Marina Abramovic: “El dolor físico es más fácil de manejar que el dolor emocional causado por otros”
Las pasiones de la abuela de la performance, en una recorrida por su imperdible obra, a corazón abierto
Por; Marina Oybin
1
“Espero que mi trabajo levante el espíritu humano. Es muy fácil bajar el espíritu de las personas, pero esa no es mi intención. Quiero tener energía, ideas y emociones que fortalezcan el espíritu de la humanidad. Si llego a tres personas, mi vida tuvo sentido: lo importante es tener propósitos”. Esa es una de las inolvidables frases que Marina Abramovic (Belgrado, 1946), artista que iluminó la performance, dijo ayer por la noche en la conferencia titulada Las pasiones de Marina Abramovic, en vivo vía zoom en el festival chileno Santiago a Mil. Esta edición tiene un formato híbrido, que conjuga actividades virtuales y otras presenciales.
A corazón abierto, desde Nueva York, Abramovic desató empatía, sensibilidad e inteligencia ante unas mil personas que la escucharon en Chile, Argentina, Perú y Brasil, entre otros países. Con esta conferencia, la pionera y abuela adorada de la performance hizo pie –en formato virtual, claro– en el festival donde se podrán ver seis históricas performances suyas.
Art Must Be Beautiful, Artist Must Be Beautiful (El arte debe ser hermoso, el artista debe ser hermoso) fue una de sus primeras performances. No pone el foco en el dolor físico, sino en el estado mental que es posible alcanzar al atravesar el dolor. Después de realizar performances con fuego en las que terminó inconsciente, dejar que el público manipulara su cuerpo hasta poner en peligro su vida, cortarse, estrellarse contra una pared, tomar psicofármacos para esquizofrénicos, someterse a temperaturas extremas y laceraciones corporales, abandonó las acciones físicas y emocionalmente extremas. Consideró que la mente podía ser mucho más aterradora que el cuerpo.
En Art Must Be Beautiful, Artist Must Be Beautiful, en una especie de transe hipnótico, Abramovic se peina violentamente –casi arrancándose el pelo– al tiempo que repite “el arte debe ser hermoso, el artista debe ser hermoso”. No hay belleza en su acción alienada: la imagen resulta paradojal e inquietante. Interpela sobre los cánones de belleza femenina y los parámetros legitimados en el arte.
Ese hartazgo –posiblemente, opuesto a la pasión que sentía– se evidencia también en The onion (La cebolla), donde, al borde del llanto y asqueada, devora cebolla cruda con cáscara. Se escucha su voz en off. “Estoy cansada –señala– de cambiar de avión con tanta frecuencia o esperar controles interminables de pasaportes”. También “de las inauguraciones en museos y galerías; de las recepciones interminables, de pie con un vaso con agua pura, fingiendo que estoy interesada en las conversaciones”. Confiesa: “Estoy cansada de enamorarme siempre del hombre equivocado”. Por último piensa en su propia muerte: “Quiero envejecer, ser realmente vieja, para que ya nada importe. Quiero entender y ver claramente qué hay detrás de todo esto. No quiero querer más”.
La finitud de la vida es un tema que también aborda en Nude with skeleton (Desnudo con esqueleto), otra de las performances que puede verse en el festival. Aquí Abramovic evoca un ejercicio tradicional de los monjes tibetanos cuando duermen junto a los muertos en distintos estados de descomposición: consideran que de este modo se alcanza la comprensión del proceso de la muerte.
“El dolor físico es más fácil de manejar que el dolor emocional causado por otros”, dijo la artista en la entrevista por Zoom moderada por Alejandra Villasmil. Recordó que todos los artistas suelen hacer algún tipo de sacrificio o sufrir una pena, sin embargo, “el arte puede implicar dolor, pero oxigena la sociedad”. Consultada por un participante sobre algunos consejos para los artistas que recién empiezan, no dudó: “Sigan su corazón, no sigan las tendencias; sean fieles a ustedes y a sus ideas”. Dejó en claro que no cualquiera puede aspirar a ser artista: requiere un trabajo de interpelación constante, hacerse preguntas a uno mismo para determinar si verdaderamente se es artista. “Para el artista, crear tiene que ser como respirar. Es necesario tener mucho cuidado con el obsequio que uno recibió”.
En The lovers: The Great Wall Walk (Los amantes: una caminata por la Muralla China) junto con Ulay, su pareja en la vida y compañero de performances por 12 años, quien falleció en 2020, pusieron fin a su relación amorosa y artística. “Muchos amigos me decían: ¿para qué vas a hacer algo tan dramático? ¿Por qué no lo llamás por teléfono y listo? Pero nosotros jamás abandonamos un proyecto”, recordó la artista de esa acción desgarradora. Cada uno caminó desde un extremo de la muralla hasta encontrarse para la despedida final. Tras nueve angustiantes días y 2500 kilómetros de viaje, se abrazaron por última vez. Es imposible evitar emocionarse al ver el registro de esa performance.
Esa despedida fue tan potente como el encuentro cara a cara que tuvieron ambos en The Artist is Present, en el MoMA, donde Abramovic pasó 750 horas sentada frente a desconocidos. Al principio nadie quería ocupar la silla hasta que a partir del quinto día el público se acercó. “Una persona se sentó frente a mí 7 horas y luego volvió durante los 3 meses en distintas oportunidades. Lo conocí mejor que a mi hermano o a mi familia: su mirada revelaba mucho. Descubrí tristeza, inseguridad en muchas personas. Algunos lloraban; yo también lloré”, recordó la artista de esa acción de larga duración en la que sostuvo la mirada, en silencio, con miles de personas cada día y en la que experimentó una transformación tan profunda que se sintió “otra persona”.
Fue una comunión única como la de Rest Energy, performance en la que Abramovic y Ulay tensaron un arco con una flecha que apuntaba al corazón de ella: si se movían inadecuadamente, podía producirse una herida letal.
Ahora que siente que está envejeciendo, contó Abramovic, está abocada en dejar su legado en el Instituto que lleva su nombre: quiere compartir su metodología de trabajo, crear talleres, que los artistas y el público tengan acceso a sus experiencias transformadoras. Esta artista revolucionaria, premiada con el León de Oro en la Bienal de Venecia en 1997 por una performance inspirada en los enfrentamientos en los Balcanes, en la que durante cuatro días, entre gusanos, limpió mil quinientos huesos con restos de vacas, ahora, por la pandemia de coronavirus, lleva otra vida. No está apesadumbrada. De vivir en hoteles y aeropuertos, y viajar a ritmo vertiginoso, hoy una de sus pasiones es tejer bufandas y chales para sus amigos. Está segura: la pandemia pasará; volverán las performances. “Antes no tenía mucho tiempo, ahora con el coronavirus tejo, hago una fogata, escucho cómo se queman los leños: surgen ideas. Es un tiempo muy útil”.
Fuente: La Nación