Triunfó en el cine, escondiendo su pasado
Merle Oberon decía haber nacido en Australia y ser hija de padres británicos, pero en realidad era todo un invento para poder triunfar en una industria cinematográfica que no estaba preparada para aceptar su verdadero origen
Aquel día de 1978, Hobart, la capital del estado australiano de Tasmania, era una fiesta. Con el palacio municipal preparado para la gran gala, los habitantes de la ciudad esperaban ansiosos la recepción en la que por fin podrían festejar el retorno de su hija pródiga, la exitosa actriz de Hollywood, Merle Oberon. Tasmania ya contaba con su hijo dilecto, Errol Flynn, pero la llegada de Oberon confirmaba que aquellas remotas tierras podían producir estrellas. El problema con esa idea era que en realidad Oberon no había nacido allí y que la mención de Hobart en su biografía era una de las tantas mentiras que la actriz nominada al Oscar en 1935 había contado en su vida para ocultar su verdadero origen. Un secreto que se ocupó de guardar hasta la muerte, ocurrida un año después de aquel viaje a Australia.
La razón por la que la actriz, por entonces de 67 años, aceptó la invitación de las autoridades de Hobart tal vez tuviera que ver con la insistencia de su cuarto marido por conocer su pueblo natal o con el lógico agotamiento de sostener el engaño durante cuatro décadas, pero lo cierto es que una vez allí Oberon inventó otro cuento sobre un viaje que su madre había hecho al lugar cuando estaba a punto de parirla, como la excusa por haber sentido una conexión con Tasmania. Más allá de las explicaciones cada vez más retorcidas, la leyenda sobre su origen había impactado tanto en los lugareños que las inconsistencias de su relato ya no importaban demasiado. Los tasmanos preferían creer que la evidente incomodidad de Oberon en aquella gala tenía que ver con sus recientes pesquisas: según los “expertos” locales, su verdadera madre no era Charlotte Selby, que algunos reportes de prensa mencionaban en sus primeros años en Hollywood, sino una lavandera de origen chino residente en Australia que la había dado en adopción cuando era un bebé.
En algo no se equivocaban: efectivamente Charlotte, la supuesta mujer británica que se trasladó de Tasmania a la India con su hija tras la muerte de su marido, un distinguido oficial, no era la madre de Merle. Pero tampoco lo era la lavandera de origen chino. De hecho, todo en la biografía oficial de la actriz era un invento diseñado para ocultar su verdadero origen. Estelle Merle O’Brien Thompson, su nombre real, había nacido en Mumbai en 1911 y la mujer que ella creyó que era su madre durante los primeros años de su vida era originaria de Sri Lanka, mientras que su padre era un mecánico inglés que trabajaba en la compañía ferroviaria de la India. Aquel cuento de su infancia rodeada de lujos entre Mumbai y Calcuta era solo eso, una fantasía creada para que Oberon pudiera cortar todos los lazos con la pobreza en la que nació y especialmente con su origen racial. Con la tez más clara que la del resto de su familia, Queenie, el apodo que consiguió por haber nacido el año en el que el rey Jorge V y la reina Mary visitaron la India, soñaba con ser una estrella de la gran pantalla desde pequeña y desde esa misma época sabía que su deseo no se cumpliría si el mundo se enteraba de su verdadera identidad.
Por eso, en sus primeros años como actriz en India y luego también en Londres, Oberon evitaba hablar de su pasado y presentaba a Charlotte, que la había acompañado a Europa, como su sirvienta. Claro que su exotismo era evidente para quienes trabajaban en la industria del cine británico. Todos los comentarios sobre su despampanante belleza eran acompañados por adjetivos que hacían referencia a su ambigüedad racial, a su estilo “oriental” y aunque era una muy buena imitadora del acento inglés de clase alta, lo cierto es que en momentos de estrés o cansancio su forma de expresarse delataba su procedencia india.
Sin embargo, cuando el reconocido director de origen húngaro, Alexander Korda, la contrató para interpretar a Ana Bolena en su film La vida privada de Enrique VIII (1933), vio en ella el potencial de una futura estrella y supo que tenía que blindarla de las preguntas y cuestionamientos sobre su nacimiento. Por eso, Korda inventó aquel nacimiento en Tasmania y el estatus de sus padres, una fabulación que dio sus frutos cuando tras años de éxitos en el cine inglés y luego de protagonizar la exitosa película La pimpinela escarlata (1934) junto a Leslie Howard, Hollywood tocó a su puerta.
Aunque en un primer momento la prensa hablaba de ella por sus rasgos “euroasiáticos” y su tendencia a “orientalizar” su aspecto en pantalla, poco a poco esos comentarios se fueron diluyendo, especialmente cuando fue nominada al Oscar como mejor actriz principal por su papel en El ángel de las tinieblas (1935). Ese reconocimiento la transformó en la primera mujer de origen asiático en competir por la estatuilla en ese rubro, pero en aquellos tiempos reconocer el logro habría significado el fin de su carrera. Y no solo por el racismo que reinaba en la sociedad en general sino por las explícitas reglas asentadas en el código Hays, un manual de autocensura que regía en Hollywood en los años 30, que recomendaba evitar mostrar parejas interraciales en pantalla.
