El Destape cumple 40 años
La historia del boom de desnudos y escenas de sexo que se desató con el regreso democrático
Revistas, películas y obras de teatro se llenaron de desnudos femeninos desde diciembre de 1983 después de años de censura. Cómo se dio ese fenómeno. Las revistas más destacadas. Las películas que esperaron años para ser vistas. Las excepciones en la televisión. Y por qué los desnudos eran sólo femeninos
Por: Matías Bauso
Con el regreso de la democracia también llegó el destape. Los kioscos de revistas, los cines y hasta la televisión se llenaros de desnudos femeninos.
Alfonsín podría haber agregado un ítem más a su célebre (y esperanzadora) enumeración: “Con la democracia se come, se cura, se educa”. A los pocos días del regreso democrático, quedó claro que con la democracia también se podían ver tetas.
Con el triunfo de Raúl Alfonsín y la recuperación democrática todo cambió. La libertad era el principio rector. Para pensar, para decir, para mostrar. Había muchas necesidades acumuladas. Y la diversión, la sensualidad, el deseo y el sexo eran algunas de ellas. La Primavera alfonsinista venía sin censura.
La Primavera Alfonsinista trajo, como toda primavera, un despertar de los sentidos, una sensualidad desconocida hasta el momento. La libertad incluía mostrar el cuerpo, liberarse, el sexo. El cine y las revistas fueron los vehículos principales para esa explosión.
Esos años en los que reinó el Destape se quiso recuperar el tiempo perdido: la democracia, al fin y al cabo, también era la posibilidad de ver lo que se quisiera aunque todavía persistieran, resabios de viejas épocas, reflejos censores.
El Destape fue un aluvión. Inundó cada rincón de la vida pública y se convirtió en tema de conversación y discusión.
Natalia Milanesio en su libro El Destape. La cultura sexual en la Argentina después de la Dictadura (Siglo XXI) escribió: “El Destape fue el fenómeno socio cultural más importante y explosivo que marcó el regreso de la democracia, una avalancha de imágenes y narrativas sexuales explícitas que apenas unos años atrás la dictadura militar habría considerado vulgares, inmorales, indecorosas y peligrosas”. Milanesio sostiene que el Destape no sólo fue un fenómeno mediático “sino también un profundo proceso de transformación de ideologías y prácticas sexuales”.
Cuando ocurrió, el fenómeno no sorprendió. Tampoco fue difícil bautizarlo. El nombre llegó desde España. Siete años antes, cuando la oscuridad envolvía a la Argentina, España encontraba la libertad. Tras la muerte de Francisco Franco, la Transición. La apertura democrática trajo también la abolición de la censura.
Las pantallas de cine y los kioscos de revistas españoles se llenaron de desnudos femeninos. El periodista Ángel Casas habló de “Destape”. El nombre prendió y quedó. Y años después cruzó el Atlántico.
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Pasar por un kiosco de revistas en los primeros meses de 1984 podía ser una experiencia asombrosa para un argentino. Los puestos pletóricos de publicaciones tenían decenas de revistas en las que las mujeres no tenían ropa. Poses sensuales, sonrisas, pechos y un cartel cuadrado, de fondo negro y letras blancas, en uno de los rincones de la tapa que decía “Publicación prohibida para menores de 18 años”. Casi el 20 % de las revistas vendidas era de este género. Revistas que el lector ocultaba dentro del diario o en su maletín, que no podía leer en bares o transportes públicos, sólo en la intimidad de su casa (o de su baño).
En los cines ocurría algo similar. En esos años había muchas más salas que ahora. En las puertas de vidrio no sólo estaba el afiche del film y el título en grandes letras. También, costumbre olvidada, se colocaban impresiones con fotogramas de las escenas más representativas de la película. Esas fotos y los afiches se llenaron de desnudos, de frases incitantes, de títulos que jugaban con el doble sentido. Eso sí la mayoría llevaban tiritas negras ocultando vellos púbicos y pezones.
