Tuvimos la pileta más larga del mundo
Buenos Aires perdida. Era la pileta más larga del mundo, estaba a metros de una pista de aterrizaje y apenas funcionó diez años
En los años 50 fue una de las atracciones en tierras que fueron ganadas al Río de la Plata; el crecimiento demográfico, la demanda aeroportuaria y los riesgos para los usuarios provocaron el cierre
En la playa de la isla caribeña de Saint Martin, los turistas suelen recostarse sobre la arena o sentarse entre las olas para sorprenderse con los aviones que aterrizan en el aeropuerto Princesa Juliana. Pasan a pocos metros, casi despeinándolos, con la potencia de sus turbinas que quitan el aliento. Es de una de las atracciones del lugar, por más turbulenta que parezca, algo parecido a lo que ocurrió durante diez años en el Aeroparque Metropolitano donde mucha gente pasaba las tardes refrescándose en el agua mientras las aeronaves despegaban o aterrizaban.
Lo hacían en los 840 metros de la pileta del Balneario Norte que era considerada una de las más grandes del mundo hasta fines de la década de 1950, cuando su funcionamiento se interrumpió a pocos años de su inauguración por las obras de ampliación de la pista y el aeroparque. Las tierras ganadas al Río de la Plata ya se habían asentado como parte de la ciudad de Buenos Aires y la disputa por los usos, también. Primero llegaron las atracciones aunque, luego la demanda de la infraestructura aeronáutica pudo más.
Con los restos de las demoliciones de los años 30 y los escombros de las obras que transformaron la ciudad, como los ensanches de las avenidas o la construcción de la línea B de subte, se comenzó a ganar superficie al río, una técnica que continuó durante décadas incluso hasta hoy con las obras de ampliación de Aeroparque que incluyeron un estacionamiento subterráneo; o el espigón Puerto Argentino, donde descansa el monumento a Cristóbal Colón.
Esa zona de la ciudad siempre estuvo atravesada por la especulación o la ambición de ampliar los límites continentales aún más allá de la sirga rioplatense, con proyectos faraónicos insólitos como las aeroislas del arquitecto Le Corbusier, o en los años 90, los proyectos de Álvaro Alsogaray y Carlos Menem. Pero esas son otras historias.
El crecimiento demográfico de la ciudad impulsó a la municipalidad a construir balnearios en la zona norte de la ciudad, uno de ellos al lado del recientemente instalado Aeroparque Metropolitano. En 1945 el área delimitada por la Costanera, las avenidas Dorrego y Sarmiento y las vías del ferrocarril Belgrano fueron cedidas a la Secretaría de Aeronáutica para la construcción de la terminal que comenzó en 1946 y finalizó en 1947.
El plan de urbanización era más ambicioso y llegaba hasta Vicente López con un relleno costero de 385 hectáreas, la recuperación de 275 hectáreas de bañados; un hidroaeropuerto comercial; dársena para yates; tres balnearios (uno exterior sobre el río y dos interiores); forestación y formación de parques, bosques y caminos interiores; instalaciones deportivas para pesca, yachting, equitación, natación; confiterías y restaurantes; y espigones de pescadores. Algunos de los proyectos se completaron con una idea de recuperación de la costa rioplatense como ocurre en la actualidad.
La pileta pensada iba a tener 1500 metros de largo y entre 100 y 200 de ancho, pero se concluyó en 840m por 80m, con 1,20m de profundidad uniforme, la tercera parte de extensión de la actual pista del aeropuerto que, con las últimas reformas, alcanzó los 2690 metros. Se ubicaba cerca del Río de la Plata, era rectangular, con una terminación circular en el extremo sur que se conectaba, mediante senderos peatonales, al hall de ingreso del Balneario Norte.
La posición les permitía a los usuarios tener una vista privilegiada hacia el río y, además, ver los despegues y aterrizajes a pocos metros, en una peligrosa convivencia por la cercanía de la pista con la pileta, una situación que ponía en riesgo a los bañistas por un eventual despiste u otro tipo de accidente. Como toda pileta a cielo abierto, abría durante los meses más calurosos del año y recibía miles de visitantes por día, de la ciudad y del resto del país. Vestuarios y una gran confitería eran parte de sus instalaciones.
La cercanía con la costa permitía extraer el agua del Río de la Plata para llenarla por lo que, a pesar de ser una construcción en material tenía ciertos rasgos naturales. Otros rasgos característicos de la atracción era que los bañistas podían conocer y recorrer las instalaciones de Aeroparque que también ofrecía paseos gratis en avión por aquel entonces. También eran frecuentes las actividades nocturnas en la pileta que a pesar de la magnitud del proyecto, tuvo corta vida.
Las ampliaciones de la terminal área fueron las razones de la desaparición, aunque no las únicas ya que el crecimiento demográfico y los riesgos que significaban para los usuarios tuvieron su peso. Los 840 metros se fueron acortando hasta quedar un último tramo, cercano al ingreso al balneario, que funcionó hasta los 70 para después darle paso a un estacionamiento. Los registros históricos de la época dan cuenta de que en abril de 1959 la Secretaría de Aeronáutica cerró el aeropuerto para extender la pista, construir calles, reparar pavimentos y ampliar las terminales. Durante esos meses los vuelos fueron derivados a Ezeiza.
Las reformas en el aeropuerto continuaron con la incorporación de nuevos edificios y terminales hasta que el consorcio Aeropuertos Argentina 2000 tomó el control y siguió con las mejoras junto al Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (Orsna). Las últimas finalizaron en 2021, a casi 75 años de la inauguración de Aeroparque, con una obra que demandó 5700 toneladas de pavimento asfáltico, 252.000 toneladas de pavimento de hormigón, 160 kilómetros de cañerías, 350 kilómetros de cableado y 2000 luces led alta intensidad. En esas obras, no quedaron ni los recuerdos de los balnearios costeros.
Insólitas aeroislas
Además de las piletas y otros usos que se le dieron a las tierras ganadas al río, ese sector de la ciudad fue apuntado para otros proyectos insólitos, como el de las aeroislas. Le Corbusier fue quien puso el ojo primero al quedar impactado por las posibilidades que le ofrecía el Río de la Plata cuando en 1929 llegó al país invitado por la Sociedad Amigos del Arte. En su visita, el arquitecto tuvo tiempo para diseñar el plano de un aeródromo construido en una isla artificial frente a la costanera. Fue esa la primera idea de llevar el aeropuerto al río, aunque no la única.
Años después, en 1938, la Sociedad Central de Arquitectos presentó un proyecto para construir el aeroparque sobre una isla artificial, pero cuando en 1945 se colocó la piedra basal en tierra firme, se descartó. Álvaro Alsogaray intentó sin éxito reflotar la idea en 1961, aunque el ingeniero tuvo revancha en los 90 durante el Gobierno de Menem.
El proyecto, que terminó convirtiéndose en un plan alocado, preveía la creación de una isla de 323 hectáreas, casi tan grande como la de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, para construir una pista principal de 2500 metros, un hotel, un estacionamiento y un muelle. Un puente de 2500 metros uniría a la ciudad con la isla artificial. Hubo empresas alemanas, holandesas y argentinas que mostraron interés en la obra que se preveía terminaría en cinco años con una inversión de 930 millones de dólares.
Después del segundo fracaso, Alsogaray hizo todo lo posible para desempolvar el proyecto en 1998 junto al entonces jefe de Gobierno porteño, Fernando de la Rúa. El último intento lo realizó la empresa Aeroisla SA en el año 2000, pero la inversión y la logística que demandaban para realizar la obra terminaron dando de baja la discusión.
Fuente: La Nacion