Masacre de Trelew
Hace medio siglo 19 presos políticos de tres organizaciones guerrilleras fueron fusilados tras intentar una fuga de una cárcel de alta seguridad. Tomás Eloy Martínez, Paco Urondo y Marina Arruti reflejaron los eventos en libros y la gran pantalla.
PorDiego RojaEl 22 de agosto de 1972 un grupo de 19 guerrilleros fueron fusilados. Solo 3 sobrevivieron
Los hechos. ¿Cómo fueron los hechos? Ese es el quid de la cuestión, tanto como cuando sucedió la masacre de Trelew y siempre. Sobre todo, cuando se produce una masacre. Porque un asesinato en masa con un fin determinado es una muestra concentrada de un estado de la sociedad en cierta época. Entonces, ¿cómo fueron los hechos? El 22 de agosto de 1972, hace cincuenta años ya, 16 hombres y mujeres fueron fusilados a mansalva en la Base Aérea Almirante Zar, mientras que 3 sobrevivieron. Antes, una fuga espectacular del penal de Trelew se había producido ideada y dirigida por los presos de las organizaciones armadas que purgaban sus penas ahí: Montoneros, PRT-ERP, FAR. Las direcciones políticas de esos grupos habían podido coordinar la toma de la cárcel, reducir a los guardias desarmándolos y escapar hacia el aeropuerto de Rawson donde secuestraron un avión que los conduciría al Chile de Salvador Allende, donde solicitaron asilo antes de partir a Cuba. El plan había sido exitoso, a medias: cuando el avión secuestro despegaba, llegaban a la base aérea 19 fugados más de Trelew. Fueron capturados. Brindaron una conferencia de prensa frente a las cámaras de las emisoras televisivas nacionales, fueron trasladados con destino desconocido. Luego vino la masacre.
La Argentina era gobernada por la dictadura militar encabezada por Roberto Levingstone. Se había llegado a un acuerdo que permitiría elecciones al año siguiente. Las organizaciones foquistas habían decidido realizar una acción de carácter espectacular que liberara a los militantes y sus direcciones, presos políticos en el penal de Trelew. Una aclaración: el foquismo plantea que una acción, en general de carácter militar, puede al producirse conformar un eje no sólo de solidaridad sino involucramiento de sectores masivos al foco. Por eso, al realizar acciones separadas de la clase operaria y suplantar su acción de modo escénico, captaban la simpatía de sectores juveniles o universitarios. Sus adversarios dentro de la militancia en el campo popular los denominaban “aventureros pequeñoburgueses”. Cuando los dirigentes Agustín Tosco (secretario general de Luz y Fuerza Córdoba y el dirigente combativo de izquierda más reconocido del país) y Gregorio Flores (dirigente del Sitrac-Sitram, sindicato clasista de la fábrica Fiat en Córdoba), presos políticos en Trelew, fueron invitados a sumarse a la fuga, la respuesta fraternal y negativa se basó, en ambos casos, en que confiaban en que la lucha de los trabajadores los liberaría y no una acción apartada de ellos. La fuga se continuó planificando con delectación de relojero y sus preparativos hubieran asombrado al más inmutable ingeniero y a cualquier experto en estrategia. La fuga comenzó. Luego vino la masacre.
Había que saber los hechos.Titular del Diario La Prensa
Durante la madrugada del 22 de agosto, el redactor de guardia nocturna en el semanario Panorama, que dirigía Tomás Eloy Martínez, vio que el teletipo funcionaba alocadamente.
“Durante un fallido intento de fuga, quince delincuentes subvers ANULAR ANULAR ANULAR”, decía un cable, por ejemplo. Los cables se sucedían, contradictorios, ilegibles. Sin embargo, el gobierno había mandado una orden, legible, acerca de que se publicara la versión oficial. Recuerda Tomás Eloy Martínez (TEM): “Como pude, traté de dar coherencia al relato de un tiroteo con un saldo impreciso de guerrilleros muertos y heridos, y ningún lastimado entre los custodios. Escribí: ‘Cuando un Estado elige el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento -instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos’. El entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera llamó al dueño de la empresa que editaba la revista y le exigió que me despidiera”. El dueño era Héctor Timerman. Lo despidió.
