Cuando los beatles tocaron en una terraza
Por qué hay que mirar a McCartney casi todo el tiempo
Fue la última vez que se los vio a los cuatro juntos públicamente antes de que anunciaran su separación, en 1970. En medio del invierno de Londres, hubo vecinos encantados y otros que llamaron a la Policía
Por; J;ulieta Roffo
rEl 30 de enero de 1969 Los Beatles aparecieron sobre la terraza del edificio de oficinas de Apple, su sello discográfico, en el número de 3 de Savile Row, en pleno centro de Londres (Foto: Apple Records)
Era el mediodía y era invierno. Los londinenses andaban por la calle abrigados con sobretodos de piel o de lana gruesa; los termómetros indicaban que, a la hora del almuerzo y bajo un cielo gris, no podían esperar más que modestos siete grados. El viento soplaba fuerte. Tan fuerte que traería problemas de último momento. Nada que un ingeniero de sonido ingenioso no pudiera resolver.
Era 30 de enero de 1969 y Paul McCartney llevaba 4.226 días conociendo a John Lennon. Había dicho que sí a la última idea que John les había propuesto a él, a George Harrison y a Ringo Starr: que en vez de tocar en Egipto, frente a las pirámides de Giza, o en una gran embarcación de la Marina Real, o en ruinas de la Antigua Grecia, debían simplificar (y de paso abaratar) el plan. Que alcanzaba con subir a la terraza de Apple Corps., la empresa que habían fundado el año anterior para administrar el producto de su obra artística, y tocar ahí. Que subir esos cinco pisos alcanzaría para conmover al mundo entero.
Savile Row, la calle en la que funcionaba el edificio de Apple, ya era mundialmente conocida por sus históricas sastrerías. Pero ese día, y para siempre, quedaría atada a ese show que dieron Los Beatles sin anticiparle nada a nadie, en medio de la crisis terminal de la banda y de la grabación de Let it be. Ese show que terminaría cuando la Policía desenchufó los amplificadores y que se volvería el icónico “Rooftop Concert” (Concierto de la Azotea), la última vez que la banda más importante de la música popular se mostraría en público.
Los cuatro juntos por última vez
John, Paul, George y Ringo llegaron a la terraza después de un enero convulsionado. Estaban grabando Let it be, el anteúltimo disco que metió a la banda en un estudio y el último en salir a la venta, después de Abbey Road. En medio de esa grabación, preparaban también un documental audiovisual. McCartney, el más obsesivo de los cuatro y también el que insistía con seguir adelante con la banda cada vez que el ambiente se ponía áspero, quería que hubiera registro de cómo componían y editaban sus canciones.
Pero el ritmo que les exigía la grabación del documental, y una locación distinta a la que acostumbraban, tensionó los ánimos, que ya venían caldeados. El 10 de enero Harrison les había dicho adiós después de que una discusión con Paul escalara más de lo habitual. En medio de otro reclamo más por mayor reconocimiento y espacio como compositor, George anunció que abandonaba la banda y Lennon no tardó en proponerles a sus compañeros que lo reemplazaran por Eric Clapton o por Jimi Hendrix, pero entre Paul y Ringo le dejaron claro que George no tenía reemplazo.
Los Beatles estaban en plena grabación de «Let it be», el último disco que lanzaron a la venta. EFE/Ethan A. Russell / Apple Corps Ltd
Lograron que Harrison volviera bajo las dos condiciones que ponía el guitarrista: que volvieran a los estudios de Apple en vez de grabar donde les habían propuesto los documentalistas, y que sumaran a Billy Preston para grabar teclados, algo que ya en alguna ocasión los había ayudado a descomprimir sus tensiones. Todos aceptaron enseguida y se pusieron a pensar en el siguiente paso: promocionar el lanzamiento del disco que preparaban y que, según preveían durante ese enero, se llamaría Get back como un guiño a sus orígenes musicales.
Propusieron distintas locaciones para un show en el que importaba mucho menos la presencia de público que el registro fílmico de los cuatro y de esas nuevas canciones que estaban preparando. Y, después de planes demasiado delirantes y caros, el 26 de enero decidieron que cuatro días después tocarían en la terraza de su propio edificio.
