Humor: Conviviendo con el enemigo
Hoy, en exclusiva, desde la vida cotidiana, nuestro corresponsal, Adrián Stoppelman, analiza el comportamiento humano de esos seres que nos hacen la vida menos llevadera aunque no sepamos bien hacia dónde llevarla. Léalo antes de que lo incluyan en el selecto grupo de insufribles que no leen los textos del autor.
POR ADRIÁN STOPPELMAN
Conviviendo con el enemigo
Les juro que yo intento convivir con la humanidad, pero hay veces que te la hacen más difícil que tratar de armar un rompecabezas de 12 mil piezas, todo cielo despejado.
Porque hay actitudes que me sacan de quicio, aunque nunca supe muy bien adónde tengo el quicio. Ejemplos:
* Esa gente que se vive quejando de que no le alcanza el tiempo para nada, que no tiene tiempo para dedicarle a su familia, que no tiene tiempo para estudiar o para juntar la plata que te debe, y al toque te cuenta el argumento detallado de las 25 series de 12 temporadas de 23 capítulos de una hora cada una que se vio en las últimas 72 horas. Y en las últimas 72 horas no hubo ningún sábado, domingo o feriado.
* Hablando de películas. Los que cuando vas al cine o al teatro y la sala está semi vacía, vienen y se te sientan justo al lado. Macho: ¡respetá la burbuja! Dejá al menos una butaca de separación. Y no es que el sujeto tenga alguna intención aviesa. No. El tipo se te sienta al lado porque es un “rompe-burbuja”. No puede ver a alguien disfrutando de un espacio mínimo, vital y móvil a su alrededor. Son los mismos que se te sientan al lado en el colectivo, ¡incluso cuando vas sentado en un asiento individual!
* Y ni siquiera te voy a hablar de los que intentan colarse en una fila, porque hay una especie mucho peor: los que cuando se avivan que vos también vas a entrar a la panadería, aceleran el paso para ganarte de mano el turno y una vez dentro están media hora porque no saben lo que quieren y se la pasan preguntando estupideces como “¿los sorrentinos vienen rellenos?”, “¿Si compro 100 gramos de fideos, alcanzarán para 12?”, “¿Aceptan bitcoins?”
* Los que te invitan a tomar un café para charlar y la charla consiste en un monólogo interminable de ellos, porque hablan sin parar y sin dejarte meter un bocadillo, – no solo uno de diálogo, tampoco te dejan comerte un bocadillo de los que hay en la mesa, porque te hablan y te agarran del brazo y te impiden agarrar el morfi -, y que, después de 3 horas 45 minutos de monólogo te dicen: “¿querés que te diga la verdad?” ¡¿Y qué diantres me estuviste diciendo todo este tiempo?! Es más: ni siquiera quiero que me digas la verdad. Lo único que quiero es que te calles. O que me sueltes el brazo así puedo volver a mi casa a comer algo.
* Hablando de comer. Esa gente que no come mandarinas o naranjas porque si las tiene que pelar les queda olor en las manos, ¿no escucharon hablar de una cosa llamada “jabón”? Puedo entender que no quieras morfar cebolla en la ensalada o mandarte un pollo al ajillo si a continuación tenés una entrevista de trabajo o una cita romántica, pero para todas las demás situaciones… ¡También existe el cepillo de dientes, el enjuage bucal o 27 chicles de mentol!
* Y siguiendo en el rubro gastronómico: ¿cuál es la gracia de todos esos boliches modernos, cervecerías artesanales y/o expendedores de tilinguerías varias, que no ponen mesas y sillas normales, sino mesas altas y banquetas? Y las ponen afuera, ¡en pleno invierno! Y para agregarle una pizca más de horror draculiano, ponen la música a todo lo que da y vos, que ya no sos más joven ni tenés una barba de medio metro de largo, a los 10 minutos ya estás con dolor de espaldas, los pies congelados y pensando si a pesar de haberte bajado dos pintas, podrás mezclarlo con medio frasco de ansiolíticos.
* Tampoco me caen bien esos restaurantes más clásicos, en los que tienen un mozo distinto para cada cosa, pero cuando necesitás a alguno, ninguno te da bolilla o te dice que no es la mesa de él. Y mucho peor: cuando los mozos usan uniforme, y tienen todos el pelo cortado igual y no podés distinguir al que te atendió y te pasás la noche intentando junto a tus eventuales compañeros de mesa, averiguar cuál es el mozo, jugando a una especide “¿Dónde está Wally, el mozo de la mesa 8?”
* Y ya entrando en el grupo selecto de la despreciabilidad total, hay varias sub-especies humanas, a saber: El que cada vez que estaciona cierra el auto y le suena la alarma y no sabe cómo detenerla. ¡Llamá al concesionario, al auxilio o buscá un tutorial en YouTube, pero hacé que no suene más la alarma a la hora de la siesta! Y ni te digo si el mismo tipo es el dueño de un hermoso perrito de 15 centímetros de envergadura, que al escuchar la alarma comienza a ladrar y no deja de hacerlo durante las 26 horas restantes, impidiéndote dormir 2 siestas en un solo estertor de ladridos.
* Y los que en las puertas giratorias de bancos o grandes edificios entran o salen “sin manos”, es decir, no empujan la puerta, sino que aprovechan la energía de TU empujón, los que le sostienen la puerta de un negocio a 16 personas pero se cansan justo cuando vas a pasar vos y te sueltan la puerta en la cara, los que todavía no entienden que se puede hablar por celular sin gritar como si estuvieran hablando larga distancia en el año 1975, los que pasean al perro con un correa extensible de 125 metros, los que caminan en grupo bloqueándote el paso y cuando les pedís permiso ponen cara de tujes, los que sin barbijo te dan charla en un negocio y los que te venden una compu garantizándote que nunca se va a apag…
Fuente: Télam