La oreja de Van Gogh
El misterio de la oreja mutilada de Van Gogh: la pelea con Gauguin, el macabro regalo a una prostituta y la locura
En la noche del 23 de diciembre de 1888, el pintor Vincent van Gogh discutió con su amigo. A partir de allí, la polémica: ¿se cortó él mismo la oreja o fue Paul Gauguin con un sable? Qué hizo con el lóbulo. La verdad sobre la venta de sus cuadros. La vida atormentada de uno de los artistas más geniales de la historia y su triste final
Por: Alberto Amato
Una de las pocas fotografías que existen de Vincent Van Gogh
Era un genio. Un genio desesperado, oscuro, recóndito. Tenía cierta impronta fatal que siempre acompaña de alguna forma al genio, una tendencia a la autodestrucción, a la angustia expectante, al cataclismo, al estrago. Estaba en la gloria de su arte, que en realidad había florecido en los últimos años de su corta vida: París lo había llenado de color y de técnica. Y de luz. Probablemente en ese invierno de 1888, Vincent van Gogh, de treinta y cinco años, estuviera salpicado por, o inmerso en, la locura, producto de la sífilis, dicen sus biógrafos; resultado inevitable de sus depresiones, fobias y manías que arrastraba desde que era un chico rebelde y talentoso.
La noche del 23 de diciembre, vísperas de la Nochebuena, después de discutir con su amigo Paul Gauguin, y si Gauguin no era su amigo al menos era su colega de caballetes, paletas y burdeles, Vincent se mutiló: se cortó la oreja izquierda, la envolvió en un paño y la llevó como regalo inesperado, absurdo e inexplicable a Rachel, una prostituta de una casa que Vincent frecuentaba junto a Gauguin. Después regresó a su casa y se encerró. A la mañana siguiente, la policía lo halló inconsciente y sin recordar nada; lo internaron en el hospital Hotel-Dieu y avisaron al protector de Vincent, su hermano Theo. Van Gogh quedó internado durante catorce días, Gauguin dejó veloz Arlés rumbo a París y ya no volvió a ver nunca a Van Gogh, ni a tener trato con él, salvo algunas cartas tímidas cartas posteriores.
Como casi todo en la vida de Van Gogh, el hecho tiene dos versiones. En sus memorias, Gauguin evocó una discusión entre ambos, que Van Gogh lo amenazó y lo persiguió aquella noche con una navaja de barbero y que luego se cortó la oreja. Es lo que el artista declaró a la policía, que el corte fue una automutilación de Van Gogh y que atribuyó la decisión al inminente casamiento de su hermano Theo: sospechaba Vincent que el matrimonio de su hermano cortaría para siempre el apoyo económico que recibía de él.
Autorretrato de Van Gogh con la venda sobre la oreja mutilada. Se presume que lo hizo frente a un espejo ya que la oreja mutilada fue la izquierda (Van Gogh Alive)
Las versiones sobre el hecho no podían llegar sino a través de sus dos protagonistas, de modo que las memorias de Gauguin, que se publicaron en 1903, se transformaron en la historia oficial del hecho. Van Gogh avaló incluso la versión de su amigo, pese a que recordaba poco y nada de aquella noche. Sin embargo, en 2009, Hans Kaufmann y Rita Wildegans, publicaron un ensayo, “Van Goghs Ohr, Paul Gauguin und der Pakt des Schweigens – La oreja de Van Gogh, Paul Gauguin y el pacto del silencio”, en el que afirman que el informe policial, las noticias que publicaron los diarios de la época, la correspondencia entre los dos pintores y los pocos testimonios, todos muy posteriores a los hechos, dan una versión muy diferente.
Concluyeron que fue Gauguin quien hirió a Van Gogh con su sable, era un esgrimista consumado, y que una vez herido, Van Gogh sólo terminó de cercenar su oreja maltrecha y calló para siempre el episodio para proteger a su amigo. La versión explica la precipitada huida de Gauguin hacia París y su decisión de no volver a ver a su amigo holandés. Pero nunca se hallaron las armas, ni el sable de Gauguin ni lo que haya usado Van Gogh para mutilarse. Leo Jansen, responsable del fantástico Museo Van Gogh de Ámsterdam, rechaza el ensayo de Kaufmann y Wildegans: dice que toda la evidencia presentada por los autores está sacada de contexto.