Pero para poder hablar de “Destape” debemos referirnos a la censura. La censura en el país tiene una larga historia. A partir del 24 de marzo de 1976 se endureció. Sin embargo, su marca venía desde antes. En el gobierno de Isabel Perón las prohibiciones, listas negras y persecuciones ya estaban presentes aunque no se lo suela recordar.
Las mujeres de las revistas volvieron a tener la ropa que habían perdido en el bienio 73-74. Sólo en las de actualidad como Gente y Siete Días, y durante los meses de verano, podían poner chicas en bikini.
En los cines la situación era peor. Muchos títulos no se exhibían. Estos eran aquellos que se consideraban perniciosos desde lo moral y lo ideológico.
Miguel Paulino Tato, al frente del Ente de Calificación Cinematográfica (ocupó ese cargo desde 1974 hasta 1980: uno de los pocos funcionarios del gobierno peronista que continuó con el Proceso), se encargaba de decir qué se podía ver y qué no. Pero ese no era el único filtro.
El resto de las películas, las que se llegaban a estrenar, sufrían cortes. Todas las escenas de desnudos, las sexuales, muchas de las violentas, las que se no se entendían demasiado, en las que se decían cosas inconvenientes para las autoridades del momento, las que no le gustaban a Tato (parece una enumeración borgiana) quedaban en la sala de montaje (A Superman II se le cortó una escena en la que el Hombre de Hierro levantaba un ómnibus: claro el vehículo en su costado llevaba la publicidad de la comedia musical Evita). Algunas se estrenaban con decenas de minutos menos, convirtiéndose en Frankensteins inentendibles para los espectadores. En la Revista Humor, el periodista Aníbal Vinelli tenía una sección en la que explicitaba los cercenamientos que tenía cada estreno. Se llamaba “Censura, en busca del tiempo afanado. Cortes y confesión”. Nació cuando Vinelli con una Variety en la mano comparó la duración de las películas en Estados Unidos y las versiones que se pasaban en Argentina. A muchas le faltaban hasta 20 minutos.
Miguel Paulino Tato fue el paradigma del censor. Ocupó el cargo en el gobierno peronista y durante el Proceso. Cercenó y prohibió cientos de películas y se mostraba orgulloso de eso
El único lugar en el que se respiraba algo de libertad era en el teatro. Allí podían actuar algunos de los que estaban en las listas negras (sin cine, TV, ni notas en los medios pero sí autorizados en los escenarios), y en el teatro de revista se permitían algunas audacias -topless y malas palabras- que en otros ámbitos no.
En 1982, después de Malvinas, con la Dictadura en repliegue inevitable, Rolando Hanglin escribió: “Vivimos en el país más moralista del mundo. Aquí se puede ser ladrón, estafador, mentiroso, calumniador, hipócrita y hasta homicida. Todo se puede ¡Todo! Menos mostrar el traste. Porque ahí la cosa se pone seria”.
Las revistas fueron la punta de lanza, la manifestación más inmediata y evidente. Algunas publicaciones, de las decenas (¿o cientos?) que aparecieron, tomaron un lugar central. Si bien todas se las rebuscaron para mostrar un pecho o alguna pose sexual, de las que se centraron en eso, Libre, Shock y Destape fueron las más exitosas. Shock- La Revista Bomba rezaba la bajada- fue la primera en aparecer a mediados de 1983.
Papel barato, títulos impactantes con referencias a lo sexual, chicas sin ropa en la tapa, precio bajo. Todavía, en el final del gobierno militar, los pezones de las modelos estaban cubiertos con una hoja de parra. Pero apenas asumió el gobierno democrático, las hojas cayeron. La competencia de esa revista fue Destape. Mismo formato, diseño, espíritu y precio que la otra. La peculiaridad es que ambas pertenecían al mismo grupo editor, al de Raúl Kraiselburd, dueño de Diario Popular y de El Día de La Plata. Con ambas copó el mercado y llegó a vender más de 300 mil ejemplares semanales. Shock y Destape se convirtieron en consumo habitual de adolescentes y adultos.
