Pasión de multitudes: la danza folclórica argentina
Si alguien afirmara rotundamente que el fenómeno del baile folclórico es vastísimo –desde la General Paz hasta los últimos confines del país-, aquel que lo escuche parado en la ciudad de Buenos Aires, pensará que es una exageración. Pero no lo es.
Existe, para quien no lo sepa, realmente una infinidad de bailarines aficionados y profesionales de folclore argentino, muchísimos certámenes, muchísimos conjuntos y ballets folclóricos tanto privados como oficiales, además de peñas y festivales en los cuales la danza es uno de los principales convocantes.
Y están, además, esas miles de escuelas de formación en todos los niveles: las academias privadas donde van gurrumines desde los 5 años de edad hasta los niveles universitarios. Sin duda, un fenómeno riquísimo pero prácticamente desconocido para la porteñidad media.
Susurros de libertad, una obra de Alexis Ledesma interpretada por el Ballet Folklórico Nacional. Foto Prensa
En esta nota, gente que pertenece a ese enorme universo habla de lo que conoce muy bien: Silvia Zerbini, experimentada artista y maestra ex directora del Ballet Folklórico Nacional y su actual conductor, Mariano Luraschi; además de Mariana Jadur y Héctor Kriger, bailarines con gran trayectoria que comparten la vida y la dirección del Ballet Municipal de Olavarría.
También lo hacen Teresita Barreto, investigadora, docente y jurado en incontables certámenes, y Rubén Suáres, coreógrafo, docente, director de su propia compañía y también activo jurado. Gracias a sus relatos fue posible armar una especie de mosaico, apenas una aproximación al amplio mundo del folclore en el país.
En primer lugar, es un movimiento muy extendido, pero por diferentes causas, geográficamente irregular. Muy fuerte en el centro y norte del país, las provincias más antiguas; pero también en Cuyo y de algún modo, en el litoral.
En la Patagonia es más reciente y en la ciudad de Buenos Aires, escaso. No así en los partidos del Gran Buenos Aires, donde hay muchísima actividad de danza folclórica, que Rubén Suáres explica por la llegada de la provincianía en las décadas del ’50 y ’60.
Fue entonces que se crearon muchas de las academias donde aprendían los chiquitines cuyos padres venían del interior.
Silvia Zerbini, ex directora del ballet Folklórico Nacional y su suceso, Mariano Luraschi, comprometidos con la tradición y la excelencia de la danza argentina. Foto Juano Tesone
Para dar una idea de la magnitud del fenómeno, bastaría decir que la provincia de Mendoza tiene cuatro o cinco ballets de folclore oficiales, que una escuela de la pequeña ciudad patagónica de Caleta Olivia tiene… ¡1000 alumnos!, y que en la localidad cordobesa de Monte Maíz, de menos de 9 mil habitantes, hay un excelente ballet municipal.
En Atamisqui, en Santiago del Estero, otro ballet municipal para una población de 3 mil habitantes; en Tapso, un pueblito de Catamarca con poco más de 800 habitantes, se organizó hace unos años un certamen en el que participaron conjuntos de varias provincias.
En fin, los ejemplos se multiplican en todo el país y si alguien quiere ir más a fondo y enterarse de lo que sucede en cada lugar, no hace falta más que googlear.
Los certámenes, una modalidad que estimula
Hablando de certámenes, es una modalidad que tiene algo más de tres décadas. Algunos son bastante más antiguos como los de Cosquín, Laborde o Pico Truncado, ero desde los ‘90 se extendieron como reguero de pólvora.
Las parejas y los conjuntos de baile se preparan a veces durante un año para presentarse, pero el certamen en sí es objeto de polémica.
El Festival de Laborde, en Córdoba, es un clásico para el malambo, en la Argentina.
