Blackie, una injusto olvido, de la radio y la tele
Quién fue Blackie, la “Silvina Ocampo judía y plebeya” que conquistó la radio y la TV de Argentina
En “Blackie, la voz insumisa”, Hinde Pomeraniec narra la vida de la periodista, cantante, actriz, productora, directora y conductora pionera, que fue la precursora de los programas políticos y la inventora de los livings y los paneles de televisión.
Por: René Salomé
Blackie, «una mujer que logró aflojar las riendas que paralizaban a las mujeres en tiempos en los que pocas se animaban».
“Cuando murió tenía sesenta y cuatro años, pero hacía mucho tiempo que había elegido ser una anciana. Es curioso: Blackie, nacida Paloma Efron, debe ser la única mujer del ambiente artístico que se sumaba años en lugar de quitárselos”, escribe la autora y periodista Hinde Pomeraniec en Blackie, una voz insumisa, reeditado por Gourmet Musical.
Pocas personas tuvieron una relevancia semejante en el mundo de la cultura argentina como Blackie. A 45 años de su muerte, la periodista, cantante, actriz, productora, directora y conductora pionera de radio y televisión todavía se alza como una de las grandes figuras del espectáculo, cuya huella indeleble ha dejado un hueco imposible de rellenar.
“Blackie no tuvo una vida excesivamente larga, pero así y todo dejó un legado singular como importadora de cultura y como creadora. Fue la introductora del spirituals en la Argentina, la inventora de los livings y los paneles de televisión, la precursora de los programas políticos y la dueña de una voz de radio inconfundible a la hora de la siesta. Escribió, actuó, cantó, condujo, produjo y dirigió. Prácticamente no quedó espacio del mundo de la comunicación en el que no haya dejado huella”, escribe Pomeraniec.
Desde sus comienzos como cantante de jazz -en Estados Unidos se codeó con grandes figuras del género como Louis Armstrong y Ella Fitzgerald– hasta su devenir como productora, pasando por su extensa incursión en el teatro, la radio y la televisión, Blackie, “una suerte de Victoria Ocampo judía y plebeya”, fue una mujer excepcional que “logró aflojar las riendas que paralizaban a las mujeres en tiempos en los que pocas se animaban” y cuya vida, tanto para quienes quieran recordarla como para quienes quieran conocerla, está narrada con admitación, maestría y minucia en Blackie, una voz insumisa.
Así empieza “Blackie, una voz insumisa”
«Blackie, una voz insumisa», de Hinde Pomeraniec, editado por Gourmet Musical.
1. Introducción
Cuando murió tenía sesenta y cuatro años, pero hacía mucho tiempo que había elegido ser una anciana. Es curioso: Blackie, nacida Paloma Efron, debe ser la única mujer del ambiente artístico que se sumaba años en lugar de quitárselos.
No es lo único que hizo de ella un personaje singular. Su enorme talento y su capacidad para entrar en sintonía con las necesidades del público argentino la consagraron temprano como uno de los dioses sagrados de la radio y TV locales; una suerte de Victoria Ocampo judía y plebeya.
Fue una pionera que siempre buscó cruzar la divulgación cultural con el entretenimiento y supo, como pocos, entretejer alta cultura con cultura popular; una visionaria que se atrevió a todos los géneros del espectáculo y que, como definió años atrás la notable directora María Herminia Avellaneda –una de sus discípulas–, “logró reinventarse para pasar de ser intérprete a ser una productora”.
Esa reinvención, que nació de las cenizas de un duelo múltiple, confirma la excepcionalidad de Paloma, una mujer que logró aflojar las riendas que paralizaban a las mujeres en tiempos en los que pocas se animaban; alguien que desde muy joven decidió compartir aquello que la entusiasmaba, la que introdujo el spirituals en la Argentina, la inventora de los livings y los paneles en TV; la precursora de los programas políticos y la dueña de una voz de radio inconfundible a la hora de la siesta. La gran docente y formadora de cuadros junto al micrófono, frente a cámaras, detrás de ellas. La gran descubridora de talentos.
