El creador de la birome
Era húngaro, nació con dos kilos y lo salvó un invento de su madre: la increíble historia del creador de la birome. En 1938, Ladislao Biró inventó el objeto que revolucionó la manera de escribir y que le dio fama internacional, pero lo comercializó seis años más tarde. No le molestaba que lo identificaran solo por el bolígrafo. pero tenía en su haber otros grandes inventos, el lavarropas y la caja de cambios automática mecánica. “Fue un visionario y un curioso hasta el final de sus días”, lo describe Eduardo Fernández, inventor, quien lo tuvo de mentor.
Por: Fernanda JaraLadislao Biro, inventó el bolígrafo que lleva su nombre
Aunque la birome es el más conocido de sus inventos, no fue lo único que dejó Ladislao Biró y aunque no llegaba a molestarle que se lo identificara solo con ella, decía que no era su único aporte al mundo. Antes de que su mente inquieta creara un bolígrafo que no lo manchara ni se trabara y basado en un sistema inspirado en las imprentas, ya había inventado un modelo de pluma fuente, una máquina para lavar ropa, un sistema de cambios automático para automóviles y un vehículo electromagnético. Todo eso antes de 1938.
Anotado como László József Bíró, nació en Budapest, 29 de septiembre de 1899 con menos de 2 kilos. Eso hizo creer a los médicos que no sobreviviría, pero su madre (por madre y con un halo de inventora) creó una especie de incubadora para darle calor: lo acostó en una caja de zapatos forrada con algodón que debajo tenía una lámpara para mantenerlo calentito. “Era ama de casa pero siempre había querido ser médica, que en ese entonces era como ser prostituta”, había contado Mariana, la única hija del inventor, a Infobae.
El niño sobrevivió y en sus 86 años fue uno de los inventores más reconocidos del mundo: creó también el perfumero, que tiene el mismo principio que el bolígrafo que luego se aplicó a los desodorantes a bolilla; el modelo de pluma estilográfica (1928), lavarropas (1930); caja de cambios automática mecánica (que vendió a General Motors en 1932); el termógrafo clínico (1943), el proceso continuo para resinas fenólicas (1944); proceso para mejorar la resistencia de varillas de acero (1944); dispositivo para obtener energía de las olas del mar (1958); boquilla antitóxica; cerradura inviolable; sistema molecular e isotópico para fraccionamiento de gases en 1978.Una de las publicidades de su invento más reconocido
Pese a ese incompleto listado, aún no se puede alejar del bolígrafo, que le dio fama internacional al húngaro nacionalizado argentino que “nunca quiso hacer la carrera de Ingeniería porque ‘una vez que le explicaban algo, era más difícil pensarlo de otra forma’”.
Tenía 38 años cuando enojado con la lapicera Pelikan, se dispuso a observar las rotativas del diario (era periodista) y a preguntarse cómo podía crear algo que se basara en los principios de la imprenta. Así ideó una pequeña bolita para poner en un tubo, con una tinta especial que fluyera por la fuerza de la gravedad y se secara en el papel.
Ese invento fue patentado en 1938 en Hungría e inició un agotador y largo proceso para comercializarlo: el mundo estaba en guerra, y las bolillas y la tinta no eran perfectas. “Entonces cuando papá quería mostrarlo, antes de entregarlo lo limpiaba un poquito debajo de la mesa”, reveló su hija y contó que en 1940 un grupo inversor húngaro e inglés le propuso fabricar su invento en la Argentina.Las patentes del invento de Biro
El hombre viajó a Buenos Aires y recién en 1944 vio los frutos de su máximo invento lanzado al mercado la Compañía Sudamericana Biro-Meyne. Ese mismo año, vendió la patente a la firma estadounidense Eversharp Faber en 2 millones de dólares.
Biró cuenta con más de 300 patentes a nivel mundial, entre los que se encuentran además el sistema retráctil para bolígrafos y el principio de sustentación magnética para trenes.
El 24 de octubre de 1985, murió con 86 años en el Hospital Alemán de Buenos Aires y la triste noticia fue contada por los principales diarios del mundo.Ladislao Biro jugando con biromes
Del niño fascinado con el inventor al hombre que colaboró con él
Eduardo Fernández es el director de la Escuela Argentina para Inventores y miembro de la Fundación Biró, creada en 1999. “Conocí a Biró los últimos seis años de su vida y colaboré con él”, cuenta orgulloso el también autor de varios inventos, entre ellos un juego didáctico premiado internacionalmente, el Trabalitos.
