Cambian basurales por espacios verdes
«Queremos ver otra realidad», dicen las mujeres que buscan convertir un basural en un espacio verde. Un grupo de vecinas se organizó para recuperar el basural a cielo abierto del barrio Trapito, en Tigre, y eliminar los restos de plásticos, vidrio y otros desechos que había en el lugar. «Quedó atrás el olor nauseabundo y el humo de las quemas», relataron.
POR MILAGROS ALONSO
Un grupo de mujeres que vive en el barrio Trapito, en el municipio bonaerense de Tigre, premiado por su lucha para transformar el basural del asentamiento en un espacio verde que permita la recreación y el encuentro de toda la comunidad, afirman que ese trabajo significa una oportunidad para «empezar a ver otra realidad», contaron a Télam las impulsoras del proyecto.
Andrea Robledo, vecina del barrio y psicóloga social, se entusiasma cuando imagina que en el basural a cielo abierto que históricamente ocupó casi cinco cuadras hasta el arroyo Las Tunas, pronto habrá árboles, bancos y juegos de plaza.
Parada sobre los escombros que rellenan el terreno, Andrea cuenta que el basural ahora está en «proceso de desaparición» y quedó atrás tanto el olor nauseabundo como el humo de la quema que realizaban los propios vecinos.
En la entrada del basural de Trapito, ubicado en la localidad tigrense de Ricardo Rojas, las mujeres recibieron a Télam en el container instalado por la fundación Vivienda Digna y pintado por los vecinos con franjas celestes, rosas, amarillas y verdes.
Allí funciona el Espacio Comunitario Trapito, donde en articulación con la municipalidad de Tigre se brindan clases de primaria para adultos, charlas de salud sexual y reproductiva, talleres artísticos, clases de yoga, y opera una posta de salud para atender a niñas, niños y adolescentes.
El proyecto de transformación del basural fue uno de los cinco ganadores del premio de 400.000 pesos de la Fundación Avon que se entregó a fines de agosto, y tiene por objetivo visibilizar propuestas que busquen achicar las brechas de desigualdad de género y mejorar la calidad de vida de sus comunidades.
«Nunca nos imaginamos que íbamos a tener el premio, eso jamás», cuenta Ana Salazar, que vive en el barrio hace 17 años y es otra de las siete referentes que impulsaron el proyecto con el acompañamiento de la Fundación Vivienda Digna.
«Todo se va a haciendo por el impulso de las mujeres», subraya Ana, de 60 años, y recuerda que la iniciativa surgió caminando el barrio, donde viven alrededor de 500 familias.
«El barrio popular siempre es como lo último que queda, pero en este lugar también viven personas que tiene los mismos derechos que las que viven en otro lado», continúa Aviviendna mientras camina entre los fresnos recién plantados atrás del container.
Y remarca: «hoy tengo a mis hijos grandes, pero me gustaría que los chiquitos que están creciendo acá puedan empezar a ver otra realidad. Podés seguir siendo humilde, pero con una condición distinta de vida».
En el terreno todavía quedan algunas bolsas de plástico, zapatillas viejas, botellas y restos orgánicos que se escabullen entre los cascotes, al tiempo que los vecinos y el municipio avanzan con la limpieza del lugar.
«La plaza es algo que necesitamos para juntarnos las mujeres a tomar mate y que los chicos disfruten. Es un avance enorme, pero primero hay que terminar de sacar todo», cuenta Celia Babolene, de 58, quien es una de las pioneras en el trabajo comunitario dentro del barrio.
Vivir junto a un basural
Hoy ya no se acumulan montañas de basura porque después de la lucha de estas mujeres se instalaron contenedores en las calles y se logró que un camión municipal ingrese al barrio día por medio para juntar los residuos.
«Hubo que juntar firmas y hacer reuniones», relata María Zabala, de 28, mientras hamaca en el cochecito a su hijo Noah de cuatro meses.
María asegura que tener el basural al lado «era terrible» y enumera que convivían con «ratas, enfermedades, erupciones en la piel y mucho humo».
Además del premio monetario, el grupo recibirá capacitaciones sobre el tratamiento de residuos, salud y cuidado de espacios verdes para «poder volcarlo en el barrio».
«Hay que concientizar vecino por vecino sobre el tema ambiental y hasta que no lo ven, no lo creen», explica Andrea y afirma que desde que llegaron los primeros contenedores «cada vez más personas las apoyan».
Antes de la charla con Télam, las mujeres hablaron con un vecino que todavía se muestra descreído ante los cambios y se resiste a usar los nuevos tachos de basura.
«A todos nos sirve que el barrio mejore, que sea igual a otro barrio», señala Andrea y recuerda que «costó mucho que haya asfalto y veredas».
«Cuando entrás a caminar el barrio te chocás con familias luchadoras, que tienen su trabajo, que quieren vivir mejor y arreglar su casita», agrega la operadora en salud mental que coordina grupos de escucha para adultos y adolescentes del barrio.
Y remarca: «A veces hay mucha discriminación, pero creo que nos hicimos fuertes entre todas dejando de lado eso y nos volcamos a dar una mano».
El equipo completo detrás del proyecto está conformado por siete vecinas del barrio: Anabel Anriquez, Celia Babolene, Romina Pimienta, Emiliana Riveros, Andrea Robledo, Ana Salazar y María Zabala.
Cuando el sol empieza a anunciar el mediodía, las mujeres se despiden. Tienen que trabajar, preparar el almuerzo, ir a buscar a sus hijos a la escuela, o cocinar las viandas que entregan en el comedor comunitario.
Entre saludos apresurados por el reloj, Andrea asegura: «De a poquito se está viendo el logro. Si bien falta para la plaza, los primeros pasos ya se están dando».
Y concluye: «Las mujeres vamos para adelante y, si estamos todas unidas, lo vamos a lograr».
Fuente: Télam