¿Cómo pudo suceder? ¿Quién era Van Gogh? ¿Qué amistad lo unía a su colega Gauguin? ¿Cuál era la esencia del drama? Van Gogh era un alma atormentada. Había nacido en marzo de 1853 en Zundert, Holanda, era hijo de un humilde pastor protestante, Theodorus y de Anna Corneille. Ni bien nacido le plantaron un símbolo de la muerte: los padres le dieron el nombre de Vincent, el nombre de un primer hijo que había nacido muerto un año antes. Cuatro años después nació Theo, que sería el hermano protector, el mecenas, enfermero y cuidador de Vincent en los siguientes treinta y siete años. La pareja tuvo luego tres hijas más.
El destino de Vincent estuvo signado por internados hasta que a los quince años dejo para siempre los estudios. No debe haber pozo más hondo para aquel que descubre que su adolescencia fue dolor. Y Vincent dijo una vez: “Mi juventud fue triste, fría y estéril”. Dejó los estudios y se aficionó a la pintura. Mostró entonces dos características que serían el centro de su vida: talento y un temperamento fuerte, difícil, inextricable. Trabajó en La Haya en una casa de arte, viajó luego a Londres como proveedor de obras pictóricas a los comercios ingleses. Enamoradizo frecuente, rechazado continuo, se aisló pare dedicarse a la lectura de libros religiosos hasta que una exposición en París, sobre dibujos de Jean-Francois Millet lo devolvió de un coscorrón al arte. Van Gogh comentó de aquella exposición: “Cuando entré en la sala del hotel Drouot, donde estaban expuestos, sentí alguna cosa como: Descálzate porque el suelo que pisas es sagrado”.
«Los comedores de patatas», de Vincent van Gogh (Van Gogh Museum Amsterdam/dpa)
En enero de 1878, en una carta a su hermano Theo que es parte de una espectacular correspondencia a lo largo de los años, le informa que lo echaron de la galería de arte porque anteponía sus gustos personales a las ventas. Vincent encuentra en Theo algo más que a un hermano menor, encuentra a un alma gemela, a un tipo abnegado que le facilitaría la vida y que reconocía su arte que todavía no había estallado. Theo, como Vincent, también era marchante de arte, pero ya entonces, a sus veinticinco años, Vincent le dice a su hermano que abandone su profesión, que “el comercio del arte es una farsa”. De regreso en Inglaterra se dedicó con fervor a la religión. Intentó ser teólogo en Ámsterdam, fue rechazado porque no sabía latín ni griego, por cierta dificultad para hablar en público pero, en esencia, porque era indomable, no aceptaba subordinarse ni someterse a la dirección de otra persona.
Finalmente, en 1880, sigue los consejos de su hermano Theo, que ya le brinda ayuda económica y decide dedicarse a la pintura. Se inscribe en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, estudia dibujo y perspectiva, plasma algunos inspirados en las pinturas de su admirado Jean-Francois Millet: campesinos, mineros, gente común a las que retrata con tonalidades oscuras. Al año siguiente se enamora de una prima, es rechazado y recoge en la calle a una prostituta Clasina María Hoornik “Sien” alcohólica, embarazada y con una hija, , con la que vive un año: madre e hija le sirven de modelo para algunas de sus obras, entre ellas “Dolor”. Regresa a la casa paterna, en Nuenen y estudia y pinta junto a su amigo, Anthon van Rappard, retratos vigorosos de los campesinos y tejedores rurales. Vuelve a enamorarse, perdido, de la hija de un vecino, Margot Begemann, diez años mayor que él, que tiene treinta y un años: la familia se opone, la chica intenta suicidarse. Lo que está en tela de juicio es la salud mental del novio: padece depresiones, hoy podría ser clasificado entre quienes padecen de trastorno bipolar, tiene ataques de epilepsia, es un desdichado que retrata el mundo que lo rodea con un vigor desconocido.
