China de las dos orillas
Fue la más argentina de las actrices uruguayas. Dramaturga y regisseur, productora teatral, traductora, adaptadora y directora, siempre demostró su vasta cultura. Actuó en más de 50 películas y fundó un teatro. Padeció la censura tanto en Argentina como en Uruguay y no dudó en tomar la bandera de los derechos humanos. Nos dejó el 17 de noviembre de 2014, a los 92 años.
Concepción Matilde “China” Zorrilla de San Martín Muñoz nació en Montevideo, el 14 de marzo de 1922. Ocurrente, conmovedora, generosa, sorprendía su verborragia, humor y su habilidad para conducir una conversación.
Descendiente del prócer rioplatense José Gervasio Artigas y del poeta argentino Estanislao del Campo, “China” Zorrilla creció en un ambiente familiar donde el arte estaba muy presente. Su abuelo, Juan Zorrilla de San Martín, es considerado el «Poeta de la Patria». Su padre fue el famoso escultor José Luis Zorrilla de San Martín. Su madre, “Guma” Muñoz del Campo, era argentina. China fue la segunda de cinco hermanas donde la mayor fue vestuarista teatral.
De niña, en las reuniones familiares, su madre ponía en la entrada un cartel que decía: “Mañana Show de China” y hacían una tragedia en 15 minutos o bailaban o recitaban juntas.
El origen de su apodo, «China», data de su mediana infancia. Ligado a su nombre de pila, Concepción, cuyo diminutivo es Concha, que en el dialecto rioplatense despierta suspicacias. En los años de su niñez, había ido a Francia por el trabajo de su padre. Y el apodo pasó a “cochona” (del francés, “cerda”). Sus amigos se burlaban y ella dijo que prefería que le dijeran «cochina». Y de ahí, mutó a “China”.
Debutó en el teatro independiente o “under” uruguayo, en 1943. Tres años después, ganó una beca y fue a vivir al Londres de posguerra para estudiar en la Royal Academy of Dramatic Art. “Mi inglés se reducía a ‘good morning’ y ‘bye-bye’”, reveló ocurrente.
Volvería al Uruguay en 1948 para sumarse a un elenco internacional con quienes participaría como primera actriz, en más de 80 obras, durante diez años, en el Teatro Solís de Montevideo. Entre otros grandes, fue dirigida por Margarita Xirgu y por Armando Discépolo.
Y aunque la popularidad de la China explotaría con la televisión y el cine, ella siempre se consideró una mujer de teatro. En la década de 1960 y de 1970 fue regisseur, la responsable de la dirección completa de una obra (desde los movimientos de los actores hasta los vestuarios, iluminación, etc). Dirigió, tradujo y adaptó óperas de Giácomo Puccini, de Giuseppe Verdi y de Gioachino Rossini.
En 1961, fundó el Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM) y su elenco giraría entre Buenos Aires, París y Madrid. Incluso con el genocida español Francisco Franco en el gobierno, actuaron obras de Federico García Lorca y Lope de Vega. En Madrid, fue también corresponsal del Festival de Cine de Cannes para el diario El País. De vuelta en Uruguay, fue animadora de televisión. En un programa titulado «De padre a hija», mantenía entrevistas con su padre sobre actualidad e historia uruguaya.
Hacia 1965, decidió pasar un tiempo en Nueva York trabajando como secretaria en una agencia teatral y enseñando francés. En esa ciudad, junto su amigo humorista Carlos Perciavalle, presentó una comedia musical para niños sobre textos de María Elena Walsh que luego llevaría de gira por Uruguay.
En 1971, se instaló en Buenos Aires adonde recordó que había llegado «solo con una valija en la mano». Tenía casi 50 años. Iba a rodar su primera película, «Un guapo del 900». Y enseguida sumó: La maffia, la temporada teatral marplatense, monólogos, más cine, teatro, televisión y los teleteatros de Alberto Migré. Y se quedó.
Pero un día la llamaron desde la Sociedad de Actores para decirle: “Le conviene irse”. La escoltó Arnaldo André. “Llamé a Migré y le dije: ‘¡Sacame de tu telenovela, me voy a Montevideo!’. La censura es una cosa horrible, antinatural, monstruosa», subrayó.