Fue única e irremplazable, no solo por sus amplias virtudes sino porque además le tocó vivir ese tiempo original de los medios audiovisuales en la Argentina, cuando sus protagonistas eran como artistas del Renacimiento, con talentos y dones múltiples, capaces de salir al aire a improvisar programas que luego quedarían para siempre en la memoria colectiva como la génesis de la historia de la radio y la televisión argentina. No dejó escenario ni set ni estudio radial sin pisar. También tuvo experiencias en el cine y la gráfica. Escribió, actuó, cantó, condujo, produjo y dirigió. Aunque no tuvo hijos propios, eligió ser la madre artística de una multitud. Nadie ha ocupado aún su lugar en el mundo del periodismo y el espectáculo.
En «Blackie, una voz insumisa», Hinde Pomeraniec narra la vida de «uno de los dioses sagrados de la radio y TV locales; una suerte de Victoria Ocampo judía y plebeya».
2. Escapar para vivir
“He perdido a mi hijo, pero no a mi heredero; el pueblo judío y la humanidad toda recibirán mi herencia”. En 1887, el barón Mauricio de Hirsch, un banquero y filántropo judío alemán radicado en París y uno de los hombres más ricos de Europa, estaba conmocionado por la temprana muerte de Lucien, su único hijo y heredero. A pesar del enorme dolor, buscó con vertir el duelo en acción por los otros y comenzó a participar de la vida pública. Fue entonces cuando nació su obra más célebre: la Jewish Colonization Association (JCA).
La nueva organización filantrópica tuvo como principal objetivo asistir a la inmigración en masa de los judíos europeos a un país hasta entonces desconocido para la mayoría: la Argentina. El plan de Hirsch consistía en trasladar a tres millones de víctimas del antisemitismo de la Rusia zarista para que se dedicaran a las tareas del campo. Después de la creación de la JCA, la suerte de miles de europeos del Este repudiados y perseguidos en sus países de origen cambió de registro.
Pero la historia de esta inmigración en el país tiene una serie de ante cedentes que incluyen una trama de estafa y corrupción. Un tiempo antes de que llegara la ayuda del barón, y sin más organización que la desesperación por encontrar un refugio seguro para ver crecer a los hijos sin persecuciones ni pogroms o linchamientos, en 1889 había llegado al país el barco Wesser, con alrededor de 120 familias –unas ochocientas personas– provenientes de la región de Podolia, Rusia.
En el momento de partir, en 1888, la intención original de este grupo de viajeros, cuya figura principal era el rabino Aarón Goldman, había sido desembarcar en Palestina, objetivo que no alcanzaron a cumplir porque el gobierno turco se negó a otorgarles la debida autorización. Llegaron a París, donde entraron en contacto con agentes argentinos que les ofrecieron firmar el primer acuerdo de colonización, basado en un decreto firmado en 1881 por el entonces presidente de la nación, Julio A. Roca, en el que se invitaba a los judíos rusos a colonizar la Argentina.
Una vez que desembarcaron en Buenos Aires, se instalaron en el Hotel de Inmigrantes, inaugurado en 1911 y ubicado en las inmediaciones del puerto para recibir y orientar a los recién llegados. Pero para esa gente se acercaban tiempos de grandes decepciones y estafas, ya que en un primer momento quedaron ahí varados. Las familias habían adquirido en París parcelas de veinticinco a cien hectáreas de la estancia Nueva Plata, cuyo propietario era el hacendado Rafael Hernández, y habían pagado a su agente en Francia una seña de cuatrocientos francos cada una. Algunas fuentes señalan que cuando los futuros colonos debían habitar las tierras por las que habían pagado, tuvieron que resignarse y aceptar que el dueño de esos terrenos se retirara del pacto acordado.
Hinde Pomeraniec: «Cuando murió tenía sesenta y cuatro años, pero hacía mucho tiempo que había elegido ser una anciana».