La muerte del padre, en marzo de 1885, desata una feroz pelea entre la madre y sus hermanas por la herencia: Vincent huye y se refugia en la casa de un sacristán de la iglesia católica. Durante la primavera de 1885, pinta la que es una de sus grandes obras tempranas: “Los comedores de patatas”. Más que bucear en la obra del artista, estas líneas pretenden revelar un drama aún hoy desconocido que atenazó su vida. Vincent van Gogh produjo toda su obra, novecientas pinturas y mil seiscientos dibujos en sólo diez años, entre 1880 y 1890, de su corta vida, hasta que sucumbió a su enfermedad mental a la que la psiquiatría forense, que analizó de arriba abajo las ochocientas cartas que escribió Van Gogh y que se conservan, seiscientas dirigidas a su hermano Theo, para descifrar el laberinto de la locura del pintor: neuropatía en el oído interno, depresión maníaca, sífilis como agravante y un excesivo consumo de absenta, o ajenjo, un fuego líquido que en los primeros años del siglo XXI había vuelto como diabólica curiosidad a los bares y licorerías de París.
«El dormitorio de Arlés», por Van Gogh
Si algo permite conocer la vida interior de Vincent, son sus cartas a Theo, que se publicaron por primera vez en 1913 y que retratan un alma desolada y un hermano benefactor, sacrificado y generoso que es su sostén económico durante casi toda su vida. Es París la que cambia la vida y la paleta de Vincent. En 1886 se muda a vivir junto a Theo a quien le avisa de su decisión con una frase sencilla y categórica: “Estaré en el Louvre desde el mediodía, o antes, si lo deseas”. Con los hermanos juntos, una convivencia difícil dado el carácter de Vincent, ya no hay cartas entre ambos. Esta es la etapa más misteriosa de la vida del pintor.
Se instalaron en Montmartre, donde Vincent conoció a la mayoría de los artistas de la época: Emile Bernard, Henri de Toulouse-Lautrec, de quien se hizo gran amigo, de George Pierre Seurat y, entre otros, de Paul Gauguin, todos le acercan al joven artista los trabajos del impresionismo y Vincent empieza a dotar a sus cuadros de luminosidad y de color intenso. Aprende nuevas teorías sobre la luz, añade colores a su paleta, se entusiasma con el azul de Prusia, pinta la noche, las estrellas, los campos al atardecer, los girasoles. París lo exalta, el intenso clima artístico de la ciudad, la bohemia que Giacomo Puccini dejará retratada en una de sus óperas inolvidables, el descubrimiento del arte japonés, Vincent renueva sus pinturas; los expertos afirman que los paisajes urbanos de Montmartre, sus naturalezas muertas ya lucen colores más vivos, rojos, amarillos, azules y sus complementarios, son parte del período parisino de Vincent, jaqueado por su salud mental. La inclinación de Van Gogh por el impresionismo queda a merced de la fatiga mental y el consumo desbordado de absenta. Su condición física se agrava.
El 21 de febrero de 1888, está a punto de cumplir treinta y cinco años, llega a Arlés, en el sur de Francia. Se instala en una habitación del Hotel Restaurante Carrel, por la que paga cinco francos diarios. El hotel luce en estos días, una placa que recuerda el paso de Vincent por unas paredes que ya no existen: el hotel fue derruido por un ataque aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Los gastos estaban por encima de su presupuesto que era nulo y tampoco tenía espacio para un mínimo taller. Pinta lo que ve: campos de trigo, naturaleza, los pantanos del delta del Ródano, el puente de Langlois, obras en las que despliega pinceladas ondulantes y amarillos, verdes y azules intensos.
Pasa todo el verano mientras pinta paisajes al aire libre, de esos días son “Vista de Arlés”, con lirios en primer plano, “Los segadores”, con Arlés como fondo, “La cosecha”, “Campos labrados”, “La viña verde” y uno de sus paisajes más conocidos: “El sembrador”. También pinta retratos. Le es difícil conseguir modelos mujeres, a los hombres los convencía pagándoles una copa en la taberna del pueblo. Entre esos retratos, el cartero Roulin a quien retrata como al resto de la familia, su mujer, Agustine y sus tres hijos Marcelle, Armand y Camille, está el del poeta belga Eugene Boch de quien intenta captar su costado romántico. Escribirá a su hermano Theo: “He exagerado el rubio del cabello, he utilizado también tonos naranjas y amarillo pálido. Detrás de la cabeza, en lugar de pintar la pared ordinaria de la habitación, he pintado el infinito, un fondo plano del azul más rico e intenso que he podido conseguir y con esta sencilla combinación de la cabeza brillante sobre el fondo intensamente azul he conseguido un efecto misterioso, como si fuera una estrella en la profundidad de un cielo azul”.
