Titanes en el Ring
Rubén Peucelle fue el primer patovica, recibió una “propuesta indecente” de Pedrito Rico, y su amistad con Karadagián terminó de la peor manera
El nombre de Rubén Peucelle, el Ancho, está asociado a los dos programas más exitosos y mejor logrados del catch argentino: Titanes en el Ring y 100% Lucha; una vida dedicada al fisicoculturismo y la lucha
El término “patovica”, hoy reducido a los responsables de seguridad en boliches y espectáculos, en el pasado se refirió a quienes practicaban fisicoculturismo; o sea, a los que “hacían fierros”. El origen de la denominación es incierto. Algunos sostienen que proviene de una granja montada en Ingeniero Maschwitz por Víctor Casterán, en la que se criaban pollos y patos. Los “Patos Viccas” (palabra compuesta a partir del nombre del dueño) destacaban por su contextura fornida, su “doble pechuga”. De ahí la similitud con los fundamentalistas del gimnasio y las pesas.
Otra versión sitúa un relato similar en Cañuelas y coloca en el rol protagónico a Vicente Casares, aparentemente también criador de robustos patos, y cuyo nombre y apellido al unirse formaría el mismo apelativo. Como dato curioso, el Vicente Casares de esta historia fue el abuelo del escritor Adolfo Bioy Casares. Más allá de la paternidad del título, hubo un hombre que convirtió al vocablo en su marca de distinción, elevándolo hasta convertirlo en sinónimo de fuerza y valor: el “Hércules argentino”, el Ancho Rubén Peucelle.
El Ancho
El Ancho era Rubén, pero no Peucelle sino Piuselli. Había nacido el 2 de septiembre de 1932 en la localidad de Arribeños, aunque siendo adolescente se mudó a la zona de Olivos. Fue entonces que, deambulando por el barrio y por la playa que quedaba a unas pocas cuadras de su casa, descubrió en un precario conventillo un proyecto de gimnasio motorizado por Elvidio Flamini, por entonces el mejor peso pluma argentino. Se trataba de un terreno compuesto por casillas precarias, donde los residentes habían improvisado un espacio de entrenamiento casero.
Rubén se enamoró del lugar y enseguida se hizo habitué, tanto que con el tiempo se mudó a una de esas casillas que convirtió en su hogar hasta el día de su muerte, acompañado por otros fisicoculturistas, artistas de circo y de variedades, que llegaron a formar una hermandad indisoluble.
La playa y la zona donde Rubén y otros musculosos sacaban a pasear bíceps era conocida como El Ancla y muy pronto se convirtió en punto de reunión para chicas curiosas y algún que otro muchacho fogoso: “Ser musculoso no era moco de pavo. Hoy es común el tema de los gays pero acá cuando nosotros éramos jóvenes se liberaban mucho. Venían de levante y tenías que andar esquivando. Nunca necesité usar la fuerza porque eran delicados pero muy respetuosos, pero me acosaban que era una cosa de novela. Me acuerdo del finadito Pedrito Rico, me tenía loco”, se confesaba Peucelle ante el periodista Daniel Roncoli años después.
Como anécdota transversal, los avatares de El Ancla fueron luego recogidos en una ficción televisiva que marcó el debut de Palito Ortega como protagonista. En 1964, el policial Área salvaje se inspiró en historias turbias de la zona, siendo castigado por la crudeza de su trama y perdiendo en el camino a su protagonista, que prefirió preservar su perfil familiar y adolescente.
“Esta es la vida mía -recoge las palabras del luchador la cuenta TV Pibe-. A los 16 años empecé a hacer gimnasia acá, con otro montón de muchachos que también eran deportistas. Nunca me quise ir. Era y es como un club”. Claro que con los años, la zona (Villate y Juan Díaz de Solís, a metros de la quinta de Olivos) comenzó a valorizarse, sin embargo nadie pudo torcerle el brazo al campeón argentino: “Nos ofrecieron más de un millón de dólares por el terreno, pero después de tantos años, ¿a qué barrio me podría acostumbrar? Yo salgo de acá y a todos los conozco desde hace 30, 40 o 50 años”.
Y era cierto. Bastaba con pasar cualquier tarde a tomar mate con el Ancho en una mesa y un banco largo de madera que ponía en la vereda, para ser testigo de cómo cada dos minutos algún auto le tocaba bocina o un vecino lo saludaba. Mimos que correspondía con la misma humildad de siempre y el orgullo de ser recordado con cariño.
De joven Peucelle trabajó en el puerto, también hizo algo de lucha grecorromana, participó en torneos de levantamiento de pesas (algunos los ganó) y hasta cuentan que a los 12 años ya podía levantar más de 60 kilos. Pero no fue hasta 1962 cuando su fama se trasladó desde El Ancla hasta el resto de la Argentina. En ese año, el atleta se animó a probar suerte con la lucha en televisión, género que comenzaba a llamar la atención del público y de los canales. Pero aquella primera experiencia no fue en Titanes en el ring, como muchos creen. Porque en ese momento Rubén era la competencia directa de Martín Karadagián. Su némesis, su peor pesadilla.