Poco después del engaño original, firmaron un nuevo arreglo con otro terrateniente llamado Pedro Palacios. Los nuevos contratos hablaban de tierras en la provincia de Santa Fe, a unos seiscientos kilómetros de Buenos Aires. El lugar, que llevaba por nombre el de su dueño, era una zona agreste y despoblada a la que Palacios había prometido proveer de viviendas y otras comodidades. Nueva promesa, nueva desilusión. Una vez más, al llegar no encontraron ni las viviendas ni los préstamos pro metidos, sino apenas “un gran galpón de chapas de zinc junto a las vías y algunos vagones estacionados cerca”, como escribió Ricardo Feierstein en su Historia de los judíos argentinos.
Por entonces, en esa zona se tendían las vías del Ferrocarril Central Argentino hacia Tucumán. Cuenta Hélène Gutkowski en Vidas… en las colonias que las familias debieron instalarse en galpones de ferrocarril y en carpas de lona durante cuatro meses. Todo era precario y adverso. Durante ese tiempo murieron muchos, sobre todo chicos. Fue ahí, en Palacios, donde se emplazaron las tumbas del primer cementerio judío en la Argentina.
Pero un día la historia comenzó a darse vuelta: en uno de los trenes que iban de Tucumán a Buenos Aires viajaba Wilhelm Lowenthal, un médico judío francés que volvía de cumplir dos misiones. Una de ellas, asignada por el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, estaba directamente vinculada a la colonización. La otra se relacionaba con un pedido de la Alianza Israelita Universal del Barón de Hirsch, con sede en París, que le había encomendado a Lowenthal que aprovechara el viaje para averiguar en qué condiciones se encontraba la gente del grupo de Podolia, de quienes había pocas y malas noticias.
Cuando el tren se detuvo en la estación Palacios, Lowenthal alcanzó a ver desde su ventanilla un panorama desolador: chicos y mujeres desnutridos y harapientos mendigaban pan y limosnas a los pasajeros. Hablaban en idish. El enviado se entrevistó entonces con las autoridades provinciales y, ya en Francia, propuso formalmente a la Alianza un proyecto de colonización judía en la Argentina. Cuando el Barón de Hirsch se enteró de este proyecto –que tanto tenía que ver con el suyo–, tomó bajo su protección a los judíos del Wesser.
Unos meses después, el 24 de agosto de 1891, nacía en Londres la JCA, creada por Hirsch. A fines de ese mismo año, de vuelta en el país, Lowenthal adquiría para ese organismo diez mil hectáreas de tierras en la provincia de Santa Fe. Sobre esa tierra se fundaría Moisesville, la primera colonia judía en la Argentina. Según los estatutos de la Jewish Colonization Association, debían “fundarse colonias agrícolas en tierras de buena calidad, las que serían entregadas a familias seleccionadas en su país de origen e instruidas en los trabajos de campo, si fuese necesario, antes de viajar a su destino”, como recuerda Haim Avni en Argentina y la historia de la inmigración judía (1810-1850). En principio, los gastos del viaje debían solventarlos los propios viajeros, aunque de no poder cumplir con este requisito, la JCA se hacía cargo.
Apoyados por la institución, comenzaron a llegar barcos con centenares de inmigrantes judíos a la Argentina cuyo destino final fueron algunas de las colonias que se estaban formando en las provincias de Santa Fe y de Entre Ríos, y también en Chaco y a las afueras de Buenos Aires. El 22 de diciembre de 1891 otros ochocientos pasajeros de origen ruso desembarcaron en el puerto. El nombre del barco, Pampa, junto con el de la nave pionera Wesser, forma hoy parte de la mitología judeo-argentina. La ruta de ambos fue similar. Partieron de Rusia hacia Palestina, donde no pudieron ingresar, por lo que debieron permanecer unos meses en Constantinopla, desde donde finalmente embarcaron rumbo a la Argentina.
Quién es Hinde Pomeraniec
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1961.
♦ Es escritora, periodista, conductora y editora.
♦ Colabora en Infobae, donde fue editora de Cultura.
♦ Escribió libros como Katrina, el imperio al desnudo, Rusos de Putin y Soy my madre, soy mi hija, soy yo.
♦ Recibió galardones como el Premio Konex de Platino en la categoría Periodismo literario, el Premio “Hrant Dink” al periodismo argentino y el Premio Unidas para los Derechos de la Mujer y la Democracia.
Fuente: Infobae