El cine, hace 50 años
A medio siglo de «El Padrino» y de mucho más cine para recordar. Hace cincuenta años no solo se conocía la obra maestra de Francis Ford Coppola: también llegaron a las salas joyas como «Cabaret», «El último tango en París», «Reto a muerte», «Sueños de un seductor», «Aguirre, la ira de Dios», «Ana y los lobos» o «Roma».
POR CLAUDIO D. MINGHETTI
Este 2022 se cumple medio siglo del caso Watergate, de que comenzó a transmitir el canal HBO en Estados Unidos, también de la masacre en los Juegos Olímpicos de Munich y de la conocida como tragedia de los Andes de los rugbiers uruguayos.
Y en el terreno del cine, la lista de obras memorables de 1972 se inició nada menos que con el estreno de «El Padrino», de Francis Ford Coppola, al que poco después se sumó la polémica (en Europa) «Último tango en París», de Bernardo Bertolucci. Mientras que en la Argentina se conocían «Fiebre», de Armando Bó, «La Maffia», de Leopoldo Torre Nilsson y «La sartén por el mango», de Manuel Antín, entre tantas otras.
El cine de 1972 incluye filmes que dejaron marca y este año de festejos comienza, en forma simbólica el 24 de febrero con la reposición mundial -por tiempo limitado y un mes antes de la verdadera fecha de estreno-, de la edición remasterizada 4K UHD de «El Padrino», sin dudas la consagración de Francis Ford Coppola como uno de los nombres con mayúscula del cine estadounidense contemporáneo.
La primera entrega de una saga de tres que culminaría en 1980, sólida como ninguna otra, de acuerdo la novela de Mario Puzo, es una genuina lista de aciertos que van más allá de la figura de su director. Nómina que incluye en primer lugar a su figura central, Marlon Brando, como don Vito Corleone acompañado por un reparto abarrotado de talentos (Al Pacino, por ejemplo, pero también James Caan, Robert Duvall, Diane Keaton, Talia Shire y John Cazale ), además de la música que lleva el sello inimitable de Nino Rota, quien venía de consagrarse en clásicos firmados por Federico Fellini y Luchino Visconti.
La Little Italy neoyorquina es retratada por el joven director -al estrenarse «El Padrino» tenía apenas 32 años- a lo largo de una buena porción del siglo 20, alejado de cualquier estereotipo, aferrado a examinar su intimidad, las pasiones, su lenguaje, sus códigos, lealtades y traiciones, miserias, corrupción. De alguna forma un universo propio con sus códigos, que terminan componiendo un microcosmos de la condición humana porque, como anticipa el libro en su comienzo, todos tendríamos un precio, solo es necesario conocerlo.
El cine estadounidense se refugia en un estado de gracia para el que se venía preparando desde finalizada la Segunda Guerra Mundial -y en especial tras el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy en 1963-. Fue resultado de la madurez de algunos de sus cineastas conocidos y el surgimiento de nuevos, formados en línea con los clásicos hollywoodenses pero también en la nouvelle vague y en resto de las corrientes europeas de las décadas anteriores, por eso mismo también se conocieron
No es casual que Hollywood haya presentado obras destinadas a la gran taquilla, como resultó «La aventura del Poseidón», de Ronald Neame, donde el público creía en los prolijos aunque todavía imprecisos efectos especiales que permitían ver cómo un transatlántico podía pegar una vuelta de campana en plena fiesta de Año Nuevo y los invitados terminar patas arriba en el enorme salón mientras su mundo se partía en dos. O la sci-fi distópica «La conquista del Planeta de los Simios», de J. Lee Thompson, un poco más tibia que la primera de la saga, pero también con la presencia de Charlton Heston y máscaras muy creíbles.
En igual línea mainstream funcionaron «Ben, la rata asesina», de Phil Karlson, terror con roedores peligrosísimos o «El otro», de Robert Mulligan, que venía de unos cuantos éxitos. entre ellos «Verano del 42», esta vez con dos hermanitos gemelos, uno de ellos con poderes escalofriantes. En un plano más de vivisección social se estrenó «La violencia está en nosotros», de John Boorman, con un grupo humano de cuatro empresarios de Atlanta, aislados en un terreno poco amable y dispuestos a la aventura de bajar un río en piragua, y que terminan protagonizando una historia hiperviolenta.