Teresita Barreto lo ve de esta manera: “La competencia es siempre un desvío de cualquier actividad y está en todos lados, desde los programas de cocina hasta los de preguntas y respuestas. En los certámenes folclóricos hay algo importante: exigen mucho estudio y mucha preparación. No es solo la danza, también está la búsqueda de lo gestual, de la música, el atuendo, los colores…”
Dice Héctor Kriger: “En el ámbito de los certámenes, que conozco mucho, se ven sacrificios terribles: compañías que viajan en la caja de un camión de un pueblo a otro y duermen en el piso tapados con un poncho; el certamen se hace generalmente en un galpón, de noche y se extiende durante muchas horas. Nadie cobra un peso”.
Un folclore y varias maneras de abordarlo
El Ballet Folklórico Nacional es un universo aparte: tiene su sede en la ciudad de Buenos Aires y es una compañía oficial con 40 bailarines, más asistentes, técnicos y empleados administrativos.
Su director Mariano Luraschi se formó desde pequeño en su ciudad santafesina de Casilda, luego en la también santafesina Firmat, integró distintos conjuntos, luego ingresó al cuero como bailarín y desde 2017 es subdirector, hoy a cargo.
¿De qué tipo de folclore es representativo el BFN?: “Desde el principio, cuando fue puesto en manos de El Chúcaro y Norma Viola, tuvo sus seguidores fanáticos y sus detractores. Pero algo que lo caracteriza, antes y hoy, es la proyección escénica de algo muy ligado a la tierra y a las tradiciones«, explica Luraschi,
Y amplía. «Conservamos el repertorio que nos quedó de los padres y madres del folclore argentino y nos abrimos a nuevos creadores», dice el director, que hace hincapié en la diferencia que se supone que existe entre lo «clásico» y lo «folclórico».
«En general el intérprete más idealizado es el bailarín clásico. Pero nosotros no sentimos una diferencia: contamos con nuestra preparación, nuestro conocimiento del oficio, buscamos la excelencia. Y tenemos la ventaja de una estructura sólida, administrativa y técnica, que nos sostiene”, señala.
Para festejar este 25 de Mayo, el BFN presenta un programa de obras a través de sus redes sociales (ver Info).
La realidad de Mariana y Héctor, en Olavarría, es bastante más ardua. Aunque el ballet que dirigen es oficial, los bailarines cobran un sueldo muy bajo, y aunque cuentan con el escenario del enorme teatro municipal de Olavarría, no hacen más de una función de cada programa que laboriosamente preparan.
Por alguna razón desconocida la ciudad bonaerense carece de una tradición folclórica como la que tiene la cercana Tandil. Pero las aspiraciones de esta pareja de artistas son altas: formar un público amplio y no necesariamente sacar las obras a la calle sino llevar los espectadores al teatro, que es otra cosa.
El repertorio del Ballet Municipal de Olavarría transita la danza tradicional por un lado, y el folclore estilizado por el otro; ambos, encarados de una manera rigurosa y seria. “Para el baile tradicional nos documentamos mucho, vamos a las fuentes», detalla Mariana.
Y enseguida apunta a la necesidad de trabajar con los pies en la tierra y con los recursos disponibles. «A veces nos tomamos una licencia con el atuendo (se ríe) porque no tenemos vestuario y nos arreglamos con lo que podemos”, dice.
Luraschi considera que hay un debate interminable y a veces desgastante entre la gente de la profesión: qué es folclore, quién hace folclore, quién puede decidir qué es o no es folclore. Según Barreto, “mucha gente piensa que si el folclore se estiliza, se lo traiciona».
«Pero hay que entender -agrega- que se trata de una recreación escénica, y que un espectador va al teatro a ver una obra y no una repetición de lo que él mismo hace en una peña. El baile estilizado de otros tiempos era más limitado, comparado con lo que empezó a verse en los últimos años».
Mariana Jadur y Héctor Kriger tienen a cargo llevar adelante el Ballet Municipal de Olavarría, donde con recursos acotados juegan una apuesta ambiciosa. Foto Prensa
La razón, según el director es que «los que quieren dedicarse seriamente se abren ahora a otras técnicas, sobre todo a la danza contemporánea«. Y eso, explica, «también modifica y enriquece las obras».