La momia negra, una barra de hielo y el peor final de una amistad de 30 años
En marzo de 1962, mientras Titanes en el ring debutaba en Canal 9, en Canal 13 se preguntaban cómo aprovechar el envión de una especialidad que no conocían pero concitaba cada vez más seguidores. La solución la aportó Wolf Ruvinskis, letón que había vivido en la Argentina y que en los años 40 se había convertido en una leyenda de la lucha libre mexicana, tanto en los cuadriláteros como en el cine, enfrentándose a otras leyendas como El Santo o Blue Demon.
Ruvinskis importó a algunos compañeros e improvisó una troupe que dio como resultado el programa Lucha Libre Profesional, en Canal 13. Allí nació la leyenda de Rubén, apodado entonces como “Hércules Peucelle” o “El Ancho del 13″, apodo que lo acompañaría el resto de su vida y que había nacido en su juventud.
El ciclo no pudo hacerle sombra a los titanes de Martín (mucho menos un engendro llamado Demonios del catch que emitió en la misma época Canal 11). Así que al año siguiente, cuando Lucha Libre Profesional ya era un recuerdo, el Ancho se sumó a Titanes en el ring y así comenzó el camino a su consagración: “En ese momento la mayoría de los luchadores tenían otro tipo de cuerpo, más grandotes y pesados. Pero como yo venía del fisicoculturismo, mi imagen se diferenció y generó un impacto”.
Karadagián, vivo, sabiendo que todavía no podía sacarse el estigma de villano que lo había acompañado -y que él había fomentado en su etapa previa del Luna Park-, decidió darle al Ancho la bendición de ser en la ficción del programa el representante del país. Lo ungió “campeón argentino” para siempre y lo transformó en el luchador sin máscara más famoso en la historia de Titanes.
“Martín era muy severo trabajando -recordaba Rubén-. Pero como en todos los trabajos donde hay grupos de personas tenés que tener una disciplina. Imaginate que nosotros éramos 20 o 25 y cada uno con su personalidad, con sus problemas. Titanes fue una cosa fantástica”.
El éxito del ciclo de catch fue directamente proporcional a la fama del “Hércules argentino”, que además era un compañero querido y respetado por el resto del grupo. Peucelle nunca fue ambicioso, pero siempre estuvo a disposición, una cualidad que Karadagián respetaba. Por eso, fue el elegido para llevar la máscara de un personaje que surgió de una casualidad, pero con el tiempo se transformó en legendario. La momia negra nació en 1973, pero toda una generación la conoció diez años después, cuando Rubén estaba bajo los vendajes. Karadagián le contaba a la revista Satiricón cómo inventó el personaje: “La momia negra se me ocurrió en Mar del Plata, porque vi a la momia sacarse el vendaje y por dentro era negro, así que pensé: ‘por qué no poner las vendas del otro lado’”.
Así nació la historia de aquel esclavo boxeador que había sido asesinado y momificado. Detrás de la máscara, el íntegro Rubén Peucelle daba rienda suelta a su lado oscuro: “Era lindo hacer a la momia negra, porque a veces desde el ring veía si en la primera fila había alguna chica linda, entonces le pedía a mi compañero que me tirara para ahí, caía sobre ella, aprovechaba y a lo mejor le robaba algún besito, o le sacaba la cartera, o a uno le arrancaba un zapato. Todas cosas que me divertían mucho pero como Peucelle no podía hacer”.
El respeto del luchador al personaje que llevaba su nombre era total. El Ancho se preocupaba de ser íntegro de principio a fin, entendiendo que eso era una lección para los más chicos: “Aunque lo que hacíamos era bastante violento, también había reglas muy claras. Por ejemplo, cuando el malo me pegaba patadas en la cabeza o en el estómago, o me hacía un piquete de ojos o cualquier cosa. Lógicamente después llegaba mi momento de reaccionar y ahí el público me gritaba que se la devolviera con todo, que lo matara, pero yo tenía que tener un control. A lo mejor prefería hacer un gesto de desprecio que pegarle. ¿Por qué? Porque si yo le hacía al malo lo mismo que me había hecho a mí era un mal mensaje para los chicos. Podían entender que en la vida real tenían que hacer lo mismo. No podíamos ser iguales el malo y yo, y así les mostrábamos a los chicos lo que era el mal”.
Además de haberle dado vida a un ícono de Titanes como la momia negra, indirectamente Rubén fue también el artífice de otro personaje que quedó en la historia, el hombre de la barra de hielo: “Es sensacional cómo aparece. Yo me golpeo en una lucha, me voy para atrás y se me empieza a hinchar mucho el pie. Entonces le dicen a un muchacho que ayudaba: ‘andá a buscar un poco de hielo’. Pero como era muy atropellado encontró una barra de hielo, que no me acuerdo por qué estaba ahí; la cargó sobre un hombro y volvió. El asunto fue que, en lugar de venir por atrás, pasó por delante de las cámaras. Karadagián, que durante todo el programa hasta su lucha se quedaba en el control con el director manejando las cámaras para que no se perdieran nada de lo que nosotros hacíamos, cuando vio pasar al pibe empezó a los gritos, chillaba una barbaridad y decía que le había arruinado el programa. Pero uno que estaba ahí le dijo: ‘la pegaste, ese tipo hizo una cosa sensacional’. A partir de la otra semana empezó a pasar varias veces por programa. La canción decía que era un misterio, pero en realidad fue un éxito”.
