Se casan: 75 y 82 años
“Pegamos onda”: La historia de amor de Zunilda y Roberto: ella tiene 75 y él 82, son viudos y vuelven a dar el sí. Se conocieron en una excursión al Jardín Japonés hace cinco años. Y hoy van por todo: civil e iglesia.
Zunilda y Roberto se casan por segunda vez en su vida, a los 75 y 82.
La gente se casa menos, casi la mitad respecto de la década del 90 cuando había más de 200 mil enlaces en todo el país. La edad promedio hoy a la hora de dar el sí es de 33 años para las mujeres y los 35 los varones, seis años más respecto de aquella década.
Zunilda Rodero y Roberto Giampetruzzi se salen de la norma. No sólo por la edad -tienen 75 y 82 años– sino porque van por la «segunda administración», como definen. «Si bien los papeles no modifican nada, los dos sentimos que nos faltaba algo más, bah, él más que yo… ¿Qué querés? Somos de otra época», remarca Zuni.
Zunilda es cálida, simpática y dicharachera. Roberto, más formal, serio y con cuentapalabras. «Hacemos un mix ideal», lanza ella con una sonrisa desinhibida. Zuni estuvo 41 años comprometida con Néstor, quien falleció hace quince, mientras que Roberto, 59 junto a Elena. «Somos de tiro largo, nos gusta estar acompañados, creemos que la vida es más llevadera si es compartida«, toma la iniciativa Zunilda, vocera de la pareja.
Hace cinco años que están juntos, cuando se conocieron en una excursión al Jardín Japonés. «Roberto fue invitado por el centro de jubilados al que voy yo y bueno…palabra va, palabra viene, pegamos onda, como dicen los jóvenes. Y aquí estamos, por volver a dar el sí, ¿qué me contás?», cuenta pícara y con gesto de mujer realizada.
Zunilda (75) y Roberto (82) se conocieron hace cinco años y al mes ya convivían.
A fines de mayo, en un almuerzo dominguero, Roberto desempolvó un tema que hacía tiempo le repiqueteaba. «A mí no me gustan los pendientes», se animó él con voz grave y sonrisa tímida. «¿Y si nos casamos, Zuni?», propuso mientras ella preparaba un postre de vainilla. Hubo unos segundos de silencio. «Yo había escuchado perfecto, pero pensé que diría algo más, sin embargo no hubo más palabras». Y reproduce el diálogo con su voz e impostando la de su media naranja.
—¿Te parece, Rober? ¿Qué van a decir la familia, los amigos? ¿No estamos un poco grandecitos?
—No me importa el qué dirán, Zuni. ¿A vos sí? ¿Desde cuándo? Es algo nuestro, el casamiento es como el respaldo espiritual de un sentimiento profundo.
—Tenés razón… Pero, ¿cuándo sería? Ya sé, hagámoslo ahora, en agosto, que es el mes en el que cumpliremos nuestro aniversario.
El jueves 11 de agosto se casarán por civil y por iglesia, en la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en Ramos Mejía. La fecha prevista era el cuatro, una semana antes, pero «surgieron unos temitas de salud de un familiar», deslizó Majo, hija de Zunilda, por lo que lo corrimos unos días para no llegar con la lengua afuera».
«Algo íntimo será, austero, estarán nuestras familias y un grupo reducido, somos de perfil bajo, no queremos nada multitudinario», apunta Roberto, que sigue trabajando en una fábrica textil familiar y admite no estar tan de acuerdo «con dar a conocer algo tan privado a un extraño –por el cronista–, pero bueno, veo que Zuni está contenta, así que todo bien».
El flechazo en el Jardín Japonés
Cuando se conocieron en 2017, Zunilda hacía diez años que había enviudado de Néstor, mientras que Roberto, apenas dos de Elena. «Yo no imaginé nunca volver a tener una relación a esta edad, pero el amor es grandioso, te cambia los planes aún pasando los 70, cuando creés que ya las viviste todas», lo mira enamorada.
«El amor es lo más grandioso, te cambia los planes aún pasando los 70 años», dice Zunilda, abrazada cariñosamente por Roberto.
El 5 de agosto de aquel año tuvieron su primer approach y desde entonces cada uno estuvo en el pensamiento del otro. «Ahí fue cuando entendimos que habíamos superado la muerte de nuestras amadas parejas», coinciden. «Yo a Elena la voy a extrañar toda la vida, porque cuando la conocí a Zuni, hacía relativamente poco que habíamos celebrado las bodas de oro, pero en Zuni encontré una mujer sensacional, una compañera alegre, curiosa, preocupada por mí y con ganas de vivir la vida», se embala Roberto.
«Ese ¿ves?, ¡ése me gusta, Zuni, mirá…! Ese que viene allí caminando. No, no para mí, boluda, para vos, no te hagás la distraída», escuchó Zunilda de su amiga Claudia, la primera vez que vio a Roberto aquel día de la excursión al Jardín Japonés. «Mi gran amiga Claudia, celestina por naturaleza, me lo marcó a la distancia, ella quería engancharme con alguien, pero para mí él era un hombre cualunque que venía caminando», recuerda en voz baja. «¿Nada más que un hombre caminando?», rezonga él, con oído biónico.
