Domenico Modugno
“Volare”: la canción que nadie quiso interpretar y por qué su hijo obligó a exhumar su cuerpo
Abría los brazos y contaba “Volare, oh oh”. Era la marca registrada del actor que cantaba, un italiano que a los treinta años interpretó por primera vez la canción que se volvió un himno de la italianidad en el mundo. La vida de Domenico Modugno, la leyenda detrás del mítico tema y la historia de Fabio, el hombre que se convirtió en su cuarto heredero
Por: Milton Del Moral
El primero de febrero de 1958, Domenico Modugno se consagró en el octavo Festival de la Canción Italiana de San Remo, cuando cantó por primera vez «Nel blu, dipinto di blu»: convertido, a la postre, en patrimonio de toda Italia (Keystone/Getty Images)
El bigote recortado y prolijo, los ojos cerrados y abstraídos, la boca en baile, el traje impecable, el tono gris uniforme, los brazos como alas, el histrionismo teatral en relieve, la expresividad en auge, los gestos galantes, el carisma en desborde, la voz suave y penetrante. Domenico Modugno embrujaba con su canto. Hizo de su presencia, de su canto y de su despliegue una marca registrada en la canción moderna. Murió, en la paradoja de la vida, preso de su cuerpo, con una hemiplejia y un problema neurológico degenerativo. “Intento mover la pierna, pero ella no quiere”, decía. “Ya no puedo tocar la guitarra por la torpeza de mi mano”, juraba.
Murió a las seis de la tarde del 6 de agosto de 1994, hace treinta años, en el jardín de su casa de la bahía de los Conejos, en la isla siciliana de Lampedusa, Italia. Su corazón no resistió la decadencia de un cuerpo que arrastraba una trombosis, un accidente cardiovascular, un fervor por hacer, una mente inquieta y unas articulaciones que no obedecían. Estaba en silla de ruedas y tenía sesenta y seis años. “Ha muerto entre el verde y ante el mar que tanto amaba”, fueron las palabras de despedida de Franca Gandolfi, su pareja por más de cuatro décadas años, la madre de los tres hijos que conoció: Marco, Massimo y Marcello. Fabio, un cuarto heredero, revolvió las entrañas de un secreto familiar y removió la tierra donde yacían sus restos.
Cuando destaparon la tumba de Domenico Modugno para extraer tejido genético habían pasado veinte años de su fallecimiento. Habían pasado más de doscientas treinta canciones, sesenta millones de discos vendidos, cuarenta películas, trece espectáculos de teatro, innumerables programas de televisión, cuatro premios del Festival de San Remo, los dos primeros Grammy de la historia. Había pasado a la memoria el hombre que mejor exportó la italianidad. Había pasado el single más vendido en la historia de Italia, la canción italiana por antonomasia, el emblema del sello Made in Italy, la quintaesencia del espíritu italiano. Todo condensado en cuatro estrofas y un estribillo. Se llama Nel blu dipinto di blu, la conocen como Volare, y a él, a quien la eternizó, como Mr. Volare.
Pero veinte años después de su final, un tribunal de Roma ordenó extraer muestras de su ADN para constatar si las sospechas eran ciertas: que el actor Fabio Camilli, hijo de la coreógrafa Maurizia Cali, tenía como padre biológico a Domenico Modugno. En 2019, la Primera Sección Civil de la Corte Suprema de Casación lo reconoció como hijo legítimo. La pugna demandó dieciocho años de expedientes y tensión judicial. Desde entonces, la Sociedad italiana de Autores debe repartir las regalías de una de las canciones más globales entre los cuatro herederos.