No se presentaban en vivo desde 1966. Habían dado un último show en San Francisco, en medio de la promoción de su disco Revolver, y la complejidad cada vez mayor de sus composiciones se había vuelto un obstáculo demasiado grande para interpretarlas en vivo. Pero les quedaba en el tintero un último show, el de la terraza.
Medias de nylon y abrigos de mujer
La idea fue de Alan Parsons, que ese día era el ingeniero de sonido a cargo del “Operativo Terraza”, y que cuatro años después sería el cerebro de la grabación de Dark side of the moon, de Pink Floyd. Para combatir el ruido que el viento londinense producía en los micrófonos que usarían John, Paul y George, lo mejor sería cubrirlos con medias de nylon. El propio Parsons fue a comprarlas a un negocio de Savile Row, y se ocupó de “instalarlas” en cada uno de los micrófonos.
Toda la grabación sería supervisada por George Martin, el histórico productor musical de Los Beatles. Martin, que suponía que en algún momento iba a intervenir la Policía, se aseguró de permanecer en el subsuelo del edificio de Apple, donde funcionaba el estudio. Así, podría asegurarse de que todo estuviera siendo registrado y, de paso, de no ser él quien tuviera que enfrentarse a la autoridad: temía manchar su buen nombre.George Martin, el histórico productor musical de la banda, se ocupó ese jueves de asegurarse que toda la grabación fuera exitosa en el sótano del edificio.
El “Operativo Terraza” incluía no sólo registrar el sonido, sino también la imagen de lo que ocurriría allí. Así que se dispusieron cámaras para grabar a los Fab Four, al escaso público que iba a acompañarlos -que incluía, por ejemplo, a Yoko Ono-, y también algunas cámaras escondidas dentro del edificio de Apple para captar al público que se fuera acercando a la entrada de Savile Row, atraído por esas voces que llevaban casi una década dentro de sus vidas. También una cámara que enfocaba a Billy Preston, el tecladista que sumaron a la ocasión pero que, premeditadamente, no entraba en el plano de los cuatro Beatles juntos.
A John y a Ringo no les alcanzaba el abrigo que se habían puesto, así que sumaron un tapado de piel de Yoko, y un piloto rojo brillante de Maureen, la esposa del baterista. George también se puso un abrigo de piel, y unos pantalones de un verde que, casi sesenta años después, todavía luce como de la temporada que viene. Y se colgó una guitarra que Fender había diseñado especialmente para que estrenara por esos días, una Telecaster, que después se volvería uno de sus modelos más populares. Paul vestía zapatos, un traje y la barba de los últimos años de la banda: era el más formal para la ocasión, el que lucía, de todas las maneras posibles, como el más entusiasmado por estar en ese quinto piso. Tal vez porque quería renovar los votos, o tal vez porque sabía que eso ya era imposible, y había que disfrutar el final.
43 minutos para la historia
El show empezó a la hora en que las oficinas paraban para almorzar. Por la terraza, iban y venían los técnicos que se ocupaban del sonido y del video y algunos pocos amigos. Yoko estaba sentada contra una pared que le hacía de respaldo y que la mantenía en el campo visual de John. Los Beatles empezaron ese show que iba a durar 43 minutos con “Get back”, una canción que interpretarían tres veces ese día para tener bastante material para las tomas de video, y distintos arreglos musicales. Eso les permitiría elegir.
Tocaron, además, canciones como “Dig a pony”, “I’ve got a feeling”, “One after 909″ -que era una melodía con la que John y Paul jugueteaban desde sus primeros años y finalmente incluyeron en Let it be-, y “Don’t let me down”. Y hasta algunos acordes de “God save the Queen”, el himno nacional británico.El recital fue registrado en video, y por eso repitieron algunas cancioens varias veces: querían tener distintas opciones para elegir. (Foto: Apple Records)
Lennon y Harrison usaban el tiempo entre canción y canción para soplarse las manos: necesitaban calentarlas en medio de un jueves de demasiado frío. Hay, en el disco editado muchos años después con el contenido de ese show, quejas de John sobre la temperatura y hasta la afirmación de que algunos acordes eran imposibles de tocar con ese entumecimiento.