Tal vez, uno de sus roles en cine más recordados sea el que realizó en “Esperando la carroza”, (escrita por Jacobo Langsner y dirigida por Alejandro Doria en 1985), que ella ya había interpretado en teatro en 1962. Allí, se viste de Elvira, una mujer de clase media de muy mal carácter que basa sus relaciones en las apariencias. La frase “Yo hago puchero, ella hace puchero; yo hago ravioles, ella hace ravioles”, se convertiría en ícono.
Puso el cuerpo también al ciclo «Teatro X la Identidad», la serie que desde el año 2000 apoya a las Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda y restitución de los nietos apropiados por los genocidas argentinos.
«Elsa & Fred»
En 2005, protagonizó «Elsa & Fred» (dirigida por Marcos Carnevale), una película centrada en la historia de amor de dos octogenarios que revisa la subjetividad de la vejez. Allí, a la China le alcanzaba un gesto mínimo, una mueca en un primer plano para sintetizar un concepto, una idea, un sentimiento. Lujo que maravilla al espectador y le hace valorar la experiencia, tanto del personaje como de la artista. Por ese papel ganó el Premio Cóndor de Plata como mejor actriz, en 2006.
Respecto de la relación entre sus pasiones y el paso del tiempo revisó: «Algunos periodistas y conocidos me preguntan por los años que llevo haciendo teatro y se sorprenden de que no me aburra. Entonces les pregunto qué dulce pedían cuando eran chicos y qué piden ahora. La mayoría prefiere el mismo de sus primeros años. No hay secreto: lo que gusta nunca aburre».
En términos políticos, cuando podía, mostraba su preferencia por opciones más enfocadas en el ser humano que en la rentabilidad. Apoyó al Frente Amplio en Uruguay y celebró el kirchenrismo en la Argentina. Adoraba a José «Pepe» Mugica y mostraba admiración por Cristina Fernández de Kirchner.
En cine, trabajó con personalidades de la talla de Leopoldo Torre Nilsson, Luis Puenzo, María Luisa Bemberg, Alejandro Doria, Marcos Carnevale, Adolfo Aristarain, Juan José Jusid, Héctor Olivera y Sergio Renán, entre otros. En televisión, se destacó en éxitos populares tan distintos como «Rosaura a las diez», «Pobre Diabla», «Alta comedia», «Atreverse», «Situación límite», «Los especiales de Doria», «Gasoleros», «Enamorarte», «099 Central», «Son amores»,» Los Roldán», «Mujeres asesinas» o «Vidas robadas».
Multipremiada, recibió honores como la Orden de Mayo del Gobierno argentino, el Premio Fondo Nacional de las Artes, varios premios a la Mejor Actriz y a la Trayectoria en teatro, cine y televisión; tanto reconocimientos locales como internacionales. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, de Mar del Plata y de Montevideo. En 2008, el gobierno francés la nombró Chevalier de la Legión de Honor. El gobierno chileno le otorgó Orden de Gabriela Mistral. Hasta tuvo su sello postal honorífico en Uruguay.
Dijo que muchas veces pensó en su encuentro con «el de arriba» (Dios). Y que tenía pensado que cuando Él le preguntara “¿Qué me pedís?”, ella respondería: “Diez años más de vida”. Pero sobre el final de su vida había ido cambiando de idea. “Yo estoy viviendo una vida feliz. Y, normalmente, me tendría que morir pronto. Solamente le pediría hacer una obra cómica y ver a la gente reírse”. En el Teatro Nacional Cervantes festejó sus 90 años desde el escenario principal. Fue ovacionada de pie.
Por insuficiencias respiratorias crónicas por EPOC, una enfermedad que la acosaba desde hacía cuatro años, debió retirarse de la vida pública en 2012. Aunque no hablaba de su vida privada, lamentaba no haberse casado; pero había asumido que el matrimonio le habría alejado del teatro.
Murió el 17 de septiembre 2014, en la Asociación Española de Uruguay de Montevideo adonde había sido internada tres días antes por una neumonía. Tenía 92 años.
El cortejo fúnebre pasó frente al Teatro Solís, desde donde recibió innumerables aplausos. Se impuso duelo nacional y fue velada en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Montevideo.
Más allá de las dificultades, fue feliz. Y alguna vez lo señaló así: «¿Viste que se dice que al momento de morir te acordás de toda tu vida? Bueno, ya me pasó. En esas milésimas del hueco negro, vi una linda vida. No puede haber infierno”.
Sus restos descansan en el panteón de la familia Zorrilla de San Martín del Cementerio Central de Montevideo.
Fuente: Télam