«La noche estrellada», una de las mejores obras de Van Gogh (Van Gogh Alive)
Es en Arlés donde intenta crear un taller de artistas y alquila en mayo la “Casa Amarilla” en Place Lamartine, al norte de la ciudad. Los costos los paga Theo, que le envía trescientos francos para acondicionar la casa. El único que le contesta es Gauguin, que llega el 23 de octubre y a quien a modo de bienvenida anticipada, Vincent le envía su “Autorretrato” con la cabeza rapada a lo bonzo, una influencia del arte japonés. Para entonces, Vincent tiene ya listas cuatro obras sobre girasoles, primero con tres flores, después con cinco hasta llegar a doce con fondo azul y otra obra con quince girasoles sobre fondo amarillo. Van Gogh y Gauguin, juntos, son dos volcanes en erupción. Gauguin lo impulsa a pintar sitios históricos de Arlés y juntos trabajan en la serie de vistas de Alyscamps. También sirven de modelo, uno del otro: Gauguin pintó a Van Gogh de perfil y Van Gogh a Gauguin, de espaldas. Juntos visitan los burdeles de Arlés y pelean casi a diario, en especial por las salidas extemporáneas y fogosas del arista holandés.
Hasta que llega la noche del corte de la oreja. Durante muchos años se pensó que Vincent se había mutilado el lóbulo izquierdo. Pero en 2016 un estudio reveló una carta del doctor Félix Rey, que atendió a Vincent, dirigida a Theo en la que describe la herida y acompaña un dibujo que muestra el corte casi por completo: sólo se conservó una porción inferior muy chica del lóbulo.
Lo que hizo Vincent después de catorce días internado, ni bien regresó a su casa, fue pintar dos autorretratos con el vendaje en la cabeza. Las dos obras muestran el vendaje a la derecha, la oreja seccionada fue la izquierda, por lo que es factible que Vincent se haya pintado frente a un espejo. Uno de los dos autorretratos lo presenta mientras fuma una pipa, como para transmitir una serenidad y un sosiego que el artista ya no tiene. Y si alguna vez los tuvo, ya no los recuperará.
Cuatro semanas después vuelve al hospital porque, dice, lo quieren envenenar, padece de manía persecutoria, entre otros síntomas de debilidad mental. Es en esos diez días donde lo atiende el doctor Rey. En marzo, en vísperas de su cumpleaños treinta y cinco, a pedido de los vecinos de Arlés que llaman a la policía, es internado seis semanas en el Hospital Hotel-Dieu.
Un cuadro de la serie «Los Girasoles» (Van Gogh Alive)
El 17 de abril de 1899, Theo se casa con Johanna Bonger en Ámsterdam. Vincent siente que uno de los pilares de su vida cae para siempre. No era así, pero el artista estaba ya inmerso en un laberinto mental inexpugnable. Los últimos dos años de su vida estuvieron marcados por sus dramas psiquiátricos que lo llevaron a recluirse por propia voluntad en sanatorios mentales. Veinte días después del casamiento de Theo, Vincent se interna en el hospital mental de Saint-Paul de Mausole, un ex monasterio en Saint-Remy-de-Provence, a treinta y dos kilómetros de Arlés.
En el sanatorio le destinan dos habitaciones, una de ellas para que le sirva de taller. Aún hoy, aquel hospicio que alberga un museo dedicado a Van Gogh, conserva parte del mobiliario de aquellas celdas, una vieja cama de madera, una bañera de peltre donde Van Gogh recibía baños de agua helada. En Saint-Remy-de-Provence veneran a Van Gogh, nadie recuerda ya que ese hospicio que lo albergó, fue durante la Segunda Guerra la sede del comando nazi en la zona.
Vincent tiene miedo de salir a la calle. Pinta cuadros de interior, como “Jarrón con lirios”. Su genio está intacto. Su mente es la que gira sin control. Como espejo de ese remolino mental, Vincent pinta remolinos azules y negros en uno de sus cuadros más célebres: “La noche estrellada”. Por fin lo habilitan para pasear por los alrededores de la clínica, rodeada de pinos, olivos y cipreses. Eso es lo que pinta Van Gogh: está desesperado, pero pinta. Sus árboles viven en la tela, se ondulan con el viento, como en “Campo de trigo con ciprés” “Cipreses con dos mujeres” y “Ciprés en el cielo estelar”.
