A 20 años del 2001
Intelectuales de distintos campos como Alejandro Kaufman, Eduardo Rinesi, Daniel Feierstein, Raúl Zaffaroni y Ricardo Aronskind publicaron por estos días un ensayo coral que lleva por título «La rebelión inconclusa» y que recorre la demanda de un capitalismo menos expulsivo y nuevos pactos sociales.
Tan inquietante como volver a evocar el impacto de los episodios del 19 y 20 de diciembre que provocaron una de las crisis más resonantes de la historia argentina es rastrear, veinte años después, el recorrido que ha tenido la demanda de un capitalismo menos expulsivo y nuevos pactos sociales al calor de consignas como «Que se vayan todos» o «Piquete y cacerola, la lucha es una sola», cometido que llevan adelante intelectuales de distintos campos como Alejandro Kaufman, Eduardo Rinesi, Daniel Feierstein, Raúl Zaffaroni y Ricardo Aronskind en un ensayo coral publicado en estos días que lleva por título «La rebelión inconclusa».
¿Cómo parpadea sobre este presente convulsionado -ya no por una crisis política y social con horizonte regional sino por una pandemia que removió los cimientos a escala planetaria- ese legado incandescente que desde hace dos décadas se proyecta sobre las nuevas luchas instaladas por la crisis de un ciclo que en su opacidad generó excluidos y luego muertos? En torno a este interrogante se agrupan los 23 ensayos que compila el periodista Conrado Yasenza en el volumen que acaba de publicar la revista La Tecl@ Eñe.
«De aquel 2001 reverbera en este 2021 esa alarma encendida en torno al resquebrajamiento entre la comunidad y sus representantes políticos, clima de despolitización que parece ser capitalizado por la irrupción de las derechas fascistas antisistema que ponen en riesgo nuestro pacto civilizatorio y que, sin embargo, y como paradoja espectral, bregan por ingresar a la arena política», destaca el docente de la Universidad Nacional de Avellaneda en el prólogo del libro.
El diagnóstico de Yasenza deja poco lugar para la esperanza, en tanto caracteriza cómo se disolvieron algunas de las consignas que por esos días de diciembre empezaron a alumbrar una articulación entre los sectores medios y bajo el grito de «Piquete y cacerola, la lucha es una sola», una gesta que de alguna manera se puede conectar con las expectativas de generar nuevos paradigmas económicos y formas de intercambio más solidarias a nivel comunitario y geopolítico que se vieron en los primeros tramos de la pandemia.
Ese clima que acompañó los golpes de cacerola en las calles y frente a la puerta de entidades bancarias se disolvió rápidamente. «La levedad efímera del ahorrista uniendo su suerte a las clases populares duró lo que puede durar el tiempo en que las capas medias estafadas por los bancos volvieron a posar su mirada en el espejo que siempre les devuelve, como efigie a desear, la imagen del amo», analiza Yasenza.
El presente no está exento de crispación, una efervescencia que el compilador identifica como «un clima de hastío frente a ciertos privilegios que ante la irrupción del acontecimiento pandémico tornaron irritantes», y en el que a falta de una rebelión popular, estallido o cacerolazo como en el 2001 se da «una preocupante pendiente antihumanista donde el ‘otro’ diferente no es un adversario político sino un enemigo a destruir. ¿Será este el germen de lo que ha sido definido como antipolítica?».
«La rebelión inconclusa» reúne trabajos de Eduardo Rinesi, Daniel Feierstein, Diego Sztulwark, Estela Grassi, Ricardo Rouvier, Jorge Giles, Hugo Muleiro, Angelina Uzín Olleros, Hugo Presman, Carlos Raimundi, Daniel Rosso, Claudio Véliz, Vicente Zito Lema, Raúl Zaffaroni, Hernán Brienza, Ricardo Aronskind, Fernando Fabris, Ricardo Ragendorfer, Luis Bruschtein, Vicente Armando Muleiro, Rubén Dri y Fernando A. Fabris.
Si bien en el ensayo coral hay algunos diagnósticos desencantados o escépticos, hay otros más optimistas que ven en la crisis de esos años algunas líneas de acción para pensar en el mejoramiento de la dinámica democrática, como el texto de Rinesi, titulado «Más democracia», donde plantea que el ciclo inaugurado el 19 de diciembre de 2001 y cerrado con la relativa «vuelta al orden» que se conquistó poco tiempo después «deja sobre todo una lección, que no deberíamos desatender, sobre el interés y la posibilidad cierta de un ejercicio mucho más activo que es posible de formas altamente participativas de la democracia».