¿Quién dijo que la tradición no cambia?
«Me parece que sobre un escenario son tan legítimos el baile tradicional como el llamado estilizado. Pero la tradición es algo dinámico: un joven no interpreta hoy una ‘huella’ como se hacía en 1850 o hace 30 años. Y es bueno que una danza no sea una pieza de museo”, sentencia.
Rubén Suáres, docente en la UNA y director general de los dos elencos de la carrera de folclore –uno de ellos es de tango- tiene su propia compañía independiente, la Compañía de Danza de las Trincheras, desde 2005.
Suáres había ganado como coreógrafo en Cosquín pocos años antes y había hecho otra experiencia creativa premiada, pero sentía que en la ciudad de Buenos Aires faltaban propuestas escénicas de danza, elaboradas y con temáticas populares.
Dice: “Es cierto que los certámenes tan numerosos en el país estimulan la creación, pero siempre limitan la duración de la pieza que querés presentar a siete u ocho minutos.» Y esa limitación lo impulsó a buscar una alternativa.
«Cuando me lancé audazmente a pensar algo distinto en el folclore para hacer en Buenos Aires, algo que trascendiera el nivel de la competencia –que pienso que es una maquinaria maravillosa y productiva pero más acotada para la creación-, empecé un camino, lento pero imparable», advierte el coreógrafo.
Suáres resume que en estos casi dieciséis años fue surgiendo un pequeño circuito de grupos independientes y que así organizó ciclos en Hasta Trilce y en el teatro de la UOCRA. «En cuanto a mi rol de director, me importa también ayudar a la formación de mis bailarines con otras técnicas de danza», resalta.
La compañia de danza de las trincheras, conducida por Rubén Suares, interpretando «El país de la selva».
Y argumenta: «Muchos chicos del interior vienen a estudiar a Buenos Aires porque aquí encuentran todo. Y fijate, un buen número de coreógrafos contemporáneos eligen bailarines de folclore porque son receptivos, musicales y tienen ya una buena presencia escénica”.
Por su parte, Zerbini, con una trayectoria riquísima de varias décadas, tiene un punto de vista particular sobre la evolución del baile folclórico.
“Una cosa es el folclore y otra lo que se hace con él. Por otro lado, los pueblos han ido cambiando. Cambiaron los medios de comunicación, los medios de transporte, la manera de vestirse, ¿cómo no van a cambiar las formas de expresarse?«, reflexiona.
Y acto seguido, profundiza: «La memoria no significa hacer algo exactamente como se hacía. Hay que estar alerta, poder distinguir entre qué es lo masivo y qué es lo realmente popular». Es entonces cuando llega la hora de desmenuzar el fenómeno.
«Sí, es cierto, se baila mucho; cada vez más: vas a la fiesta de Lagunas del Rosario en Mendoza y hay diez mil personas bailando un “gato”. Pero me pregunto: ¿Qué estamos bailando? ¿Solamente la forma? ¿Cómo baila la gente de Andalgalá que está pasando la lucha contra las mineras?», se pregunta la experimentada maestra.
Al mismo tiempo que introduce la cuestión de género en el terreno del análisis. «Sobre si el folclore es machista, como muchos dicen, hay que situarse en el contexto», advierte.
Pero Zerbini no se queda ahí, y avanza con argumentos. «Hoy todo tiende a verse como machista, pero son los manuales de hace setenta años los que indicaron que la mujer tiene que bajar los ojos cuando baila una zamba.»
Y concluye sin atenuantes: «Aquí en Catamarca hay viejas que zapatean la chacarera en vez de ‘zarandear’, porque siempre lo hicieron… Aunque nunca en su vida escucharon la palabra ‘feminismo’”.
Fuente: https://www.clarin.com/espectaculos/pasion-multitudes-fenomeno-danza-folclorica-argentina_0_ozR91LgoC.html