Nació en el pequeño pueblo de Polignano a Mare, en Bari, y se convirtió de adulto en uno de los padres de la canción italiana moderna (EFE)
Domenico murió sin saber que el hijo que Maurizia Cali parió el 10 de agosto de 1962 no era del ingeniero Romano Camilli, sino suyo; que Fabio, el amigo íntimo de su hijo Marcello, era suyo. Él ya era, por aquellos años, un símbolo de la canción melódica. Trabajaba, hacia 1961, en el teatro Sixtina de Roma en la producción de la comedia musical de Garinei y Giovannini Rinaldo in campo donde interpretaba al personaje de Rinaldo Dragonera. Las largas sesiones de ensayo y los tiempos vacíos tras bambalinas propiciaron el contexto. En el artista y en la coreógrafa y escenógrafa de la obra brotó una relación clandestina y paralela a sus vínculos formales: él con Franca Gandolfi, quienes se conocieron en 1950 en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma; ella con Romano Camilli, el encargado de las relaciones públicas del teatro.
Fabio Camilli y Marcello Modugno fueron juntos al colegio. Se hicieron mejores amigos. “Con Marcello nos conocemos desde hace tiempo. Salíamos con la misma gente. Era también muy amigo de los otros hijos de Modugno, Marco y Massimo. Crecimos juntos, convivimos en los mismos ambientes, pasamos mucho tiempo juntos y también elegimos trabajar en el mundo del entretenimiento”, ilustró Fabio en diálogo con Il Corriere. Compartían, además de la amistad y la complicidad del rubro artístico, un notable parecido físico. Cuando les preguntaban si eran hermanos, respondían con una sonrisa.
La verdad emergió por peso propio. Era una mañana de calor en septiembre de 1987. Estaba en el Hospital Militar de Roma, a tres días de culminar el servicio militar obligatorio. Recibió un mensaje de Silvia. Le resultó extraño que una ex novia se contactara con él: ella lo había dejado, él lo había asumido y el contenido residual de ese vínculo era estable. Lo más inverosímil era que la llamada invocaba carácter urgente. La charla comenzó con desvaríos.
«‘Volare’ encabezó las listas de éxitos de todo el mundo, incluso en Norteamérica, donde se vendieron millones y millones de copias, hasta el punto de que en 1958 la industria discográfica norteamericana le concedió el Oscar a la grabación e inventó el Premios Grammy», presumen en su biografía (Bettmann)
Silvia: -Tengo que decirte algo pero prefiero decírtelo en persona cuando tengas un momento tranquilo.
Fabio: -Me estás asustando, ¿quién murió?
S: -No… no, nada de eso, no es tan grave… o sea, sí lo es.
F: -¡Silvia!
S: -Muy bien, te lo digo y espero que no me odies para siempre por decírtelo así. No sé si sabés, pero he estado viendo a Marcello Modugno durante un mes.
F: -Silvietta, te agradezco que me lo digas pero no hacía falta, no hay problemas y hasta me gusta Marcello para vos.
S: -No, Fabio, no se trata de eso… sé que no te importa con quién me acueste. El hecho es otro. La otra noche pasó algo.
Ella le reveló que esa noche bisagra él se le había aparecido en la memoria. No por un deseo retroactivo o por una pulsión de amor. No lo extrañaba, pero cuando, en el tiempo reseteado de la madrugada después de haber tenido sexo, vio de perfil a su novio cayó en una epifanía. Eran iguales. Se lo comentó. De nuevo. No era la primera vez que le decía que Marcello le hacía recordar a Fabio. Él se enojó, se pelearon, discutieron. “Entonces en un momento dado, no porque fuera realmente cierto, sino más bien para hacerlo enojar, le dije que por su forma de fumar me recordaba mucho a vos”, le contó. Marcello se agitó. Empezó a dar vueltas por la casa. Profería frases inconexas y balbuceaba palabras sueltas sobre su madre, su padre, sus hermanos. “Yo no entendía nada y mientras tanto repetía ‘¡no se lo digas a Fabio, no se lo digas a nadie!’. Le dije, ‘cálmate, ¿qué te pasa? Estaba haciendo una broma’. ‘¡Fabio es mi medio hermano!’, me dijo”.