Desempleado, TEM decidió viajar a Trelew. Llegó en medio de la más grande rebelión popular en la ciudad patagónica que adquirió los ribetes de una Comuna en la que las decisiones de Trelew eran tomadas colectivamente en el teatro Español y que había logrado convocar a movilizaciones de 8000 personas, un número gigantesco para la región, debido a que los militares habían comenzado a apresar a los apoderados de los presos políticos, que se convertían en tales por una cuestión de solidaridad. Martínez investigó los sucesos de la masacre, dio cuenta de la rebelión, regresó a Buenos Aires y nuevamente volvió a Trelew. Escribió La pasión según Trelew (Punto de Lectura): “Este libro fue una acumulación de crónicas, reportajes ajenos, discursos y documentos vinculados con la fuga del 15 de agosto, los fusilamientos de la base Almirante Zar y con la movilización popular del mes de octubre. Me propuse tan sólo organizar las voces de aquel coro para que su sonido no traicionara el sonido del pasado. Pero el pasado nunca vuelve a ser lo que fue. El pasado es sólo una manera de no encontrarse con el presente”.
El libro apareció a fines de agosto de 1973 y tuvo 5 ediciones antes de su prohibición. La última edición en vida de TEM, de 2009, tuvo lugar cuando el escritor fue llamado a declarar en los primeros juicios contra los militares asesinos después de la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Contó con un epílogo escrito por la gran periodista Susana Viau que da cuenta con minucioso detalle de las pruebas judiciales, actas, publicaciones y hechos que culminarían con la condena de los responsables de la masacre.
Sobre la Comuna, Tomás Eloy Martínez dijo: “El segundo hecho ha caído en un olvido injusto. Es el alzamiento de toda la población de Trelew contra el poder militar que el 11 de octubre arrestó a dieciséis vecinos de la ciudad y los trasladó al penal de Villa Devoto sin explicación alguna. Los habitantes decidieron declararse en estado de comuna y rebeldía para exigir que les devolvieran sus presos. Las manifestaciones duraron tres días y no se acallaron hasta que regresó el último”.
Lo mismo hizo Paco Urondo en un día particular.
El 25 de mayo de 1973 la ciudad de Buenos Aires, y toda la Argentina, era un espacio de felicidad política. Acababa la dictadura que Onganía había pronosticado décadas de duración, asumía Héctor Cámpora, un presidente de fluidos vínculos con la juventud de izquierda peronista, y los presos políticos de Devoto iban a ser liberados. La cárcel era una fiesta, aunque suene contradictorio. En ese maremágnum político de efusión, Paco Urondo -poeta y periodista, de filiación montonera- logró el modo de encontrarse en una celda con los tres sobrevivientes de la masacre: María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo René Haidar. La iniciativa de Urondo fue excepcional. Es posible que tal encuentro hubiera sido difícil, sino imposible, de realizarse nuevamente. Y con maestría periodística, Urondo decidió casi desaparecer a la hora de la edición de la entrevista grabada. De este modo, el relato en las voces de esas tres primeras víctimas de un fusilamiento a mansalva con el propósito de aniquilarlas, surge con toda dramaticidad que se puede leer en el libro La patria fusilada (Fondo de Cultura Económico).