En cuanto a directores emergentes, surge el telefilme «Reto a muerte», ópera prima de Steven Spielberg, vista en TV un año antes. En él, está el enfrentamiento de David y Goliath en una ruta: un un automóvil perseguido por un camión endemoniado. como protagonistas. A su vez, con sólo 30 años Martin Scorsese lanza «Pasajeros profesionales», la última de sus películas realmente independientes, con eje en un líder sindical y una joven mujer en tiempos durante la Gran Depresión –David Carradine y Barbara Hershey– que, al estilo Bonnie y Clyde, quieren vengarse de una empresa ferroviaria.
Por su parte Sam Peckimpah, que ya se había consagrado con el western «La pandilla salvaje», llegó a uno de los varios puntos culminantes de su carrera con «La fuga» otra roadmovie violenta, con tiroteos y olor a pólvora en serio, y memorables trabajos de Steve McQueen y Ali MacGraw: un ex convicto dispuesto a dar un último golpe con la ayuda de su esposa, fracasa y emprende una huída bañada de sangre que resulta tan auténtica como el bofetón de Steve a Ali (en esos tiempos pareja) y un final en el que literalmente con fuego cruzado destruyen un hotel.
Del ascendente Woody Allen (tenía 36 años entonces) camino a su estilo más adulto son la episódica «Todo lo que Ud. queria saber sobre el sexo pero temía preguntar» y «Sueños de un seductor», en la que despliega las reglas que habrían de acompañarlo hasta ahora, y en la segunda, la definición acabada de su alter ego, tan disfrutado por sus seguidores. En otro estilo, Ralph Bakshi es «Fritz, el gato», dibujos animados (los primeros en Estados Unidos calificados con la R, de visión solo autorizada a mayores de edad) con animales antropomórficos y el gato pendenciero protagonista con la líbido a full, en medio de un mundo bastante marginal.
Otra de las geniales sorpresas de 1972 fue el musical «Cabaret», del coreógrafo Bob Fosse, quien ya había deslubrado con «Sweet Charity». Esta vez a mediados de la década del 30 en Berlín y con Liza Minelli en el papel central, inició de una muy corta filmografía que se completaría con otra joya olvidada, «Lenny», acerca del corrosivo standapero Lenny Bruce, con su carga de depresión y consumo interpretado magistralmente por Dustin Hoffman en 1974. Luego «All That Jazz», que marcó un antes y un después en el género, y finalmente la biopic «Star 80», acerca de la malograda actriz Dorothy Stratten.
En «Cabaret», musical infinidad de veces repuesto en Broadway en los principales escenarios del mundo (incluidos los argentinos), Fosse encuentra en el relato de Christopher Isherwood , la clave para contar desde un drama con eje en un cabaret berlinés, el irresistible ascenso del nazismo, y darle a Liza Minelli la oportunidad de lucirse no solo como cantante extraordinaria sino como actriz en un papel lleno de matices. Es acompañada por grandes actores como Michael York y, sin lugar a dudas, Joel Grey en el papel de Emcee, un cínico maestrao de ceremonias que, de alguna forma es el cicerone del espectador por aquella oscuridad.
«El candidato», de Michael Ritchie, abordó el tema de las campañas políticas en coincidencia con el escándalo de Watergate y, un impresionante trabajo de Robert Redford. En comedias, por un lado estalló la romántica «Las mariposas son libres», de Milton Katselas, según la pieza de Leonard Gershe, con una muy joven Goldie Hawn, mientras que Peter Bogdanovich, que ya había sobresalido en su debut con «Míralos morir» (un homenaje cinéfilo a Boris Karloff), lanzó con mejor producción «¿Qué pasa doctor?», una comedia romántica de enredos desopilantes con Barbra Streisand y Ryan O’Neal.
En el plano musical, y como registro testimonial de su tiempo sobresalió «Imagine», de Steve Gebhardt, con protagonismo absoluto de John Lennon y Yoko Ono, los temas de su disco homónimo con escenas de la pareja en la casa del ex Beatle en Tittenhurst Park, Ascott, que dieron la vuelta al mundo. Y también «Concierto para Bangladesh», de Saul Swimmer, reunión benéfica de astros de la música rodado un año antes en aquel país asiático recién independizado, entre ellos, George Harrison, Bob Dylan, Ravi Shankar, Ringo Starr, Eric Clapton, Billy Preston, Tom Evans, Leon Russell, Klaus Voorman.
Aquel único 1972, fue también el de películas europeas memorables, como la alemana «Aguirre, la ira de Dios», de Werner Herzog, con Klaus Kinski como el demencial conquistador español del siglo 16: también germana «Las amargas lágrimas de Petra Von Kant», una de las varias piezas cumbres de Rainer Werner Fassbinder; «Ana y los lobos», otra de las propuestas metafóricas del español Carlos Saura, con Geraldine Chaplin y Norman Briski;«Una chica tan decente como yo», de Francois Truffaut o «Los cuentos de Canterbury», de Pier Paolo Pasolini, según la obra del británico Geoffrey Chaucer.