En sus últimos años, mostró especial atención a las causas sociales, a favor de los más débiles. Como él, se preocupó por aquellos discapacitados y organizó un concierto en 1989 contra las condiciones inhumanas de los pacientes en el hospital psiquiátrico de Agrigento
Hasta ahí el diálogo presume de literalidad. Lo que pasó después ya es difuso. Son las revelaciones que el propio Fabio escribió en el libro Fratellastri: come ho scoperto di essere il figlio di Domenico Modugno, lanzado en 2021 y donde desenreda un nudo de miserias e hipocresías en el seno de una familia disfuncional y una era de catolicismo intolerante: que la voz de Italia en el mundo tenga una relación clandestina hubiese significado un sismo en el espíritu nacional. “Espero que no me odies para siempre por habértelo dicho. Marcello me odiará seguro, me hizo jurar y perjurar que no se lo dijera a nadie, y menos a vos. No pienso decírselo a nadie más, pero somos demasiado amigos y no decírtelo me pesaba demasiado en la conciencia. ¿Me equivoqué?”, le preguntó ella después. Él le agradeció y la tranquilizó. “Al principio parecía una broma -reparó-. Entonces pensando en toda una serie de recuerdos, entendí algo. Me di cuenta de que el odio que mi padre me tenía era por lo menos una sospecha… No tuve una infancia demasiado feliz desde el punto de vista emocional. Encontré la fuerza para seguir adelante y los espacios afectivos más allá de la familia. Confié en mis amigos y descubrí que todos sabían esto, porque al final son los secretos de Pulcinella. A mi madre le escribí una carta y luego nos enfrentamos. Fue difícil arrinconarla, el informe me lo confirmó, ella no sabía si realmente yo era hijo de Modugno”.
No buscó una reparación paterna inmediata. Conservó la paciencia y la conjetura. Asimiló la sensación de ser hijo de un secreto durante años. Tal vez no deseaba enfrentar a sus padres, el biológico y el adoptivo, en la curva final de sus vidas: enfermos y disminuidos murieron con meses de diferencia en 1994 ignorando la verdad que sospechaba su madre y escondía su material genético. Se había convertido en un actor consagrado del cine, el teatro y la televisión, como lo había sido Domenico. La cordialidad con la familia Modugno se rompió cuando la historia salió a la luz. Se convirtió en el enemigo de sus nuevos familiares, concentró la acusación de mitómano y estafador. “Tuve que hacer una batalla para poder afirmar que era mi padre. Fue un viaje cansador y extenuante -dijo-. El proceso de reconocimiento de paternidad se transformó para mí en una carrera de obstáculos de dieciocho años. Creo que es un récord. De todos modos lo logré, se terminó”.
En la cortina musical de Italia, en la historia de su cuarto hijo, Domenico Modugno, a treinta años de su muerte, sigue vigente. Había nacido el 9 de enero de 1928 en Polignano a Mare, un pequeño pueblo de la provincia de Bari. Su padre era Vito Cossimo, designado comandante de la guardia municipal de San Pietro Vernotico, comuna de la provincia de Brindisi, en la región de Apulia, y su madre, Pasqua Lorusso. Tenía tres hermanos: Vito Antonio, Juan y Teresa. Les decían Tonino, Gianinno y Mimi. A él lo conocían como Mimmo. Su padre estimuló que incursionara en la música: le enseñó a tocar la guitarra y le regaló un acordeón. Él adoptó el gusto por la canción: escribió sus primeros versos a los quince años. Huyó asfixiado de su pueblo en busca de aventuras. En Turín fue camarero y un aprendiz de mecánico. En Bolonia cumplió el servicio militar. Lo emplearon en la orquesta del club de oficiales. Se dejó el bigote, perfeccionó sus dotes musicales, amplió su repertorio. Se volvió un Don Juan, un fimminaru(un mujeriego).
Quería ser actor. En el Club de Artistas de Via Margutta de Roma actuaba a cambio de comida. Su tío Peppino Modugno, administrador del diario capitalino Il Tempo, le consiguió una audición en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Logró una beca, se graduó, se enamoró, consagró amistades. Se estrenó como actor en el cine y en el teatro, y como cantante en la radio. Era un artista joven y promisorio. El cantante fue ganándole espacio al actor. Firmó contrato con un sello discográfico para darle rienda a su trayectoria como cantautor.