Dice Camps: “Cuando hacemos cuerpo a tierra, Mario Delfino me pregunta qué hacemos, pensábamos los dos que eso era una masacre. Yo le digo: ‘Bueno, quedémonos cuerpo a tierra’, son las únicas palabras que nos decimos. Siguen las ráfagas, y, a partir de un momento, paran. Cuando paran se escuchan entonces quejidos, estertores de compañeros, incluso puteadas. Y empiezan a sonar disparos aislados. Me doy cuenta que están rematando, incluso alguien dice: ‘Este todavía vive’, e inmediatamente se escucha un tiro. Bueno, pocos momentos después, en tiempo no sé cuánto, uno o dos minutos después que terminaron las ráfagas, llega Bravo a la celda y nos hace parar, a Delfino y a mí, con las manos en la nuca, en la mitad de la celda. El estaba parado en la puerta, más o menos a un metro y medio de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no, y ahí me tira, a mí primero, y cuando estoy cayendo escucho otro tiro y veo que cae Mario Delfino. Yo lo toco y no se mueve, tampoco lo escucho quejarse. Calculo que el tiro lo mató de entrada, o lo shockeó de entrada, y perdió el conocimiento. Yo, el conocimiento no lo pierdo”.
Dice Berger: “Me doy cuenta de que están dando los tiros de gracia. Ahí me pongo a pensar: ‘Bueno, aquí me llegó la última hora’, y me pongo a pensar en mi familia. En ese momento se piensan muchísimas cosas: me acuerdo que pensé en mi familia, en mi compañero, pensé en mi compañero. En hechos lindos, en mi vida, pero no sé, yo quería pensar mucho en un corto tiempo, pero los terminé de pensar enseguida y los tiros no llegaban, es decir, no me llegaban a mi. Ahí me entró un poco de impaciencia. Estaba esperando que me mataran de una vez por todas. Porque uno piensa: ‘Bueno, ya que me matan, que me maten de una vez por todas’. Ahí es cuando escucho que uno, pienso que era el petiso Ulla, por el lugar de la voz, decía: ‘hijo de puta’; y otro que decía -creo que era uno de los tucumanos-, que decía; ‘ay, mamita querida’. Después veo que llega a la puerta uno vestido de azul, yo también me hacía la muerta. Ahora, a esta altura, era lo único que se me ocurría. No me acuerdo si alcanzó a tirar antes un tiro a la petisa, lo que si me acuerdo es que levanta la mano y me apunta con bastante cuidado; yo lo miro entre ojos, yo estoy tirada así sobre el hombro, y con cuidado me tira. Siento como un estallido espantoso en la cabeza, como si tuviera una bomba, pero para gran sorpresa no fui muerta”.
Marina Arruti filmó el documental ya clásico en el género documental político llamado simplemente Trelew, de 2004. El film reconstruye con rigor el planeamiento de la fuga, su ejecución (es dramático cuando un militante reconoce que interpretó mal unas señas e hizo regresar unos camiones de flete que se hubieran llevado al grueso de los fugados al aeropuerto y como dice a cámara que ese error perturba su psiquis desde aquel momento al momento de su testimonio), la improvisación sobre la marcha tomando unos remises que llegan al aeropuerto cuando el avión partió. Luego vino la masacre.
Una de las masacres infames de la historia argentina, que hoy tiene presos al fin y también prófugos que, de la Armada, pasaron a fugados de la justicia, radicados en Miami, empresarios.
Hubo quienes, además de la justicia, buscaron hechos, desde recién ocurridos los acontecimientos a pasado el tiempo, que despeja dudas.
Eran todos jóvenes, como los sobrevivientes María Antonia Berger y Alberto Camps, militantes de FAR y Ricardo René Haidar, de Montoneros, quienes volverían a caer y figuran como desaparecidos de la dictadura de Videla, Viola y Massera. Y los asesinados: Ana María Villarreal de Santucho, Clarisa Lea Place, Rubén Bonnet, Jorge Alejandro Ulla, José Ricardo Mena, Mario Emilio Delfino, Eduardo Capello, Alberto del Rey, Humberto Suarez, Miguel Ángel Polti, Humberto Toschi, militantes de PRT-ERP; María Angélica Sabelli, Alfredo Kohon, Carlos Alberto Astudillo, militantes de FAR; Susana Lesgart y Mariano Pujadas, militantes de Montoneros.
Toda enumeración de las víctimas de una masacre resulta difícil de leer.
Fuente: Infobae