Los días más felices de Borges
Una muestra y un libro recuperan los días más felices de Jorge Luis Borges. La exposición «El atlas de Borges» reúne las fotos que integran el libro «Atlas» que refleja un viaje que el autor realizó con María Kodama.
POR CARLOS DANIEL ALETTO
En el día del aniversario de su nacimiento, el mayor escritor argentino de todos los tiempos, Jorge Luis Borges, nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, es recordado por la mujer que sobre el final de su vida lo hizo feliz, María Kodama, con la cual el autor de “Ficciones” compartió los viajes que forman el libro de misceláneas “Atlas”, cuyas imágenes forman parte por estos días de una muestra que se presenta en el Centro Cultural Borges: “He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada”, dice el escritor en uno de los tramos de ese texto.
«En una ocasión yo estaba escuchando una canción y Borges me preguntó qué era y le dije: ‘Another Brick in the Wall’, de Pink Floyd. Entonces me pidió que la cantáramos siempre en su cumpleaños. ‘No cantemos «Happy birtday» que es una estupidez’ me propuso», dice a Télam la compañera de los últimos años del escritor, María Kodama. De buen humor. Así recuerda en el día de su cumpleaños al poeta que en 1975, tras la muerte de su madre, había escrito: «He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz. Que los glaciares del olvido / me arrastren y me pierdan, despiadados». El autor de «Ficciones», abandonaba por fin, en los últimos años de su vida, ese dolor.
En el libro «Atlas» de 1984, que escribieron en conjunto, señala: «María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos de esa larga aventura que prosigue».
Las fotografías de este libro integran la muestra «El atlas de Borges», que a partir de este miércoles podrá visitarse en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525) del 24 al 28 en el Pabellón I del segundo piso. Es un texto que desborda felicidad. Sin embargo, los libros misceláneos, híbridos, han tenido siempre muy mala prensa. Por ejemplo, Julio Cortázar, luego de concluir «Rayuela» escribió varios «almanaques», como él los llamaba (los más famosos son «Último round» y «La vuelta al día en ochenta mundos»), y la crítica fue muy despiadada con esos libros con imágenes; incluso David Viñas llamó a esa época de Cortázar como «el circuito de deterioro» de su obra. El «Atlas» de Borges entra en ese grupo de obras.
«Atlas» es un espejo casual del libro «Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella» de Julio Cortázar, quien junto a su última mujer, la fotógrafa Carol Dunlop, realizan en mayo de 1982 y publican al año siguiente. Un viaje último de la pareja, lleno de humor y felicidad a bordo de una combi Volkswagen roja llamada «Fafner», como el mítico dragón que Richard Wagner popularizó en la ópera «Sigfrido».
A la mala prensa de los libros misceláneos hay que sumar el desdén con el que muchos intelectuales tratan el tema de la felicidad. Walt Whitman era el poeta optimista permitido. En California Borges viajó junto a Kodama en globo. A propósito de esa experiencia explica en el libro «Atlas»: «Toda palabra presupone una experiencia compartida. Si alguien no ha visto nunca el rojo, es inútil que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juan el Teólogo o con la ira; si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada».
– Télam: ¿Cómo se generó la idea de realizar este libro en el que dialogan imágenes con palabras?
– María Kodama: Borges daba muchas conferencias, por lo tanto viajábamos bastante y yo sacaba fotos de los lugares que visitábamos. Borges, por supuesto, estudió en Ginebra y además, cuando todavía veía, paseaba por los museos de Europa y tenía una memoria increíble para los cuadros. Cuando viajábamos yo le decía: «¿Se acuerda de tal cuadro? Bueno, este paisaje se parece por tal color o tal forma». Era recrear el paisaje a través de los cuadros que él había visto y recordaba. El libro nace de esos diálogos.
– T.: Hay una foto emblemática de Borges de perfil, sonriente, junto a usted viajando en globo ¿Cómo fue ese viaje?
– M.K.: El viaje en globo fue muy divertido. Estábamos con Borges buscando algo que me había encargado una amiga y de pronto yo le digo a Borges: «Acá se hacen viajes en globos». Entonces hablamos con la empresa. No había viajes disponibles porque la gente se casaba en globo y todos estaban ya alquilados. Borges, entusiasmado, insistió y llamamos a otro que tenían un viaje muy temprano.
Había que salir a las 4 de la mañana. Antes de irnos Borges empezó a charlar. Él me decía, por ejemplo: «Usted cree que el globo será de mimbre o será plástico». Yo le dije: «si seguimos hablando a las 4 de la mañana no vamos a llegar al viaje. Usted elija la historia que quiera. Prefiere palabras o viajar».
Cuando llegamos, el encargado de los viajes me explica cómo subir al globo, donde tengo que poner un pie y después cómo montar y agrega que «el señor» (por Borges) iba a tener que seguir el paseo en un coche. Borges le dijo que de ninguna manera, que él iba en globo. El empleado me mira desesperado y le dice a Borges: «Usted, señor, no puede subir» y él le contesta: «Cuando yo era joven montaba a caballo, así que perfectamente puedo subir». En realidad habíamos ido para que él viajara en globo, entonces yo firmé los papeles. Y Borges estaba encantado. Tuvo una felicidad enorme.
– T.: Borges en el texto que ilustra «el viaje en globo» describe: «El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porque, no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia». ¿Hay un Borges feliz en ese libro y en esos días?
– M.K.: Todo el mundo condicionaba a Borges por sus capacidades (porque era ciego, sobre todo) y yo, por lo contrario, soy la libertad. Entonces él sabía que libertad es hacer lo que se le antoja y además correr con las consecuencias de eso que se me antoja. Eso es libertad, como fui educada por mi padre. Yo le decía: «Mire, los peligros que corren son estos, ¿acepta o no acepta?» Y él quería. Entonces yo le decía: «Bueno, después no llore, eh». Estaba feliz. Disfrutaba de todo.
En el libro «Atlas» Borges ya perfila, elige la ciudad en la que va a morir. La elige porque le provoca felicidad y lo dice: «De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad. Le debo, a partir de 1914, la revelación del francés, del latín, del alemán, del expresionismo, de Schopenhauer, de la doctrina del Buddha, del Taoísmo, de Conrad, de Lafcadio Hearn y de la nostalgia de Buenos Aires».
Borges en los ochenta empieza a desvanecer esa «sombra de haber sido un desdichado». Muere en Ginebra, dos años después, el 14 de junio de 1986. Kodama aclara que ella festeja el cumpleaños y no la partida. Festejan cantando «Another Brick in the Wall’ .
Fuente: Télam