Un poco de humor

Reflexiones de la vida diaria: El que funciona y el que no funciona. Hoy, en exclusivo, desde la vida cotidiana, nuestro enviado especial, Adrián Stoppelman,  le da pelea a las cosas que funcionan mal, e incluso puede pelearse con las que funcionan bien. Léalo, antes de que eso que está usando para leer, deje de funcionar…

POR ADRIÁN STOPPELMAN

Telam SE

El que funciona y el que no funciona

Hay una grieta silenciosa en nuestros hogares. Es el ying y el yang, el bien y el mal, la batata y el membrillo. Y no: no es la política. Son las cosas que funcionan bien y las que no funcionan.

Todo comienza en la infancia: una pelota pica bien, otra está más deformada que chicle compartido y pica en forma tan errática que no sirve ni para jugar al rugby en la arena. Pero ahí están, las dos. Y uno se pregunta: ¿por qué guardarán las dos? ¿Será que quieren más al hermanito al que le dan “la buena”? ¿Le habrá tocado a Cain “la mala”?

Y uno crece así, chocando con lo que funciona y lo que no funciona. Uno quiere escribir algo, y siempre, primero, agarra la birome que escribe mal. Y no la tira inmediatamente. No. La cambia por una que escribe bien, pero guarda “la mala” por si “la buena” deja de funcionar. ¿Por qué guardamos las dos? ¿No nos damos cuenta de que el “por las dudas” no estaría funcionando?

Lo mismo con marcadores y resaltadores. Querés resaltar algo con el amarillo… y hay uno que resalta pero mancha con negro, porque alguien lo usó resaltando tinta fresca, tal vez de la birome “buena”. Y uno se pregunta ¿quién fue el que hizo eso? Y la respuesta es muy difícil de encontrar, especialmente cuando uno vive solo.

Ojo: hay elementos más riesgosos. Las sillas. Siempre hay una que nadie quiere usar porque algo malo le pasa. El problema es que la silla que no funciona no es reconocible a simple vista: hay que sentarse para experimentar la sensación de peligro. Y rezar para que una vez que te sentaste, poder cambiarte de lugar y dejar la que está al borde de la catástrofe para otro miembro de la familia. Eso si: Prepará la cámara de video del celu para grabar el blooper y subirlo a Internet.

Un problema que se agudizó con la pandemia: el mate. Hay más de una bombilla, y solo una, SOLO UNA, anda bien. Las 16 restantes no. Se tapan, están rotas, te queman, están oxidadas, fueron usadas para darle vitaminas al gato… ¡y hay que poder encontrar la que funca!

Y eso no es nada: el termo. A simple vista son todos iguales, pero uno funciona perfecto, mantiene el calor, sale el chorro de agua exacto, y en el otro el agua se enfría más rápido que cena romántica en la que empezás a hablar de triglicéridos y Viagra. Un tapón cierra menos que un 24 horas y el otro tapón lo podés usar para impedir que el agua salga de la represa de Yaciretá. Y uno se pregunta: ¿por qué nunca dos termos funcionan igual? ¿Es una maniobra de la industria para hacernos comprar permanentemente termos que solo funcionan bien hasta que compramos uno nuevo?

¿Y los relojes? Uno atrasa más que neoliberal que quiere la convertibilidad, el otro adelanta más que dueño de 4×4 que te pasa por la banquina en la ruta. Al del microondas nadie sabe cómo ponerlo en hora; el de remoto del aire acondicionado no tiene pilas, pero hay uno, un reloj pulsera, que estás seguro que da la hora exacta. El problema es que cuando lo encontrás, ya es tarde.

A la hora de bañarse: un toallón raspa más que caída en el cemento con pantalones cortos y el otro es mullido, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría que es todo de algodón, como Platero… La pregunta es: ¡¿Por qué siempre me toca a mi el que raspa?! (Y ni hablar de cuando te pasó esto si vivís solo).

Y al salir de la ducha, hay que elegir la ropa interior. Confesémoslo: la bombacha o el calzoncillo que realmente nos queda cómodo, el que nos gusta usar, es ese cuyo elástico está más estirado que sueldo de jubilado el día 24 del mes, está manchado, tiene al menos un agujero, pero se hizo querer. Ese es el peligro de querer lo que no funciona. Porque vos no querés usar la bombacha “buena”. Vos querés la que te queda cómoda. Pero te la ponés, y se te cae. No importa cuánto la pinces, que le pongas un hilo sisal… nada. Se cae, se te va debajo del lompa, de la pollera. ¡No funciona! Y tenés que usar “la buena”.  Como verás, no se puede estar de acuerdo con la buena y la mala a la vez…

¿Por qué cuando uno necesita la tijera agarra siempre la que no tiene filo, “la mala”? Si uno compró una nueva, apostando al funcionamiento… ¿por qué termina con la que no funciona entre las manos?

Y ahora muchos usan el celular, pero los más veteranos tenemos linternas. Y cuando se corta la luz, nunca encontramos la que funciona. Siempre encontramos una que se le quemó la lamparita, o la que tiene poca potencia o la que hay que andarle sosteniendo el interruptor para que se mantenga encendida. ¿Adónde llevó la mano invisible del mercado a la linterna buena, la que tiene pilas nuevas, la que compramos en oferta para no tener que usar más “la mala”?

¿Por qué tus sábanas se hacen bolitas y las del resto de tu familia son de seda? Y las almohadas: ¿cómo es que siempre te toca la que tiene menos relleno que empanada de estación de servicio en la ruta, mientras los demás disfrutan de almohadas tan confortables que hasta los gansos aplauden su calidad?

Mirando el lado positivo, no está mal tener algo que no funciona, siempre y cuando tengas una alternativa que si funciona. Porque si, por ejemplo, te toca laburar en la compu que funciona mal podés agarr…

Fuente: Télam