Fiebre amarilla: sólo un mal recuerdo
Hace poco más de un siglo y medio, la ciudad de Buenos Aires -que tenía unos 200 mil habitantes- registró cerca de 20 mil muertes producto de la fiebre amarilla. Nora Lafon cuenta aquí el mal manejo sanitario de las autoridades de entonces y piensa qué podría haber sucedido con el coronavirus de haberse dado tres años atrás.
Para los que no tienen idea de a qué nos habríamos expuesto si la pandemia de coronavirus se hubiera desatado durante la gestión presidencial anterior, comparto aquí una tremenda y olvidada parte de nuestra historia que a muchos no les interesa recordar.
Este relato nace a partir del aniversario de la presentación pública de un cuadro. Y les anticipo que no es, aunque lo pareciera, ni una historia de la gran Agatha Christie ni del magnífico Henning Mankell. Ocurre que en la vida y en la historia, que es su reflejo, aparecen situaciones en las cuales uno debe detenerse.
Este 8 de diciembre se cumplieron 150 años de la exhibición en el foyer del primitivo Teatro Colón (entonces ubicado frente a la Plaza de Mayo en el predio que hoy ocupa el Banco Nación) de un cuadro muy especial: “Episodios de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes. En ese 1871, conmovido por los estragos de la peste, decidió testimoniar la muerte que dejaba a su paso. Cabe destacar que los personajes que Blanes retrató en el cuadro son el abogado José Roque Pérez y el doctor Adolfo Argerich Martinez.
Un siglo y medio atrás
La fiebre amarilla se desató en Buenos Aires a principios de 1871. Entonces muchos achacaron el brote a los soldados que probablemente volvían contagiados del Paraguay donde se desarrollaba la Guerra de la Triple Alianza, dado que en esos tiempos la peste ya estaba instalada de manera endémica en Brasil.
Claro que la velocidad en los contagios también podía originarse en la falta de cloacas que infectaban las napas con desechos humanos más la insatisfactoria provisión de agua potable en los barrios pobres, más los efluentes de los saladeros vertidos en el Riachuelo, más el hacinamiento en los conventillos que cobijaban a los inmigrantes españoles e italianos que llegaban de Europa escapando de las hambrunas y las guerras… En fin todo colaboró en la rápida propalación de la fiebre amarilla.
Sin embargo, es muy interesante constatar cómo fue la reacción de quienes tenían la responsabilidad de cuidar y curar a la población.
A principios de 1871, en Buenos Aires convivían el presidente de la Nación Domingo Faustino Sarmiento y también quien tenía a su cargo los destinos de la ciudad: Narciso Martínez de Hoz (miembro de una familia que venía destacándose en los manejos públicos desde la Colonia) aunque que el cargo de Intendente y su designación se daría años después.
Aunque el peligro que representaban por los contagios que podían provocar y que ya habían sido advertidos por médicos, Sarmiento se negó rotundamente a prohibir el desembarco de buques procedentes de Brasil.
Por su parte, Martinez de Hoz rechazó de plano la idea de suspender las fiestas de Carnaval que entretenían tanto a los porteños, a pesar de que los doctores Luis Tamini, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca alertaron sobre la posibilidad de que la fiebre amarilla se transformara en epidemia. Es más, también se abstuvo de dar a conocer los casos ya detectados.
El mes de febrero terminó con más de 300 casos y marzo comenzó con 40 muertes diarias llegando a 100 para el día 6. Mientras tanto Manuel Bilbao, director del diario La República, seguía negando que los decesos fueran a causa de la fiebre amarilla.. ¡Qué reconocibles que suenan estos datos!
A principios de marzo ante la avalancha de contagios que rápidamente colmaron el Hospital de Hombres, el Hospital de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Niños Expósitos -más los reclamos y denuncias del periodista Evaristo Federico Carriego de la Torre-, el 13 de marzo los vecinos se congregaron en la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) para designar la Comisión Popular de Sanidad.
Los médicos que ofrendaron sus vidas
Esa Comisión quedó presidida por el abogado masón José Roque Pérez (el que aparece en el cuadro de Blanes) acompañado en calidad de vice por el periodista Héctor Varela. A ellos se sumaron el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina, el doctor Adolfo Argerich Martínez, el poeta Carlos Guido y Spano, el ex presidente de la Nación Bartolomé Mitre, el canónigo Domingo César, el sacerdote irlandés Patricio Dillon y, por supuesto, Evaristo Carriego.
