Nuestra historia
Aráoz de Lamadrid
(1795 – 1857)
Autor: Felipe Pigna
Uno de los personajes más literalmente extraordinarios, es decir fuera de lo común, y más olvidados de nuestra historia es Gregorio Aráoz de Lamadrid. Nació en Tucumán el 28 de noviembre de 1795. El apellido Aráoz, que le venía dado por su madre, era un importante pasaporte en cualquier lugar del país. Se casó en Buenos Aires con María Luisa Díaz Vélez Insiarte con quien tuvo nada menos que trece hijos, algunos de los cuales fueron apadrinados por sus futuros enemigos Juan Manuel de Rosas y Manuel Dorrego.
Allá por 1811 se incorporó a las milicias que comandaba el general Belgrano, que tendría en Lamadrid a uno de sus hombres más cercanos y confiables. Estuvo junto a don Manuel en las gloriosas batallas de Salta y Tucumán pero también en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Volviendo con aquellas tropas destrozadas obtuvo las victorias de Colpayo y Costa de Quirbe.
Lamadrid no era para estarse quieto y marchó a una nueva campaña al Alto Perú esta vez a las órdenes de Rondeau. En aquella batalla de Venta y media que le inutilizó el brazo a José María Paz, se vio nítidamente la temeridad de Lamadrid que, sin importarle nada, salvó al herido general De la Cruz, que estaba a punto de caer en manos del enemigo español. Esta corajeada le valió el ascenso a teniente coronel. Peleó junto al caudillo popular de las Republiquetas del Alto Perú, Vicente Camargo, derrotando a una importante partida de realistas.
Volvió a la carga con Belgrano quien le encargó misiones imposibles, pero el hombre siempre iba por más. El 15 de abril de 1817 al mando de ciento cincuenta hombres sitió y ocupó la ciudad de Tarija tomando prisioneros a tres tenientes coroneles y diecisiete oficiales y un gran parque de artillería. Siguió aquella temeraria campaña batallando sin parar y llegando a Tucumán con 386 soldados, más del doble del número original porque se le fueron sumando voluntarios en el camino. Belgrano lo ascendió a coronel. Para entonces las batallas por la independencia ya se mezclaban con nuestras guerras civiles y Lamadrid optó por el bando unitario.
Será el gran enemigo de Quiroga, que lo derrotó en El Tala el 27 de octubre de 1826. Aquí ocurrió una de esas escenas de película en la vida de Lamadrid: se le vino encima un pelotón de quince montoneros a los que decidió enfrentar solo. Terminó con el tabique nasal roto, varias costillas quebradas, una oreja cortada, una herida punzante en el estómago y un tiro de gracia en la cabeza. En ese momento a uno de sus atacantes le entró la duda de si no habían matado nada menos que a Lamadrid, pero eso era imposible. La duda siguió y el hombre convenció a sus compañeros para que regresaran a revisar el cadáver, pero ya no estaba.
Sacando fuerzas de vaya a saber dónde, el malherido logró arrastrarse muchos metros hasta un rancho y sobrevivir. El Tala fue una derrota tremenda, pero también la partida de nacimiento de la leyenda de “Lamadrid el inmortal”. Algo de eso había porque para diciembre ya había recuperado no sólo la salud sino el mando de su provincia y las ganas de revancha frente a Quiroga que lo volvió a derrotar en el Rincón de Valladares el 6 de julio de 1827. Eligió el camino del exilio en Bolivia aunque al enterarse de la sublevación de Lavalle, a fines de 1828, se unió a sus filas pero trató por todos los medios a su alcance de impedir el fusilamiento del gobernador derrocado, el federal Manuel Dorrego.
La revancha con su pesadilla, Facundo Quiroga, le llegaría en las batallas de La Tablada y Oncativo, tras las cuales desataría su furia y una verdadera y horrenda carnicería contra los montoneros derrotados. Un hecho inesperado pondría en jaque a los unitarios del interior: la captura de su máximo jefe político-militar, el general Paz en el paraje de El Tío, por hombres de Estanislao López. El hecho era tremendamente desequilibrante y Lamadrid debió asumir la jefatura en un contexto muy desfavorable, con la creciente influencia de Rosas en todo el país y el predominio federal en el Litoral.
Llegaría la hora señalada para Quiroga, el tigre de Los Llanos, en La Ciudadela de Tucumán el 4 de noviembre de 1831. La derrota para los unitarios fue total y Lamadrid marchó nuevamente a Bolivia y de allí pasó a Montevideo en 1834.
Por uno de esos extraños misterios de la historia, su enemigo Rosas le encomendó la misión de poner orden en el Norte y limpiar de unitarios aquellos territorios controlados por la “Coalición del Norte”. Lamadrid fue para aquellas latitudes, pero para seguir militando en la causa unitaria con los recursos de la Buenos Aires federal.
Lavalle, que venía de fracasar en su intento de invadir Buenos Aires con apoyo francés, decidió unir fuerzas con Lamadrid en Córdoba. Pero los hombres se desencontraron fatalmente y Lavalle fue completamente derrotado en Quebracho Herrado y partió para La Rioja; Lamadrid decidió entonces hacerse fuerte en su reducto de Tucumán desde donde lanzó una ofensiva sobre Cuyo que terminaría en la derrota de Rodeo del Medio el 24 de septiembre de 1841.
Las noticias corrían muy lentas por entonces y Lamadrid no pudo enterarse a tiempo de que su compañero Lavalle había muerto asesinado en Jujuy. En 1846 decidió volver a Montevideo para unirse al activo exilio antirosista. Cinco años más tarde sería contactado por emisarios de Justo José de Urquiza para que comandara una de las alas principales de su “ejército grande” que pondría fin al período rosista en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852. Cuando la tropa hizo su entrada a Buenos Aires hubo un solo oficial llevado en andas por la gente: Don Gregorio Aráoz de Lamadrid.
Poco después comenzaría a escribir sus célebres memorias que son, junto a las del general Paz, una fuente imprescindible para conocer nuestra historia desde la mirada unitaria. Murió en Buenos Aires en 1857, pero sus restos fueron trasladados a su querida Tucumán y depositados en la catedral.
Fuente: El Historiador