«En el paseo, un sábado soleado y fresco, recuerdo que me acerqué a Zuni para conversar un poquito, pero éramos un grupo grande de jubilados, no daba para ser profundos… Después fuimos a almorzar al Barrio Chino y ella se sentó cerca mío, me integró a su entorno que yo no conocía y fue muy amable. Algo intuí pero no estaba seguro«, repasa él por entonces vacilante.
Regresaron a sus casas en un micro, ella bajó en Luzuriaga y él, tres paradas más allá, en Villa Sarmiento. «Pero el lunes siguiente, por un monedero extraviado que yo había encontrado de una de las personas del centro de jubilados, me invitaron a merendar». Otra vez se vieron y otra vez Zuni fue muy generosa conmigo. Esta vez me sirvió té, me trajo galletitas», cuenta Roberto.
Zunilda y Roberto se conocieron en 2017, en un paseo al Jardín Japonés.
Como quien no quería la cosa, Roberto le pidió el teléfono sin levantar la perdiz ante tanta mirada chismosa y, cómplice, Zuni se lo dio con discreción. «Me llamó en la semana para juntarnos a tomar un cafecito, ¡podés creer que nos juntamos un domingo justo de elecciones legislativas! Más inoportuno, imposible», repasa risueña.
«Claro, era 13 de agosto, estaba todo cerrado, salvo el McDonald’s de Haedo. Tomamos café y nos quedamos charlando como tres horas. Hablamos de la vida, un poco de política, de nuestros pasados, je», complementa él.
Se les vino la noche y Roberto ofreció llevarla en su auto, pero antes atinó, con caballerosidad, un contacto, un acercamiento: «¿Te puedo tomar de la mano?», le preguntó a la salida del McDonald´s. «Mmm, no, me parece que vas un poco rápido», fue la respuesta aunque no tenía sabor a rechazo.
«Me fletó mal», repasa él un poco más relajado y con humor. «Yo tengo mis tiempos, si bien me hice la interesante, en ningún momento hubo una situación de tensión, para nada», explica ella.
La comunicación entre ambos siguió fluida gracias a Roberto, que no sólo evitó el enfriamiento, sino que apretó el acelerador. «¿Vamos el fin de semana a almorzar a una parrillita en Carlos Keen?». Comieron asado con ensalada y papas fritas y en una caminata para hacer la digestión, Zunilda admite. «Y ahí ya no tuve opción. Mirá si le decía que no otra vez… ¿quién me llevaba a mi casa?», se matan de risa.
El recuerdo de lo vivido
Los dos hablan con soltura de Néstor y Elena, sus matrimonios anteriores. «Es difícil no hacer comparaciones después de tanto tiempo, es inevitable, pero a ambos nos pasó que desde que empezamos a convivir dejamos de pensar en aquello hermoso que fue y ya no está… Por supuesto que hay rasgos similares, pero estamos escribiendo una historia que empezó de cero a una edad avanzada y que, la verdad, no estaba en los planes de nadie», dicen en sintonía».
A fines de septiembre de 2017, a poco más de un mes de conocerse, Zunilda empezó, de a poquito, «el operativo traslado hormiga». Libros, plantas, ropa, vajilla y así… «El flechazo fue inmediato, pero más que flechazo, lo que nos pasa al día de hoy es que nos sentimos muy cómodos acompañando al otro», dice ella.
«Era tan natural todo, que yo no me había dado cuenta… La familia fue la que me dijo… ‘¡Papá! Zuni ya está instalada’. Y así fue, disfruté mucho que ella se sintiera confortable en mi hogar. No es nada fácil a nuestra edad, que es cuando se priorizan espacios, momentos, donde lo corporal es más pudoroso… Ojo, tampoco somos conscientes de que lo nuestro es algo tan atípico», reflexiona él.
Cosas de la vida, Roberto está a punto de volver a dar el sí y a creer en el destino de la vida, después de tocar fondo, cuando perdió a Guillermo, uno de sus dos hijos, hace poco más de dos años. «Nada se compara con un dolor semejante, pero Zunilda es un gran alivio para mi vida».
Juegan al chinchón, a los dados, miran tele juntos, salen al cine, a tomar el té, se encuentran con amigos. No hay día que no tengan alguna actividad «y si no la tenemos nos la inventamos como culinquietos que somos». ¿Luna de miel? «Sí, pero no ahora, hace frío. La idea es en septiembre u octubre, aunque no lo tenemos decidido, pero de viajar será en el país, claro. Acordate que somos jubilados», hacen saber.
A la hora de otear el horizonte, Zunilda y Roberto son terrenales: «Estamos bien de salud, sanos, tocamos madera –dicen en simultáneo–, ojalá que nos disfrutemos un buen rato. Tenemos ganas de que esta historia sea lo más larga posible, hasta que la muerte nos separe, esta vez sí«, se miran sonrientes, enamorados y cómplices».
MG
Fuente: Clarín