El 20 de marzo las muertes registradas fueron 200. Desde febrero entre las personalidades que habían sucumbido estaban el doctor Ventura Pedro Bosch, el educador Luis José de la Peña, el pintor Franklin Rawson y los doctores Francisco Javier Muñiz, Carlos Keen y Adolfo Argerich Martinez (el otro personaje del cuadro de Blanes). El 24 de marzo falleció el presidente de la Comisión Popular de Sanidad José Roque Pérez que, previendo lo que pudiera ocurrir, había dictado su testamento al asumir su cargo.
En tanto, los habitantes de los conventillos cercanos a San Telmo -en su mayoría, italianos- fueron empujados a la calle y sus pertenencias incineradas. De todas maneras los que sufrieron el más cruel maltrato fueron los negros. No sólo los expulsaron de sus viviendas -aunque no sufrieran síntomas de la enfermedad- sino que incendiaron sus escasos bienes. Y si morían, sus cuerpos eran arrojados en fosas comunes.
La cantidad de muertos hizo que en principio los ataúdes se apilaran en las esquinas. Cuando el Cementerio del Sur -en el barrio de Parque Patricios- agotó su capacidad los féretros fueron trasladados hasta lo que es hoy el Parque Los Andes. La locomotora La Porteña inició así un recorrido hasta llegar a destino arrastrando dos vagones, en el que se llamó “el tren de la muerte”. Esos ataúdes luego fueron llevados en carros unas cuadras más para dar inicio al Cementerio de la Chacarita.
A la lista de médicos fallecidos ejerciendo su labor se agregaron Zenón del Arca, Caupolican Molina, Sinforoso Amoedo, Guillermo Zapiola y Vicente Ruiz Moreno. Por aquella época Tomás Liberato Perón (abuelo de Juan Domingo) fue el primer docente que tuvo a su cargo la cátedra de Medicina Legal en la Facultad de Derecho. Además, como miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias Exactas,Físicas y Naturales, formó parte de los equipos que lucharon contra la enfermedad. También se integró a la cruzada para prohibir que los saladeros ubicados en las orillas del Riachuelo arrojaran sus desechos al agua que luego tomarían los vecinos.
Cabe destacar que las familias ricas que habitaban la zona Sur de la ciudad -como el barrio de Barracas- ante la epidemia de inmediato se mudaron al Norte donde viven desde entonces.
Los 20 mil muertos que dejó la epidemia
La epidemia de fiebre amarilla fue absolutamente evitable pero quienes hubieran podido hacerlo miraron para otro lado. Si bien entonces no se conocía que la enfermedad la provocaba una variedad de mosquito y se creía que el contagio se generaba en la falta de higiene y en la miseria, el negacionismo siempre existió. Aterra pensar que sus consecuencias podrían haberse repetido hoy.
Cuando todo se agravó el presidente Domingo Faustino Sarmiento y su vice Adolfo Alsina partieron en un tren acompañados por otras 70 personas, aparentemente hacia Mercedes. Y según consta en algunas crónicas de la época, también los imitaron senadores y diputados. Seguramente Narciso Martínez de Hoz fue el iniciador del blindaje mediático porque, pese a sus equívocas decisiones, nadie lo menciona ni le exige rendición de cuentas.
No es difícil establecer similitudes. En aquellos tiempos negaron la epidemia que costó nada menos que entre 15.000 y 20.000 vidas, es decir cerca de un 9% de la población de la ciudad de Buenos Aires por no adoptar las medidas sanitarias que aconsejaban los médicos.
Con esos antecedentes y con las posturas negacionistas del presente que incluyen el rechazo a vacunarse y la quema de barbijos, no es difícil imaginar -aunque aterre-, cuáles habrían sido sus actitudes frente a la pandemia de Covid 19 si hubieran ejercido el poder.
Si con toda la determinación con que se luchó en nuestra Patria y se lucha en el mundo todavía estamos en peligro, imaginar qué nos hubiera ocurrido provoca escalofríos: estaríamos todos muertos.
Fuente: Télam