Conforme pasaron los años, la salud de Karadagián comenzó a deteriorarse -problemas que terminaron con la amputación de una de sus piernas, y su muerte, en 1991-, y cada vez más los ojos del público se posaban en su compañero: “Hubo un momento en que la gente decía que Martín ya no estaba para campeón mundial, pero yo sí. Y eso no se lo podías decir a él, porque era una falta de respeto. Pero la gente se daba cuenta de que Martín ya no podía subir la escalera”, recordaba el Ancho.
Los problemas de salud de “El Chivo” (como le decían los íntimos a Martín) complicaron la continuidad de Titanes, luego de dos exitosísimas temporadas en 1982 y, especialmente, 1983. El programa terminó para Peucelle en diciembre de ese año, pero todavía quedaba entre él y Karadagián una última lucha, que no fue con Martín sino con su viuda y su hija. Y fue la más dolorosa de todas.
La lucha es cruel y es mucha
“Cuando nos fuimos de lo de Martín, la oferta de guita era muy buena y Titanes no estaba al aire. Me llevaron para hacer Lucha Fuerte en Canal 2, pero a Juan Carlos Amoroso (relator del ciclo) se le fue la mano. Para elogiarme a mí se reía de Martín, de su desgracia. Quedó como que yo lo mandaba pero no fue así. Cómo habrá sido mi relación con ‘El Chivo’ que igual cuando volvió en el 88 me llamó: ‘Vos vas a ser la figura máxima, Rubén’. Pero yo no pude aceptar, tenía un compromiso previo y además tengo códigos. El quiebre se produjo con la muerte de Martín. Si hice algunos quilombos después también fue porque me sentí dolido. Cuando la hija y la mujer de él me desconocieron y en el velorio me tiraron la corona a la calle, me indigné”, le contaba el luchador a Daniel Roncoli.
Cuando Lucha Fuerte también terminó, a finales de la década del 80, el atleta continuó con troupe propia haciendo presentaciones en Argentina y Paraguay. Durante los siguientes quince años, el Ancho estuvo convencido de que la televisión para él había quedado en el olvido. Hasta que en 2005 recibió el llamado de Eduardo Husni, para invitarlo a ser el presidente del jurado y General Manager de 100% Lucha, único programa de catch que estuvo a la altura de Titanes en el ring, recuperando y reivindicando su esencia.
El creador y productor recuerda en charla con LA NACION: “Empecé a tener una relación con él en 1997. Ya en ese momento teníamos idea de hacer algo. Convocamos a varios luchadores para un proyecto que no salió: se iba a llamar Peso pesado. Gracias a ese piloto logré hacer 100% Lucha. Cuando de Telefe me confirmaron que se hacía el programa, lo primero que hice fue llamarlo a él. Peucelle tenía una troupe, así que hicimos un casting en Platense. Él me sugería compañeros, pero no desde la técnica sino por su condición de buenas personas. A él le interesaba el casting humano. Y tuvo razón porque tuvimos una troupe maravillosa”.
Aunque Rubén decía que se había retirado a los 70 años, cada crepúsculo lo encontraba en su casa levantando pesas, haciendo abdominales, entrenando. Esa tenacidad le permitió ser algo más que un espectador en los entrenamientos de 100% Lucha. “Él venía y daba algunas indicaciones -continua Eduardo Husni-. A veces se cambiaba y se sumaba al grupo. Ya era grande pero igual se tiraba, caía muy bien. Era un hombre de mucho músculo, articulaciones fuertes, huesos fuertes y sobre todo mucha voluntad. Peucelle le aportó a la lucha la argentinidad, nuestros colores. También fue un hombre que dedicó su vida a prepararse, a mejorar. El levantaba bloques de cemento, conseguía fierros viejos o poleas y se armaba sus propios aparatos. Pero independientemente de eso fue un fenómeno como persona y un ejemplo para todos”.
La mañana del 8 de septiembre de 2014, Rubén se despertó como siempre a las 9 de la mañana y sacó a pasear a sus perritos por la costa de Olivos como hacía cada día. Volvió a su casa, se sentó a mirar televisión y se durmió para siempre. Seis días antes había cumplido 84 años. Su gran amigo José Luis, el “campeón español” de Titanes, fue quien mejor resumió durante el velatorio quién fue el Ancho Rubén Peucelle: “Un bohemio. Se dedicaba a la gimnasia y todo lo material no le importaba. Fue un ejemplo de vida”.
Fuente: La Nación