Cerraron librerías pero aparecieron editoriales
La pandemia trajo una reconfiguración general de todo lo conocido que se vio reflejada en la venta mediante plataformas online. «Fue un cimbronazo tremendo para las librerías, que de por sí ya venían muy golpeadas», sostienen desde la Cámara Argentina del Libro.
POR DOLORES PRUNEDA PAZ
En una nueva fase caracterizada por el alejamiento paulatino de las políticas más restrictivas impuestas por la pandemia, el mercado editorial argentino condensó este año fenómenos contrapuestos que matizan los diagnósticos más radicalizados sobre el futuro del sector: por un lado, nuevos sellos independientes irrumpieron con catálogos auspiciosos y un fervor que parece desatender la volatilidad actual de la economía, y por el otro una serie de históricas librerías se vieron obligadas a bajar definitivamente sus persianas, la mayoría situadas en las áreas urbanas más castigadas por el vaciamiento de las calles, como consecuencia del home office.
«La pandemia trajo una reconfiguración general de todo lo conocido que se vio reflejada en la venta mediante plataformas online (teniendo en cuenta que un libro promedio vale 1.500 pesos y que el envío sale lo mismo que enviar un celular, aunque el celular valga al menos 10 veces más que el libro). Esa modalidad se fortaleció con el aumento del uso de plataformas por parte de los lectores y, en este sentido, el nacimiento de tiendas virtuales vino a solucionar parte de la demanda generada en dicho período», dice a Télam Juan Manuel Pampín, vice titular de la Cámara Argentina del Libro (CAL).
«Fue un cimbronazo tremendo para las librerías, que de por sí ya venían muy golpeadas, tanto por los cambios de hábitos en la lectura y el acceso a los libros, como por la crisis económica», asevera Gabriela Adamo, directora del último informe del British Council, publicado hace dos meses, sobre el sistema editorial latinoamericano. Algunas cerraron durante los meses más duros y nunca volvieron abrir«, como las exporteñas Mr. Hyde, A libro abierto, Los Argonautas, Las mil y una hojas, Waldhuter y la histórica Librería de las Luces, que funcionó 60 años como espacio emblema en el centro porteño.
El caso de librería Hernández es un intermedio: promediando el año cerró la sucursal que funcionó durante 20 años en avenida Corrientes 1311 y se quedó con la que está sobre la misma calle al 1436. «Pero otras reaccionaron con una creatividad extraordinaria -remarca Adamo-. Armaron sistemas caseros de entrega puerta a puerta (muchas veces los mismos dueños a pie o en bicicleta), imaginaron estrategias comerciales (abrir sus tiendas virtuales, sumarse a Mercado Libre, campañas de preventa de libros) y se comprometieron de lleno con las redes sociales que fueron clave para generar fidelidad y, ahora, ampliar públicos, modalidades que llegaron para quedarse y bienvenido sea».
«Las librerías y editoriales medianas y pequeñas se adaptaron mejor a los cambios de pandemia que las grandes -apunta Pampín-. Les resultó más sencillo moverse dentro del nuevo contexto. Las librerías más pequeñas, especialmente, tuvieron un trato más personal con sus clientes, son una ayuda fundamental a la hora de encontrar libros, crearon clubes de lectura, funcionan como curadoras del tiempo libre de la gente y muchas ayudan a acceder a un segundo y tercer libro». De hecho, «las librerías de barrio fueron las que mejor pudieron adaptar su gestión para no caer en meses más duros».
Entre esas variantes está Salvaje Federal, creada por la escritora Selva Almada, que rescata obras literarias de las provincias y sellos universitarios. O librerías barriales, como Mandolina, que en pleno aislamiento, diciembre de 2020, saltó del formato virtual, itinerante y casero a un local a la calle en Belgrano, con la idea de servir como «un punto de encuentro cultural para el barrio», explica su co-creadora, Valentina Zelaya.
El caso de las grandes cadenas es un tema aparte. Desde Yenny-El Ateneo, Jorge González considera que el impacto y evolución de la pandemia «fue negativo como en casi toda la economía», aunque acaben de reabrir una sucursal en Mendoza. «Pros, ninguno -dice-. Contras, casi todas las imaginables: pérdida de ventas, menos oferta, quiebres de stocks por falta de reimpresión, cierre de fronteras. La pandemia profundizó los cambios que ya se venían dando en las formas de consumo: mayor demanda en compras online (sea por Web o Whatsapp) y billeteras electrónicas».
Sin embargo, con la distensión de las restricciones «fue aumentando el stock y el fenómeno 2021 de lectura fueron los libros de ficción para jóvenes, pero esto no alcanza para volver. Necesitamos mejoras económicas: la diferencia de ventas respecto al periodo previo a la pandemia fue entre casi fundirse y sacar la cabeza del agua«.
