se reparte entre Italia y Londres y trabaja como conferencista ligado a la metodología formativa del fútbol. Es uno de los que prefiere preservarlo mediáticamente en esta instancia de precaución ante la variante Delta y los chequeos permanentes post-Covid.

Gatti ya no tiene departamento en el coqueto barrio de Salamanca de Madrid y opta por hoteles. Ya lo dijo alguna vez como gran metáfora: «Los tres palos eran mi casa, pero yo nunca estaba en mi casa». Cuando la habita se deleita si en un movimiento de zapping pesca un partido de tenis de su ídolo Roger Federer. Ama al suizo casi tanto como amaba a Muhammad Ali (Cassius Clay, de allí el segundo nombre de su hijo Lucas Cassius). Un video en blanco y negro todavía registra el gran encuentro con Cassius: en 1979 de visita en el país, Ali fue entrevistado en Mónica presenta, el ciclo de Mónica Cahen D’Anvers. Hugo lleva el bebé al estudio y se lo da advirtiendo el homenaje en el DNI. El boxeador lanza el chiste: «Qué bebé más lindo salió de un padre tan feo».

Ahora el que ayuda a retratar al tipo de las manos como pinzas, temperamento hipnótico y ego de divinidad es Oscar Tubio. «No se coman el personaje, es más bueno que el quaker», anticipa el pionero creador de logos y camisetas icónicas del fútbol argentino, ex alcanzapelotas de Boca Juniors, dueño de El jardín de Oscar (local de la calle Florida) y «amigo-hermano» de Hugo. «No hay nada que descifrar, es lo más normal del planeta».

«Es un tímido, muy apegado a su familia, sanísimo, ingobernable, empecé vistiéndolo y fue con el único que no pude hacer negocios, pero nunca me divertí más en la vida», se ríe Tubio. «Todos los días quería una remera distinta, había que seguirlo, no era posible el marketing así. Trabajé con todos los pechos, Carlos Monzón, Diego Maradona. Gatti no obedecía, no quería la estrategia un solo color de polera, hacía lo que quería. Y lo sigue haciendo. Por ahí no sabe cómo decirte ‘te quiero’ pero lo dice con acciones. Por ejemplo, un día salíamos de ver a Marcelo Tinelli, le elogio el saco impresionante que llevaba puesto, se lo saca y me lo regala. El otro día hablé con él. Es arisco y le tiene miedo a la muerte».
Hugo Gatti junto a su mujer Nacha y el hijo de ambos, Lucas.

Hugo Gatti junto a su mujer Nacha y el hijo de ambos, Lucas.

​​La estatua que busca «hacer las paces»

«Peso que entra, peso que se invierte», fue siempre el lema del hombre que coleccionaba vacas en un fútbol de vacas flacas y más pasión que ceros en el sueldo. Para fines de los sesenta ya contabilizaba 1.000 cabezas de ganado y 900 hectáreas en Carlos Tejedor. «Inversor compulsivo», lo tildaba sin pudor El Gráfico de aquella época, que lo retrataba en blanco y negro en medio de una lluvia de pesos argentinos. Tiempos de sociedad con Luis Artime en una pizzería en Helguera y Mosconi. Además del negocio del arco, Hugo relojeaba atento las cuestiones del arado y la siembra de campos y la venta de fugazzetta.

Gustavo Bucciarelli, 49 años, de Castelar, uno de los más fieles admiradores de Gatti, lo conoció en persona en 1989, después de ir a participar a Feliz domingo para la juventud y rogarle a Jorge Formento que le facilitara el teléfono del ídolo. Llamado va, llamado viene, forjó una relación cercana con el hombre distante. Su misión hoy es el «operativo hagamos las paces con Boca Juniors»: lanzó una petición online para lo que llama «una reparación histórica», una estatua del arquero que sea erigida en el hall del club.

La propuesta divide aguas. Por aquel penal atajado a Vanderley en 1977 ante Cruceiro (la Primera Libertadores de América) y tantísimas perlas en 12 años de azul y oro, el tributo debería ser justicia, sumar esa figura a la galería de ídolos en bronce que puede verse entrando por Brandsen 805 (Diego MaradonaGuillermo Barros Schelotto, Ángel Clemente Rojas, Silvio MarzoliniAntonio Ubaldo Rattín, «El Chapa» Suñé y Carlos Bianchi). Otros piensan en la lengua filosa, en el vínculo resquebrajado que pudo encandilar el esplendor deportivo, en las posteriores declaraciones corrosivas de Hugo como «prefiero al River de la B que al Boca campeón».Hugo en el ciclo de Josep Pedrerol más de una década atrás, el programa español "Club de fútbol".

Hugo en el ciclo de Josep Pedrerol más de una década atrás, el programa español «Club de fútbol».

«Me dolió muchísimo cómo se fue de Boca en 1988, y a él también le quedó esa espina. Creí que su estatua ya existía en Boca y me dio cierta indignación comprobar que no. Es momento de que se pueda reencontrar con el club. Él ya dio el visto bueno», detalla Bucciarelli. «Me da la sensación de que está en una etapa y a una edad en la que necesita ese mimo».