Otro boom extraordinario lo produjo la Editorial Perfil con la revista Libre. La fórmula era parecida pero distinta. En la tapa una mujer reconocida: actriz, modelo o vedette (en alguna ocasión, Charly García sentado en un inodoro). Luego títulos sensacionalistas, casos policiales, secretos sexuales y hasta temáticas políticas.
El modelo obvio de Libre era Interviú, la revista española que reinó en el Destape español. Pero la europea en su parte periodística era más ambiciosa que la argentina. Aunque en su primer número Libre anunciaba una investigación sobre Los Vuelos de la Muerte, una entrevista con Palito Ortega hablando de los militares y un artículo de Enrique Vázquez, columnista político estrella de Humor hasta ese momento, el plato fuerte era una sensual Leonor Benedetto que decía: “Odio el destape barato. Quiero demostrar en esta revista que se pueden hacer desnudos finos”.
Toda una declaración de principios. Ese ejemplar estuvo en la calle el 17 de enero de 1984. La democracia apenas tenía un mes. Elegir a Benedetto fue una excelente decisión. Era una actriz respetada y popular. Que ella diera el puntapié inicial permitió que muchas otras después se sintieran habilitadas a posar sin ropa. El interesante documental de Marcelo Raimon, “Nos habíamos ratoneado tanto” que indaga en esos años de destape, compila testimonios de muchas de las mujeres que posaron para estas tapas. Todas se muestran divertidas y nada arrepentidas.
En ese film, sin embargo, Noemí Alan dice: “Las chicas que hacíamos desnudos fuimos bastante maltratadas en ese momento, como que eso no tenía que ver ni con el arte ni con el talento -la Tana hace una pausa y prosigue con una sonrisa-. Y obviamente no tenía que ver ni con el arte ni con el talento”.
Las fotografías de desnudos de Libre, a diferencia de las otras revistas nacionales del momento, contaban con producción y buenos fotógrafos aunque la mayoría de escenarios y situaciones estaban inspiradas (copiadas) de la Playboy norteamericana.
Unos años después de la gran explosión, Editorial Perfil sacó la versión argentina de Playboy. Susana Giménez salió en su tapa. A Monzón no le gustó y dijo que «Ya tiene 40 años. No sé cómo Darín la deja».
El perfil periodístico cambió de manera veloz y terminante. Pronto las principales notas se dedicaban a indagar en la basura de los famosos (literalmente revisaban los tachos de basura), sobre rumores sexuales (Una portada anunciaba: “Las perversiones sexuales de los famosos: Palito pone un grabador debajo de la cama; Cysterpiller usa la camiseta de Maradona; Renán les recita poemas de Becquer”).
Otro ejemplo. El número que traía desnuda a Luisa Albinoni, en ese momento figura en La Peluquería de Don Mateo con su “Hola Mami”, llevaba estos otros títulos en la tapa: “La mujer de Grinspun (por entonces Ministro de Economía) regatea todos los precios, compra poco y sólo lo más barato”; “Un bebé correntino, como Moisés, apareció flotando en un cesto en el Río Paraná”; “Los famosos no son lo que parecen: Andrea del Boca dice que es virgen pero convivió con Silvestre en el Caribe; Mercedes Sosa invierte fortuna en rubíes; Arnaldo André la va de conquistador aunque no se le conoce novia”. La nota que más repercusión tuvo fue cuando hicieron ingresar a la residencia de descanso presidencial de Chapdmalal a Mario Sapag disfrazado como el Canciller Dante Caputo. La broma terminó en una pequeño escándalo.
La redacción tenía una insólita cantidad de talento. La integraban muchos escritores reconocidos. Vicente Battista, Jorge Manzur, Juan Martini y Jorge Asís, entre otros. Roberto Pettinato era uno de los columnistas fijos. Durante un par de años la revista tuvo grandes ventas, superando a La Semana, la principal revista de la editorial y acercándose a Gente, la más vendedora. Cientos de miles de ejemplares semanales.