Mantener el misterio sobre su identidad era una cuestión de supervivencia. Lo que hizo que Oberon se esforzara por modificar su aspecto con tratamientos que prometían blanquear su piel de uso bastante común entre las mujeres anglo-indias, que contenía altos porcentajes de mercurio, al punto de causar envenenamientos y graves síntomas dermatológicos. Cuando un artículo del diario Los Angeles Times usó el término euroasiática para referirse a ella, Oberon prefirió ignorar el tema aunque por esos años también fue la cara de una línea de maquillaje, Max Factor, que prometía convertirla de “casi irreal y exótica” en una “chica hermosa y encantadora”.
Por mucho tiempo, sus estrategias de distracción y sus nebulosas respuestas respecto a su pasado funcionaron a la perfección: tras la nominación al Oscar, la actriz se instaló en Los Ángeles y filmó una película tras otra. A finales de los años treinta compartía el olimpo de estrellas con Bette Davis y Joan Crawford, entre otras y su constante aire de misterio funcionaba a su favor, Mientras los rumores en los pasillos de los estudios hablaban de su procedencia y hasta mencionaban que había construido su carrera vendiendo su cuerpo al mejor postor, ella se hacía con algunos de los papeles más codiciados de Hollywood. Entre ellos, el de Cathy en Cumbres borrascosas, la adaptación cinematográfica de la novela de Emily Brontë, que tenía a Laurence Olivier como el apasionado Heathcliff. La otra candidata para encarnar a la heroína literaria era una tal Vivien Leigh, a la que el productor Samuel Goldwyn rechazó porque nadie la conocía en los Estados Unidos. Que un año después Leigh fuera elegida para interpretar a Scarlett O’Hara y se transformara en la actriz más conocida en el mundo, es una historia para otro día.
Una caja de sorpresas
El éxito en su carrera no se reflejaba en su vida personal. Casada con Korda, su mentor y protector, Oberon prefería vivir en Los Ángeles, mientras que su marido aborrecía la ciudad y pasaba la mayor parte de su tiempo en Londres. Eso le daba el espacio suficiente para sus idilios clandestinos pero también pasaba mucho tiempo sola. Fue en esa época que la actriz tuvo un accidente automovilístico en el que sufrió heridas que le dejaron cicatrices en la cara. Una vez más, su rostro era el foco de sus preocupaciones aunque en este caso la tecnología desarrollada por el director de fotografía Lucien Ballard, su segundo marido, la iluminaba de una manera que lograba ocultar sus heridas. Algunos en Hollywood decían que la técnica conocida como Obie en honor a la actriz, en realidad servía para aclarar el tono de su rostro para las cámaras. Si era así, al menos el mecanismo no tenía los efectos adversos que sí derivaban de los “tratamientos” que aplicaba en su piel. Durante la década del cuarenta y hasta la mitad de los cincuenta, Oberon siguió trabajando sin descanso aunque sus películas ya no tuvieron el éxito ni el reconocimiento de sus primeros tiempos en el cine.
Sin embargo, el blindaje alrededor de sus secretos seguía en pie y así se mantuvo hasta el final de su vida. De hecho, pocos años antes de su muerte, la actriz amenazó con demandar a su sobrino político, el escritor Michael Korda, para evitar que hablara de su origen en un libro de memorias sobre su familia. “Supuse que había pasado suficiente agua debajo del puente, pero a ella todavía le importaba mucho su pasado”, dijo en una entrevista con el diario Los Angeles Times el autor que tras la muerte de la actriz publicó una novela llamada Queenie -adaptada también como una miniserie estrenada en 1987-, claramente basada en la historia de Oberon.
Como si la vida de la actriz y sus orígenes no hubieran sido lo suficientemente únicos y peculiares, en 1983, cuatro años después de su muerte, los autores de su biografía, Princess Merle: The Romantic Life of Merle Oberon (Princesa Merle: la vida romántica de Merle Oberon), encontraron su partida de nacimiento en Mumbai. Su objetivo era confirmar de una vez por todas la verdad sobre el lugar de nacimiento de la actriz y lo consiguieron, pero también se encontraron con un elemento inesperado. En los papeles figuraba que Estelle Merle Thompson había nacido en 1911 en Bombay (actual Mumbai) y que su padre era Arthur Thompson, pero en el casillero correspondiente a su madre en lugar de Charlotte Selby figuraba el nombre de Constance Selby, hija de la primera que tenía 12 años en ese momento. Así, los últimos secretos de la vida de Merle Oberon quedaron al descubierto: la que se creía que era su madre, esa a la que hacía pasar por su sirvienta, era en realidad su abuela y su concepción era el resultado de la violación cometida por Thompson a quien era la hija adolescente de Charlotte, su pareja de entonces.
Fuente: La Nación