Las huellas de la memoria
Aunque el recuerdo depende de la memoria, la formación de esta es algo bien diferente a la recuperación de los recuerdos que contiene la memoria.
Fue Marcel Proust quien, con el ejemplo de su famosa magdalena, nos mostró que la memoria es algo mucho más profundo que el recuerdo.
En su obra En busca del tiempo perdido, nos cuenta cómo el sabor de la magdalena desata todo aquello que llevaba mucho tiempo anclado en su interior. Se trata de uno de los fragmentos más vivos de toda la literatura universal. En él, Marcel Proust nos descubre que, sin la materia de la memoria, los recuerdos no se pueden mantener, de la misma manera que el espíritu no se puede mantener en el vacío sin una materia que lo soporte.
Y, de repente, el recuerdo aparece. Ese gusto es el del trocito de magdalena que el domingo por la mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a decirle buenos días a su habitación, mi tía Leonie me daba, después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila. La vista de la pequeña magdalena no me había recordado nada, antes de probarla; quizá porque, habiéndolas visto a menudo después, sin comerlas, sobre las mesas de los pasteleros, su imagen había dejado esos días de Combray para unirse a otros más recientes.
El complejo circuito neuronal que conecta nuestro hipocampo con otras estructuras cerebrales se pone en funcionamiento con el estímulo de un sabor, de un olor, de una música o de cualquier otra materia sensible a penetrar a través de nuestros sentidos. Su capacidad para activar la memoria e impulsar el asalto del recuerdo es lo que lleva a Marcel Proust a convertir una magdalena en algo más que un bollo.
Aunque el recuerdo depende de la memoria, la formación de la memoria es algo bien diferente a la recuperación de los recuerdos que contiene la memoria. Porque el camino que toman los recuerdos cuando afloran es distinto al circuito original que recorre un acontecimiento para convertirse en memoria. Los casos del bailarín Vaslav Nijinsky (1890-1950) y del guitarrista Pat Martino (1944) nos van a servir de ejemplo para explicar la diferencia entre memoria y recuerdo.
Nijinsky padeció de enfermedades mentales desde muy joven, cuando fue diagnosticado de esquizofrenia. Entre otros doctores, fue tratado por el mismísimo Freud. Pero nada. Cada día que pasaba, el bailarín se alejaba un tramo más del mundo real. Su última actuación la realizó en un hotel de St. Moritz, el 19 de enero de 1919.El complejo circuito neuronal que conecta nuestro hipocampo con otras estructuras cerebrales se pone en funcionamiento con el estímulo de un sabor, de un olor, de una música o de cualquier otra materia sensible
Al final acabó ingresado en un sanatorio psiquiátrico donde fue visitado asiduamente por su discípulo, el bailarín Serge Lifar (1905-1986). Pero Nijinsky no lo reconocía. Tampoco se reconocía a sí mismo. A lo más que llegaba Nijinsky era a imitar los pasos, los saltos y los movimientos de su discípulo que, en sus desvelos, pensaba en el baile como la manera de hacer regresar a su maestro.
Nijinsky había perdido la memoria por completo y solo podía alimentar el cerebro con acontecimientos próximos que su circuito neuronal no retenía, que desechaba de inmediato. En una de las visitas de Serge Lifar al sanatorio, el bailarín llegó acompañado por el fotógrafo Jean Manzon que realizó un reportaje que se publicaría en Paris Match.
Es famosa la foto titulada El último salto de Nijinsky, donde el bailarín aparece dando un salto en posición vertical y con los brazos en cruz, manteniéndose en el aire como el espíritu ingrávido que flota ante la ausencia de materia que lo soporte, durante un instante, antes de caer al vacío.
Otro ejemplo “memorístico” es el del guitarrista de jazz estadounidense Pat Martino que, en 1980, se sometió a una operación quirúrgica debido a un aneurisma cerebral; una inflamación de los vasos sanguíneos que se presenta en forma de protuberancia perniciosa. Tras la operación, a la salida del quirófano, el cirujano habló con la mujer de Martino para decirle que tenía dos noticias, una buena y otra mala. La buena era que su marido había salido con vida de la operación, la otra era que su marido había perdido la memoria.
El cirujano no supo explicarse, claro está, pues Martino no había quedado desmemoriado. Lo que el guitarrista necesitaba era el estímulo para poner a funcionar las estructuras cerebrales que conforman la memoria y, con ello, hacer regresar el recuerdo.
Así estuvo durante cuatro años, escuchando sus propios discos, hasta que al final consiguió volver de nuevo a ser Pat Martino, uno de los mejores guitarristas de jazz de todos los tiempos.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
Fuente: https://elpais.com/ciencia/2020-12-10/las-huellas-de-la-memoria.html