Para Pampín, el relajamiento de las medidas sanitarias «posibilitó el acercamiento de lectores a librerías y editoriales y eso hay que celebrarlo y, mientras los casos de Covid se mantengan y las vacunas sean efectivas, la presencialidad se irá afianzando. El sector debería tender a un crecimiento en la medida que el país vaya consiguiendo cierta estabilidad que genere un mercado con reglas claras».
Según Adamo, «la cuarentena dura del 2020 mató a las librerías que dependían totalmente de la circulación de público y no pudieron o no quisieron adoptar estrategias nuevas (las que estaban cerca de las universidades erraron en masa) . Las demás demostraron que pueden seguir incluso con cierres parciales. Irán adaptándose a las aperturas y cierres que las políticas sanitarias vayan marcando. Se trata de un sector muy resiliente, acostumbrado a capear crisis y que siempre parece sobrevivir».
De acuerdo a la CAL, «entre marzo de 2020 y diciembre de 2021, se crearon unas 50 empresas, diferenciadas entre las que brindan servicios editoriales, configuradas muchas veces en el contexto de la autoedición, que no siempre está reflejado en los canales comerciales, y las que trabajan de modo directo con los lectores. Por otro lado, aquellas editoriales tradicionales cuyo canal de distribución y venta son las librerías».
¿Por qué es posible crear un sello en plena crisis sanitaria y económica global? Dice Adamo que no quiere caer en el cliché, pero que «hay algo del poder sanador del arte que pareciera estar en juego». Y completa: «Me hace acordar mucho a lo que pasó en el 2001. El público lector se aferró con fuerza a sus autores, editoriales y librerías preferidas y ayudó a sostenerlos como pudo. Ni bien se abrieron un poco las restricciones, volvió a las librerías y a eventos como la Feria de Editores (FED) o presentaciones de libros».
Las editoriales independientes argentinas, sostiene la investigadora, «tienen un largo recorrido desde su aparición en la escena literaria en la década de los 90 del siglo pasado. Con altibajos, se mantuvieron firmes, fueron conquistando mercados locales e internacionales, trabajaron muy bien la comunicación, apostaron a autores y diseños innovadores».
«Aprendieron mucho y creo que hoy en día se convirtieron en un ecosistema que, a pesar de las dificultades y la inestabilidad, muestra una alta calidad. Ojalá en algún momento esta inestabilidad dé lugar a la solidez necesaria para armar estrategias a largo plazo», puntualiza.
«Quizás habría que preguntarse cómo no hacerlo; cómo no crear un sello editorial o cualquier otro tipo de proyecto colectivo, artístico o social en contextos adversos», refuerza Emilio Jurado Naón, uno de los fundadores del sello Rapallo de poesía contemporánea. Aunque suene trabajoso, fundar una editorial en plena cuarentena también significó un encuentro periódico en torno a una idea, la conversación sobre poemas y ensayos, y un insumo enriquecedor de lo cotidiano.
«El encierro aceleró mucho el desarrollo de los libros, el pensar ideas, ilustraciones, personajes, permitió salir a través de la fantasía y la música. Hacer libros de canciones, que invitaran al movimiento, cobró otra intención porque fueron aliados para propiciar momentos de disfrute», agrega Daniela Szpilbarg desde el sello infantil Pupek, inaugurado en Rosario un mes antes del primer decreto de aislamiento obligatorio.
«El incremento en la digitalización pasó de ser una opción que solo algunas editoriales venían manejando, para ser casi una necesidad del sector para adaptarse», indica Pampín. Casos como @SelvaCanela, que nace junto con la pandemia y toma forma en un taller de Antonio Santa Ana focalizado en países fuera del radar literario, con libros como «Los sueños del gato salvaje», del australiano Mudrooroo, traducido por Martín Felipe Castagnet.
Un recorrido divergente plantea Ediciones Bonaerenses, creada en junio de 2020 por el gobierno bonaerense para «democratizar la palabra, garantizar la circulación plural de voces y expandir el patrimonio cultural provincial», indica su responsable, el sociólogo Guillermo Korn.
El acceso gratuito desde una práctica inclusiva significa, en esta primera etapa, «distribuir los libros en las bibliotecas públicas, populares y escolares y, como complemento, producir libros en diferentes formatos y soportes (físicos, digitales y de descarga libre). Ya publicaron títulos de ficción y documentos históricos, organizados en la colección Obras y en Nuevas Narrativas, cuyas ilustraciones de tapa son de artistas contemporáneos locales».
«Quizás más que desatender la volatilidad de la economía ese fervor editorial pueda ser pensado en términos de búsquedas -reflexiona Korn-. Se trata de buscar públicos diversos en un universo hiperconcentrado. La pluralidad cultural hace pensar en otros lectores posibles y nuevas estrategias de encuentro con los libros y con quienes los producen. En este sello estatal y público nos pensamos en diálogo con quienes editan en la provincia y compartiendo espacios comunes a través de un catálogo que cobije nuevas voces y grandes nombres», concluye.
Fuente: Télam