En 1956 debutó en el Festival de la Canción de San Remo con el tema Musetto y suerte dispar. Lo que pasó en el verano del año siguiente cambió su historia para siempre. Franco Migliacci, amigo de Domenico, despertó borracho en una habitación. En las paredes colgaban cuadros de Marc Chagall: Le peintre er son modèle y Le Coq Rouge dans la nuit. En uno hay un joven volando y un gallo rojo; en el otro, el rostro de un hombre pintado de azul. “Los primeros versos me vinieron enseguida: me pinté de azul a juego con el cielo”, dirá después.
Las versiones de su creación son difusas. Hay relatos que hablan de un restaurante y no de un hotel, de una pesadilla y no de una noche de alcohol, de una inspiración conjunta a través del verso madre “Di blu m’ero dipinto” (“me pintaron de azul”). Hasta el propio Modugno se habría adjudicado la autoría del estribillo al asociar el “volare” con una observación romántica mientras contemplaba el azul del cielo desde su casa en Piazza Consalvi en Roma.
«Fratellastri: come ho scoperto di essere il figlio di Domenico Modugno» (traducido «Hermanastros: cómo descubrí que era hijo de Domenico Modugno») es el libro en el que Fabio Modugno cuenta las infidencias de su lucha por ser hijo reconocido del artista
Más allá de las leyendas de sus orígenes diversos, Domenico siempre había estimulado a su amigo Migliacci para que se convirtiera en letrista. Cuando compartieron los versos, lo felicitó por haber concebido su primera canción. Tardaron meses en refinar la melodía y en reparar la letra. Concibieron una música y un relato poco convencional para la época. La portada de la partitura, diseñada por el ilustrador e historietista italiano Guido Crepax, era igual de rupturista. Debían hallar a alguien que la cantara dado a que la norma tácita de la velada establecía que el intérprete no debía ser el autor de la melodía o la letra. Pero nadie visualizó el éxito: no encontraron a quien estuviese dispuesto a cantarla. Solicitaron una excepción a la comisión, aprobada con noventa y nueve de los cien votos, para que Domenico Modugno la entonara. La segunda voz, otra exigencia del festival, fue Johnny Dorelli.
La cantó el 31 de enero de 1958. La noche del día siguiente ganó el octavo Festival de la Canción Italiana de San Remo y el acceso a representar al país en Eurovisión, el máximo festival de la canción europea. En el cielo pintado de azul se convirtió en un himno que cimentó su éxito en la simpleza de una letra elemental, sin excesos ni saturación, melancólica y optimista a la vez, con un estribillo fácil y universal. Ganó premios, vendió copias por millones, se tradujo a decenas de idiomas, se convirtió en un bien de exportación. Pero fundamentalmente se transformó en un símbolo de esperanza. Surgió en una época oportuna: el despertar de un país que empezaba a sacudirse el polvo de la posguerra y que iniciaba un proceso de expansión económica. Cuando el país lo necesitó de nuevo, recurrió a su gesta. En pandemia, los balcones recuperaron la melodía “volare” para regar optimismo en la población.
“Firmé autógrafos hasta que se me acalambraron las manos. Tuve que sonreír hasta que se me encogió la cara”, dijo el autor. La melodía que enseñó Modugno la cantaron Frank Sinatra, David Bowie, Paul McCartney, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, los Gipsy Kings, la reversionaron, la actualizaron, la multiplicaron. Su fama fue internacional. Los poetas querían que él cantara sus versos. Penetró en el mercado estadounidense con la prepotencia de su hit. Protagonizó los shows televisivos. Volvió al cine. Se hizo grande. La salud lo castigó. El estrés lo abrumó. La adicción al tabaco lo hirió. Quedó sujeto a una movilidad parcial de su cuerpo. En silla de ruedas entró a la política. Fue diputado por el Partido Radical (PR) y concejal municipal de Agrigento, en Sicilia. Murió, a los sesenta y seis años, en el jardín de su casa, entre el verde y ante el mar que tanto amaba.
Fuente: Infobae