En Saint-Remy quieren tanto a Van Gogh que grandes regatones de bronce recuerdan cada etapa de los paseos del pintor y que enfrentan a los cipreses, pinos y olivos que fueron su modelo en esos días. Fue en Saint-Remy donde Vincent sintió la necesidad de copiar a los pintores que admiraba y pidió a Theo le enviara a aquel hospicio reproducciones para que él reinterpretara el color a su manera. Así exploró temas religiosos como “La Piedad”, de Delacroix, donde pintó a Cristo con el pelo y la barba rojiza, como era su pelo y su barba.
La tumba de Van Gogh en el cementerio de Auvers-sur-Oise (REUTERS/Christian Hartmann)
Entre mayo y octubre de 1889 Van Gogh “expone” en el Salón de los Independientes, de París. No ha vendido muchos de sus cuadros, casi ninguno. Los nuevos socios del Salón sólo pueden presentar dos obras. Y Vincent, que sabe lo que hace, pide a Theo que envíe “La noche estrellada” e “Iris”. En enero de 1890lo invitan para participar de una exposición en Bruselas a la que envía seis obras: dos de la serie de girasoles y cuatro sobre paisajes. Defienden su pintura dos viejos amigos: Toulouse-Lautrec y Paul Signac. Allí vende su pintura “El viñedo rojo”, la compra una pintora del grupo “Los XX”, Anna Boch, hermana de aquel poeta belga del que Vincent había intentado apresar en la tela su espíritu romántico. Es la única venta de una obra de Van Gogh registrada mientras estuvo vivo y antes de convertirse en un boom comercial.
En mayo de 1890 parece renacer. Envía una conmovedora carta a Theo desde el hospicio de Saint-Remy en la que le dice, palabras más o menos, que ya está bien, que es suficiente, que es hora de empezar un tratamiento más severo, salir del remolino, evitar los pozos de la depresión y de la angustia. Viaja entonces a Auvers-sur-Oise, a unos veinticinco kilómetros de París. Se instala en una habitación de la posada Ravoux, oscura, pequeña, silenciosa. Conoce a un amigo de su hermano Theo, el doctor Paul Gachet que lo cuida, lo visita, le ruega que se concentre en su arte. Vincent pinta en dos meses setenta cuadros. Pintó al doctor Gachet, su jardín, a su hija Margarita rodeade de Flores; está entusiasmado con el paisaje de Auvers. Escribe a su madre: “Estoy plenamente absorbido por estas llanuras inmensas de campos de trigo sobre un fondo de colinas, vastos como el mar, de un amarillo muy tierno, un verde muy pálido, de un malva muy dulce, con una parte de tierra labrada, todo junto con plantaciones de patatas en flor; todo bajo un cielo azul con tonos blancos, rosas y violetas. Me siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, me siento capaz de pintar todo esto”.
El 27 de julio, dos meses después de abandonar esperanzado el hospicio de Saint-Remy, camina hasta un campo cercano a la posada Ravoux, se interna en un campo de trigales y, con un revólver que había tomado de la casa de su anfitrión, se pega un tiro en el estómago. Se desmaya, vuelve en sí al anochecer y llega como puede a su habitación. El doctor Gachet avisa a Theo, que llega urgido desde París. Encuentra a su hermano con una pipa en la boca; Gachet no le saca la bala; Vincent entra en coma y muere el 29 a la mañana, en brazos de Theo. Según el hermano, sus últimas palabras fueron: “La tristeza durará para siempre”. Lo entierran en el pequeño cementerio de Auver-sur-Oise. Por supuesto, sobre su muerte hay otra versión, que el disparo fue hecho por causalidad y sin intención por un muchacho conocido de Vincent que dijo haberse disparado para protegerlo, pero el sacerdote católico de Auvers se negó a un oficio religioso porque consideró que no era apropiado en el caso de un suicida.
Afectado por la muerte de Vincent, Theo murió seis meses después, el 25 de enero de 1891, a los treinta y tres años. Su cuerpo fue exhumado en 1914 y sepultado al lado de Vincent, en Auvers. Sobre esas dos tumbas casi nunca faltan girasoles.
Fuente: Infobae