«Quizás este sea, en efecto, el principal mensaje que podemos recoger del recuerdo de aquellas jornadas de las que se cumplen, en estos días argentinos, veinte años, y sobre todo, más quizás que de esas jornadas en sí mismas, de la secuencia de experiencias que se sucedieron desde entonces y durante un tiempo: que la democracia no tiene por qué ser, o no tiene por qué ser solamente, el gobierno de los representantes sobre el pueblo, y que cuando no es apenas eso es una democracia más rica, más plena y mejor», propone el politólogo.
Para la antropóloga social Estela Grassi, si en algunos períodos de su historia las clases sociales se cruzaban, transitaban y ocupaban lugares en los que las personas se reconocían como pertenecientes (la escuela, por ejemplo), «hoy esa pertenencia está quebrada en conjuntos inconmensurables entre los que parece hacer pie un ‘sálvese quien pueda’ que promete un liberalismo recargado y violento.
«Por eso -plantea la ensayista en su texto titulado «A 20 años del estallido social, político y económico de 2001. ¿Cuándo empezó lo malo?» – «no tendría sentido rememorar los acontecimientos del 2001 sin inscribirlos en el largo proceso que empezó con dictadura, se consolidó en los años noventa y que amenaza con traer de vuelta al mamut lanudo, aunque en estas pampas no es herbívoro ni recompone ecosistemas dañados, sino que puede terminar de arrasarlos».
El jurista y exmiembro de la Corte Suprema, Eugenio Raúl Zaffaroni, expone por su parte en «La voz de la razón: que se vayan todos» que «a dos décadas de distancia y en homenaje reflexivo a las víctimas provocadas por el absurdo al que el pueblo respondió con el racional “que se vayan todos”, la enseñanza que nos deja este luctuoso episodio es que lo peor que le puede suceder a cualquier fuerza política no es perder una o más elecciones, sino perder su identidad. Y al mismo tiempo eso es también el peor daño que las fuerzas políticas le pueden inferir al pueblo: desconcertarlo y llevarlo a la anomia».
En «Del ‘que se vayan todos’ al que se vaya el Otro», el politólogo, escritor y periodista Hernán Brienza desmenuza también la manera en que el 2001 hunde sus raíces en el presente y sostiene que a diferencia de aquellos días en los que la consigna «Que se vayan todos» entrañaba una demanda de cambio que no obturaba el reconocimiento de la diferencia, hoy se impone una tentativa de aniquilar la alteridad que se expande en tiempos de cancelación.
«Esa imposibilidad de menguar el odio en esa relación de Otredad es quizás la gran diferencia que se puede observar en estos veinte años. Si en el 2001 el aullido desesperado lanzado por la ‘retaguardia del neoliberalismo’, como la llamó Nicolás Casullo, era el ‘que se vayan todos’, hoy, veinte años después, el grito de guerra lanzado por los fragmentos del sistema político es el ‘que se vaya el Otro'», sostiene. Y agrega: «El problema reside en que los sistemas políticos polarizados y fragmentados también tienen como horizonte cercano una solución de corte autoritaria: la cancelación definitiva del Otro».
Uno de los últimos trabajos del volumen se llama «El 2001 en el 2021» y está firmado por el ensayista y crítico cultural Alejandro Kaufman. Allí señala «lo extraño de coincidir en el número redondo veinte con otra situación tan extrema y límite como la del colapso pandémico que lentamente parece ir quedando atrás, aun con un horizonte de inquietud y exención de certidumbres todavía vigente».
«Siglo XXI que asoma con la carga del acento distópico de la extinción anunciada, regresiones sociales aterradoras, fascismos de nuevo tipo, violencias inesperadas y abrumadoras», plantea el analista. Y cierra: «Normalidades de lo anómalo e inquietante, inestabilidades constantes y sucesivas, experiencias de caos y apocalipsis nutren debates en donde lo político y las ciencias antes regidas por los saberes socioeconómicos -ahora deambulantes entre dominios geológicos, epidemiológicos y conductuales- alternan con supersticiones, terraplanismos, antivacunas, teologismos punitivos… Hasta todo ello parece tan interesante, y lo será para épocas futuras si sobrevivimos».