¿Fumar la pipa de la paz con el club de la Ribera​? «Puede ser», dice Hugo Orlando en uno de los 32 llamados para ubicarlo. «Los directivos de Boca, sacando a Alberto J. Armando y a Mauricio Macri, que revolucionaron todo y le dieron vuelo alto al club… no existen. Yo le di la vida a Boca y me dieron una patada en culo. Pero no estoy peleado con el hincha. Sería un honor ese reconocimiento. A tantos cracks no se lo han hecho, pero si me toca, bienvenido».

En Carlos Tejedor, donde nació el 19 de agosto de 1944 y donde cazaba perdices como moscas, no hay homenajes programados ni gran relación de amistad. Cuentan que «El loco» mantiene familia en ese partido bonaerense, pero poco se lo vio en los pagos los últimos años. No cultivó el hábito de volver. Una vez desprendido el cordón umbilical de esa geografía a comienzos de los sesenta, echó raíces sin melancolía. «Acá también divide», cuentan desde el club Huracán de esa ciudad, donde se inició.

«Están quienes lo recuerdan bien y quienes no, porque cuando le hacían entrevistas decía que venía del campo, pero no nombraba a Tejedor. El club cumplió 92 años y sólo lo homenajea un cuadro que mandó a pintar el presidente y que colgamos en la confitería».Junto a Carlos Menem en 2003, cuando el ex Presidente volvió a ser candidato en las Elecciones.

Junto a Carlos Menem en 2003, cuando el ex Presidente volvió a ser candidato en las Elecciones.

Si un guionista quisiera compactar esa vida en una biopic, se sentiría frustrado. Por dónde empezar, cómo recortar información, Atlanta, Gimnasia, Unión, el idilio River, el idilio Boca. Hay marcas que podrían abrir grandes relatos, la foto del algodón embebido en alcohol que olía en cada partido «para abrir los pulmones», la escoba que le tiraron desde la tribuna xeneize y con la que se puso a barrer el área para lograr enamorar al entonces bando enemigo…

Las escenas de la película todavía no filmada desfilan sin tregua, el balde de vino que lo acompañaba en las concentraciones, la petaca de whisky apoyada en un poste en Kiev para hacer frente a la nieve en el amistoso URSS- Argentina de 1976, la fractura de mandíbula de la que volvió en apenas 28 días, el último puñal, el de Deportivo Armenio (gol de Silvano Maciel que le ganó al cálculo del Loco de entonces 44 años) que provocó que José Omar Pastoriza separara a Gatti del equipo para darle la oportunidad a Carlos Fernando Navarro Montoya… El retiro bajo el título «morí arriesgando, como viví». El partido despedida diez años después (1998)…Alfredo Graciani, Juan Carlos Lorenzo y Hugo Gatti. (Archivo Clarín)

Alfredo Graciani, Juan Carlos Lorenzo y Hugo Gatti. (Archivo Clarín)

«Difícil seguirle la pista. Lo vi por última vez comiendo en El Corralón», suma a pura risa Jorge «El Ruso» Ribolzi, su compañero durante cinco temporadas en Boca, testigo de esa condición casi anfibia, de esa personalidad complejamente magnética. «Es un tipo que no molesta a nadie y no quiere que lo joroben».

La mirada de Ribolzi lo construye como dentro de un grupo en el que Gatti nunca terminaba de encajar, aunque lo liderara. Un mortal con comportamientos diferentes. «Es el que retirado sigue vestido como jugador. Yo lo llamo el especial, el carismático, todo lo que hacía en la cancha le caía bien hasta al hincha contrario. Sentirse el mejor le daba una moral y una seguridad que contagiaba. Aunque no lo crean, en su vida es medio callado. Se soltaba, cambiaba la actitud cuando se ponía en modo jugador, pero hemos compartido grandes asados en casa de Pancho Sá o en su otra casa de Tigre y juro que es totalmente distinto. Camina por la vida solitario y esa soledad nosotros la respetamos».

-Hugo: ¿sigue sosteniendo un personaje o tenemos que creerle las cosas que dice?​

-​Soy el mismo de siempre, sigo siendo esto, un gran narcisista.

El identikit de H.O.G parece inabarcable, pero nos aproxima a una idea. Tal vez la única certeza es que nunca dejó de ser ese niño trapecista del circo infantil de los hermanos Facio al que llamaban “El chita”, como el mono tarzanesco que trepaba y huía. Gatti es un chico atrapado en un cuerpo adulto. Todavía necesita de nuestra atención, de que lo veamos juguetear de a ratos hasta que se cansa y desaparece. Peter Pan. O quizá exista una teoría mejor: «El Loco» es un artista disfrazado de arquero. Y como todo artista, un incomprendido.

Fuente: https://www.clarin.com/historias/persiguiendo-hugo-orlando-gatti-misteriosa-vida-77-ultimo-gran-showman-futbol_0_9PlwIzh3S.html