El cine europeo de suspenso o terror ofreció dos grandes títulos, como el thriller «Frenesi», de Alfred Hitchcock, con Jon Finch y Barry Foster, en la que un psicópata sexual y estrangulador serial liquida a mujeres londinenses con corbatas; y de Italia Dario Argento hizo gala de su estilo tan definido con «Cuatro moscas sobre el terciopelo gris», con Michael Landon y Mimsy Farmer, con eje en un baterista de rock y su novia, donde un apuñalamiento resulta clave en la trama así como el sello del autor que de forma casi subliminal inserta imágenes propias de las pesadillas más ominosas.
También de Italia llegó «El caso Mattei», de Francesco Rosi, acerca del empresario que enfrentó los negocios oscuros detrás de la explotación petrolera al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que murió en un dudoso accidente aéreo. Con producción de varios países europeos arribó «Estado de sitio», del griego Costa Gavras, con música de Los Calchakis, que tocó el tema del ELN Tupamaros, la guerrilla setentista uruguaya; trata sobre el secuestro de Dan Mitrione (encarnado por Yves Montand), el agente estadounidense de la CIA que siendo asesor de seguridad de su país para América Latina, se convirtió en experto torturador y que finalmente es ultimado en agosto de 1970. La película,obviamente, en Argentina tuvo varios tropiezos con la censura.
De Suecia llegó «Gritos y susurros», uno de los grandes títulos de Ingmar Bergman; del italiano Marco Bellocchio, «En el nombre del padre»; del británico Ken Russell esa obra maestra titulada «Los demonios» -basada en «Los demonios de Ludlum», de Aldous Huxley, que toca el tema de la Inquisición-; de Roman Polanski ese juego surrealista llamado «¿Qué?», que curiosamente pudo superar la censura local a pesar de que en casi todo su metraje la actriz principal, Sydne Rome, se pasea parcial o totalmente desnuda ante el asedio de personajes libidinosos, como Marcello Mastroianni o Hugh Griffith.
Con producción internacional también se conoció «Hermano sol, hermana luna», del italiano Franco Zeffirelli, en este caso con eje en San Francisco de Asís, y «El discreto encanto de la burguesía», antepenúltima película del español Luis Buñuel, rodada en Francia, obra que en el presente sigue teniendo igual de actualidad. Y lógicamente «Último tango en París», una de las piezas mayores de la filmografía de Bernardo Bertolucci, drama intenso protagonizado por Marlo Brando y María Schneider y música del argentino Gato Barbieri, que desató la ira de los censores de todo el mundo, al menos en sus primeros años.
Más allá de los grandes centros de producción-exhibición europeos o estadounidenses, de la entonces Unión Soviética llegó «Solaris», según el complejo relato de ciencia ficción firmado por Stanislav Lem releído por Andrei Tarkovsky, con Natalya Bondarchuk y Donatas Banionis, que se convirtió en la «2001» del otro lado del mundo. Y de Mëxico, «El castillo de la pureza», de un ascendente Arturo Ripstein; cuenta la curiosa historia de un hombre que mantiene encerrada a su familia durante 18 años sometidos por sus propias reglas, todos abocados a la fabricación de raticidas, que el amo y señor vende en el pueblo.
También fue el año de «Roma«, de Federico Fellini, una más de las muchísimas obras maestras del cineasta italiano que describió con un trazo propio, al estilo de los grandes artistas de la pintura, un mundo de personajes identificables pero al mismo tiempo «fellinescos»: los de una ciudad según sus ojos más fantástica que real, que se pasean tranquilos a pesar de sus siluetas y colorinches en medio de luces que surgen de la bruma. Siempre acompañados (como también lo estuvo «El Padrino») por las melodías de Nino Rota, compositor que aportó al cine uno de los capítulos más importantes en cuanto a bandas de sonido.
En 1972 no existía el videohome, mucho menos las plataformas digitales tal como las conocemos ahora. La televisión paga recién empezaba a tomar forma y el cine seguía siendo patrimonio de las salas en soporte fílmico y tiempo después, de la televisión donde perdía aquel encanto de la pantalla gigante y nítida, el lugar de comunión con lo mejor de los mejores cineastas y actores, que cargaban sobre sus espaldas el peso de 80 años de historia con idas y venidas. Había mucho todavía por escribir y mientras este cine dejaba su marca, el video hogareño y el cable estaban pergeñando un primer cimbronazo.
Fuente: Télam