Las mujeres que salían en tapa y “ratoneaban” a los hombres argentinos provenían de la pantalla, de los escenarios o las pasarelas. También estaban las surgidas de los programas de Gerardo Sofovich y las llamadas “Chicas Olmedo” (aunque su apogeo fue levemente posterior). Algunos nombres: Adriana Brodsky, Silvia Peyrou, Silvia Pérez, Beatriz Salomón, Camila Perissé, Yuyito González, Carmen Barbieri, Dalma Milevos, Sandra Villarroel, Susana Traverso y muchas otras. En el medio podía haber sorpresas como Georgina Barbarrosa, Cristiná Alberó o la tenista Claudia Casabianca.
La versión argentina de Playboy llegaría en 1985 con Susana Giménez en el número inicial (Libre, de la misma editorial, aprovechó para poner en tapa que a Monzón le parecía una locura que Susana se desnudara: “¡Tiene 40 años! No sé cómo Darín la deja”). Hubo muchas otras revistas de diversa calidad. La Urraca, la editorial que editaba Humor, sacó Sex Humor y varios productos derivados. Oskar Blotta probó suerte con Eroticón. También las revistas pornográficas se multiplicaron en los kioscos. Alguien se dio cuenta que lo que buscaban los lectores de ese material no era actualidad y comenzó a importar números viejos de publicaciones de otros países: los desnudos y escenas sexuales explícitas –esa era su gran novedad- no tenían fecha de vencimiento.
Poco tiempo después, ante las quejas de la Iglesia y de diversas asociaciones que decían velar por la familia, llegaron las bolsitas negras. Todas las publicaciones con desnudos debían estar tapadas.
La efervescencia se fue apagando. Por un lado el acostumbramiento y la abundancia de material; ya no había prohibiciones y todo era más accesible. Por el otro lado, el fracaso del Plan Austral pareció mostrar un dique. Las producciones de las revistas bajaron la calidad, había menos dinero para pagar a nombres importantes y los consumidores compraban menos revistas.
Emilia Mazer fue un ícono de esos primeros años del cine argentino democrático. La grana actriz joven de ese periodo que deslumbró en Los Chicos de la Guerra y Mirta de Liniers a Estambul, entre otras.
La televisión también tuvo su destape pero fue el ámbito en el que estuvo más morigerado. Los programas de humor mostraban a las mujeres en bikinis o en ropa interior, los chistes estaban cargados de doble sentido, pero la producción nacional no incluía desnudos ni malas palabras. Los (pocos) desnudos televisivos estaban reservados para espacios culturales, eran “de qualité”. Función Privada, el programa de cine que conducían Carlos Morelli y Rómulo Berruti emitía películas españolas (que disfrutaban de su segundo Destape consecutivo) y algunas argentinas -de los tiempos breves entre el final de Lanusse y el arribo del censor Tato- que contenían desnudos. La televisión no ofrecía mucho más. Las asociaciones de amas de casa, las de consumidores y otra vez la iglesia presionaban para que los contenidos no subieran de tono. La gran amenaza era inundar el Comfer de denuncias y la presión a los grandes anunciantes para que retiraran sus auspicios, caso contrario las amas de casa abogarían para que sus colegas dejaran de comprar los productos de esas empresas.
Sin embargo en diciembre de 1984 el clero tomó posición pública y emitió un documento firmado por todos los obispos en el que se mostró “muy preocupado por el avance de la pornografía” y el efecto nocivo que podía producir en la sociedad. La discusión llegó a la tapa de los diarios y a los programas políticos.
Los adolescentes, y los no tanto, tenían contacto con este tipo de material, podían ver mujeres desnudas sin restricciones por primera vez. Pero no sólo los que entraban en la adolescencia sino también los que cumplían 20. La censura en los años anteriores había sido total.
Otro ámbito en el que el destape fue un suceso fue en el del cine. Los afiches de las películas se animaron a mostrar pechos y colas (aunque en las versiones que se publicaban en los diarios hubiera retoques que agregaban corpiños y bombachas). Esos posters estaban cruzados por frases como: “El cine que ahora podemos ver”; “Sin cortes”; “Versión completa”; “Prohibida durante cinco años”. Se estrenaban películas que tenían varios años de antigüedad pero que en Argentina no habían tenido la posibilidad de ser exhibidas.