En algún momento del video del show, editado con todo el material conseguido por las distintas cámaras, empiezan a sumarse a la audiencia agentes de Policía que subían las escaleras y, en algunos casos, no podían creer que los “ruidos molestos” denunciados por los vecinos fueran Los Beatles dando un recital en pleno West End. Corren los minutos y las canciones, y se acumula público en la vereda, público que mira para arriba y lo que escucha es la banda más famosa del mundo, la banda que el propio Lennon había catalogado como “más popular que Jesús”.
La Policía negociaba con los ayudantes de la banda. Esperaba con una amabilidad que no le hubieran concedido a ningún otro infractor. Esperaron hasta que ya no esperaron más: las denuncias de los vecinos seguían llegando a la comisaría y sus superiores los instaban a cortar con todo ese ruido, sin importar quiénes lo estaban haciendo. Hay, en el video del show, planos que muestran esas negociaciones, que muestran cómo se desenchufan los amplificadores y hasta algunos instrumentos sin tocar. Algunos estudiosos de la banda llegaron a conjeturar, según qué instrumentos podían verse, qué otras canciones de Let it be podrían haber tocado si la fuerza pública no les cortaba el chorro.
Un hombre embelesado
En medio de todo eso, de esos 43 minutos de un show planificado en pocos días, Paul McCartney mira a su alrededor y sonríe casi todo el tiempo. Casi todo el tiempo, también, mira al hombre que tiene parado a la izquierda. El hombre que tiene parado a la izquierda desde hace más de diez años, John Lennon.
Llevan doce años siendo amigos, aunque esa amistad ya haya atravesado peleas infernales en medio de una escalada de popularidad, fama y éxito que ninguna otra banda había experimentado hasta entonces. Ese mediodía, McCartney lleva doce años mirando en espejo las manos de su amigo: así, en el baño con mejor acústica de la tía Mimi, que cuidaba de John, aprendían nuevos acordes en la guitarra. Aprovechando que Paul era zurdo y Lennon diestro, se miraban los dedos para imitarse, y aprendían juntos a tocar y a componer.McCartney y Lennon se conocieron en una iglesia en 1957, en medio de un festival musical. Se convirtieron en el dúo compositivo más revolucionario del siglo XX.
Es imposible saber si la sonrisa constante de Paul era por saber que a esa máquina de revolucionar la música que eran Los Beatles le quedaba poco tiempo -y ninguna otra presentación en vivo más que esa que estaban llevando a cabo- o si era por tener la esperanza de que pudieran zanjar esas peleas cada vez más feroces por algunos años más. Que les quedaran más que un par de discos por delante. Que hubiera Beatles para rato.
Pero, aún sin saber si sonreía por alguna de esas dos cosas o por estar absolutamente conectado con el presente, esa práctica que recomiendan tanto para combatir la ansiedad por el futuro, McCartney lucía como el más feliz de los cuatro. Sobre todo cuando miraba al hombre que había estado ahí, a un giro de cabeza, durante más de una década.
Lo mejor del “Rooftop Concert” es ver a Lennon y McCartney entenderse de memoria sobre un arreglo, un coro, una vuelta más del estribillo. Verlos entenderse de memoria por última vez sobre un escenario, como habían aprendido en Hamburgo y en The Cavern, y ver a McCartney sonreír todo el tiempo, tal vez por la suma de ese disfrute, la nostalgia del pasado y alguna esperanza sobre el futuro.
No, hay algo mejor y ocurre cuando la Policía ya perdió la paciencia y Los Beatles terminan de tocar por tercera y última vez la última canción de esa presentación, “Get back”. Mientras los equipos empiezan a desenchufarse, Lennon dice “quiero agradecer en mi nombre y en el de la banda, ojalá pasemos la audición”. Lo que sigue son risas alrededor de ese hombre, al que siempre le alcanzaba con una sola ironía para encantar o enfurecer a quienes estuvieran a su alrededor: el resultado nunca era neutral.
De esas risas, hay una que suena más fuerte que las demás. Es la de Paul McCartney, el amigo junto al que Lennon había aprendido a tocar la guitarra jugando a que eran la misma persona reflejada en un espejo, y con el que había pasado todas las audiciones que los llevaron a convertirse en el dúo de compositores más importante del siglo XX.
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