Llegó a él por decisión propia, ansioso y motivado por la figura del hombre que a medida que lo descubría, más lo fascinaba. “Tenía diez años cuando lo vi por primera vez en un programa de televisión con Chunchuna Villafañe. Era una publicidad de Sylvapen y decía: ‘Soy Biró, el inventor de la birome’… Quise conocerlo desde ese día, pero pasaron otros diez años para que me animara a buscarlo en la guía telefónica. Encontré al único Biró de la lista, lo llamé, me presenté diciendo que era inventor. ‘Véngase’, me dijo. Y me recibió en su casa de Belgrano. Charlamos como cuatro horas”, repasa.
Para él, conocer al hombre que realizó tales inventos fue una mezcla de satisfacción personal con el deseo de su propio genio cumplido: estaba al lado de una de las personas más importantes de siglo debido a sus invenciones.Eduardo Fernández es el director de la Escuela Argentina para Inventores
Emocionado por el recuerdo, lo describe: “Además de su talento, era un tipo muy generoso, abierto y flexible porque de la misma manera que me recibió a mi, recibió a muchos y no se guardaba nada”.
Biró tenía una curiosidad innata y trabajaba con las mismas inquietudes que un niño. Eso a Eduardo lo maravillaba. “Al final de su vida, seguía con la curiosidad intacta, desarrollando un invento para enriquecer el uranio. Le concedieron post mortem muchas de sus últimas patentes”, detalla y se admira del hombre que fue “un extraterrestre” por lo avanzado a la hora de sus creaciones.
“Pensar que inventó el primer lavarropas automático y la caja de cambios automática que la General Motors compró no para fabricar, sino para que no la hiciera la competencia entre 1930 y 1932, da cuenta de lo que era”, se admira el también inventor profesional y que entrevistó a Biró entre 1980 y 1985.El creador patentó su invento en Hungría y luego se instaló en la Argentina
“Sin dudas me inspiró, por eso creamos la Escuela Argentina de Inventores”, dice el también director ejecutivo de la Fundación Biró, una institución fundada en 1999 que tiene el objetivo es mantener su memoria, difundir sus actividades y promover la inventiva de los jóvenes a través de la educación.
“Para un inventor, la queja de otra persona es una idea, donde otro ve un problema, vemos una solución. No todo está inventado”, admite y recita tres frases de Biró que lo inspiran: “‘Mi especialidad es no especializarme en nada’; ‘La cuestión es siempre hacer las cosas simples, y muy bien hechas’, ‘Nunca nada me ha parecido tan incierto como la palabra futuro, pero siempre tuve planes para alcanzarlo’”.
Entre sus gratos recuerdos, rescata lo que más lo inspira: “Era una mente humilde y tremendamente talentosa. Recuerdo que trabajaba solo hasta altas horas de la noche, las cuatro o cinco de la mañana. Después llegaba el taller para continuar con lo que tenía que seguir. Como persona, era muy, muy tranquilo, un visionario de otra época y yo tuve la suerte de que en vez de de preguntarle sobre mis inventos le pregunté cómo hacía él su evolución y eso fue mucho más valioso porque para mí fueron herramientas conceptuales. Por suerte, lo hice aún siendo muy joven, tenía entre 20 y 25 años, y poca experiencia”.Para un inventor no todo está inventado
“Lo que más aprendí de él —sigue— es cómo se trabaja un invento profesional. La idea de tener un problema relevante, buscar antecedentes, hacer modelos físicos, pruebas de concepto, de funciones, buscar inversores, patentar, fabricar y vender. Ese proceso no es obvio y es lo que marca diferencia. Para mi fue como si hoy un chico que le gusta el fútbol y quiere jugarlo recibe toda la enseñanza de Messi”.
El inventor decía que “lo que más valoraba de un inventor es la actitud mental, no un invento, sino ver un problema, identificarlo y hacerse amigo del problema porque significa una oportunidad de transformarlo en una oportunidad de dar una solución. ¡Una enseñanza invaluable!”, finaliza.
Fuente: Infobae