(Una digresión: uno de los argumentos que daba la censura en tiempos de Dictadura era económico. Alguien publicó que la censura al prohibir 150 películas extranjeras había hecho ahorrar al país 300. 000 dólares. Tato respondió indignado que eso era falso. Esa cifra había dejado de salir en divisas al exterior sólo por 34 films. Con los 150 él había generado un ahorro de más de un millón y medio de dólares).
Claudio María Domínguez, como distribuidor, fue uno de los que aprovechó el boom. Sólo necesitó un título provocativo que nada tenía que ver con el original para conseguir un tremendo éxito con una ignota película extranjera que había pasado desapercibido en todo el mundo.
El cine nacional se tiró de cabeza dentro del Destape. Por un lado, comenzó a mostrar nuevos directores que no habían filmado durante la dictadura. El del Proceso fue un tema omnipresente en los films de la época. La gran mayoría de estas películas con pretensiones autorales (todavía aunque con muy escasas y dignas excepciones seguía siendo un cine anticuado, rezagado técnicamente y en cuanto a lenguaje y puesta de escena: faltaban varios años para la irrupción del Nuevo Cine Argentino a fines de los 90) tenía alguna escena (o varias) de desnudos y/o de sexo.
Todas las grandes actrices del periodo tuvieron su escena sexual o su plano icónico y ratonero. Ya no eran tiempos de la Coca Sarli. Susú Pecoraro, Dora Baret, Luisina Brando, Leonor Benedetto, Gabriela Toscano y muchas más. Cada uno tenía su preferida. Los más jóvenes tuvieron su ícono: Emilia Mazer que hizo topless en Mirta de Liniers a Estambul, Los Chicos de la Guerra y El Dueño del sol entre otras. Para quienes eran adolescentes, ella, con su belleza, juventud, su jovialidad y su osadía, fue el gran símbolo de esos años.
La otra manifestación del Destape en el cine fue la llegada de un nuevo género a la producción nacional. El sexplotation argentino. Quizás, Correccional de Mujeres sea el ejemplo más patente, inmortalizado por Attaque 77 años después. Pero también el catálogo lo integran Las Lobas, Atrapadas, Camarero Nocturno, Los Gatos, Las Colegialas se divierten y la más divertida y autoconsciente de todas ellas, El Telo y la Tele. Todas meras excusas para mostrar actrices desnudas, en escenas de sexo -pobre y hasta ridículamente filmadas- y exacerbar el morbo masculino.
Parecía que el nuestro era el cine más limpito del mundo: las escenas de duchas (individuales o colectivas) se multiplicaban exponencialmente. Todas nuestras actrices se bañaban (en cámara).
Para las películas argentinas de esos años parecía obligatorio contener alguna escena de desnudo o una situación de sexo. Un par de años después con el arribo del VHS estas producciones tendrían una nueva vida.
A lo largo de esta nota ha habido una ausencia evidente. Ni las revistas, ni la televisión ni el cine se animaron con el desnudo masculino. Una sociedad que pretendía ser más libre pero que todavía estaba dominada por criterios represivos y una mentalidad eminentemente machista.
Tendrán que pasar décadas para que se considere que los varones también pueden desnudarse. La excepción sólo se daba, otra vez, en el teatro: La Lección de Anatomía y Equus fueron los casos más resonantes. Doña Flor y sus Dos Maridos,en cambio, provocó un escándalo porque el desnudo total de Adrián Ghio no quedaba en el escenario: bajaba corriendo y se paseaba por el pasillo central sin ropa; algún ocupante de la platea que vio los genitales de Ghío a menos de un metro de distancia encontró un pacato juez siempre bien dispuesto para censurar. En los 80 la pacatería y el machismo se imponían con claridad. Las minorías sexuales también permanecían apartadas y su tratamiento, en los escasos casos en que sucedía, era absolutamente estereotipado.
Fuente: Infobae