La pianista que perdió la memoria y sigue tocando sinfonías
Tiene 92 años y toca a Debussy y Ravel con la misma pasión que a los 14, cuando dio su primer concierto. Brilló en el Colón y Europa. Vive en Congreso y a veces se maquilla y espera en vano la llegada de fotógrafos y alumnos, como en sus mejores tiempos.
Fue a la salida de un concierto, mientras un montón de rostros extraños le sonreían. Olga Galperín supo ahí mismo que algo no andaba bien. Era incapaz de reconocer a toda esa gente que la saludaba con cariño y admiración.
-Hoy vive de “relampaguitos o estrellas de contacto”-, describe Martín, su hijo menor, a esos momentos de conexión con su madre.
Olga acaba de cumplir 92 años y toca a Debussy y Ravel con la misma pasión que a los 14, cuando dio su primer concierto con orquesta. No recuerda muchas cosas de su vida, pero jamás olvidó una sola tecla sobre el piano.
Todos los días se maquilla y se cambia para una sesión de fotos que no tendrá. Y se prepara para una clase o un concierto que no dará. Para Olga su presente es otro. Quedó en el pasado, pero con las emociones intactas. Como si aún fuera aquella artista aplaudida en el Colón.
Grabó discos, fue dirigida por Pedro Ignacio Calderón, dio conciertos en Europa y formó a músicos en Argentina y Francia. A Olga ahora la escuchan en Spotify y Youtube. Y hasta se viralizó un video de ella tocando el piano en plena pandemia. ¿Quién es esta mujer que perdió su memoria pero sigue tocando sinfonías?
Pasión musical y riendas firmes
Olga Galperín creció en una familia de artistas rusos. Su madre, Victoria Osirsky, tocaba el piano. Y su padre, Iascha Galperín, fue maestro de repertorio del Teatro Colón. Así, la pequeña Olga se pasaba todo el día con el pecho inclinado sobre su teclado.
-Era lo único que le interesaba-, asegura Silvina, su hija mayor.
Y cuenta que vivía en un petit hotel precioso, donde una señora cocinaba y le avisaba cuando debía bajar a comer.
Tan grande fue siempre la pasión de Olga por el piano que rindió libre toda la secundaria para estudiar en el conservatorio y poder dar conciertos. El colegio, sin embargo, fue una cuenta pendiente: le había quedado química de quinto y recién a los 40 años se anotó en una escuela nocturna donde se recibió con el mejor promedio. El próximo paso fue la universidad. Cursó Antropología e Historia del Arte, carreras que nunca terminó.
“Se olvida de muchas cosas,
pero de las notas jamás:
las tiene grabadas en el ADN.
Con pelo corto y elegante, en su mente primaban las partituras por sobre las recetas de cocina. Su hija recuerda que en su casa era imposible encontrar esmaltes de uñas, materiales para costura o platos gourmet. “Me pasó de entrar un día a casa y sentir olor a quemado -completa su hermano-. Es que mi vieja a veces iba a la cocina, dejaba algo en el fuego, se ponía a tocar el piano y se olvidaba”.
En su paso por el conservatorio, se identificó con el partido comunista y comenzó la militancia. Su acción política resultaba preocupante para sus padres que se habían marchado de la Rusia soviética. Según sus hijos, siempre tuvo un compromiso con la sociedad que siguió hasta su vejez. “Para las marchas del 24 marzo ella me llamaba a mí para ir. De joven fue muy militante”, comenta Silvina.
Y dice que su madre fue rebelde toda la vida. A los 22 años conoció a Ernesto Deira, hijo de inmigrantes gallegos, que no pertenecía a la colectividad judía. «Fue un escándalo: ¿una joven de buena familia que le daba el sí a alguien de un mundo tan diferente?”, apunta.
Programa. Olga Galperín junto a Pedro Calderón en la temporada 1965 del Teatro Colón
Además de ser abogado, el marido de Olga llegó a ser un gran artista plástico. Por eso Olga siempre «respiró ese ambiente». Silvina enumera las reuniones de su padre con Tato Bores, Federico Peralta Ramos, Marta Minujín y Ginastera, entre otros tantos del círculo del Instituto Di Tella. “Mi madre no es una pianista encerrada en una época -agrega su hermano Martín-. Con un oído crítico, pero curioso, su rango musical abarca desde la música brasileña hasta Los Beatles y Pink Floyd. Además, siempre le interesó el cine y la literatura moderna».
Izquierda: En París, con el maestro Enzo Gieco (der.), director y flautista. / Centro: «El piano de Maurice Ravel», interpretado por Olga. / Derecha: Al piano, con una alumna violinista.
A la conquista de Europa
En plena dictadura militar, ante una oleada de exilios y mientras aún se sentía la euforia por el Mundial de Fútbol, Olga y su marido decidieron irse a Francia en julio de 1978. Martín los acompañó mientras Silvina prefirió quedarse en Argentina. Con el corazón dividido por el océano, se establecieron en París, en la zona de la Bastilla.
Allí, Olga comenzó a dar clases en un conservatorio y en su casa. Pronto conoció a Claire, una alumna tímida que tenía nueve años y se volvió parte de la familia. Desde aquel entonces, la relación nunca se interrumpió. Hasta 2019 Clarie viajaba dos veces al año a la Argentina para visitarla. Ahora, pandemia de por medio, solo hablan por teléfono y en perfecto francés. «Ella es un recuerdo presente en la mente de mamá», sostiene Martín.
Olga tenía un sueño de juventud: mostrar su música en distintos países de Europa. “Llegó a tocar con orquestas de Francia, Italia, Austria. En algunas ocasiones hizo viajes muy importantes”, aporta su sobrino Miguel Galperín, coordinador del Centro de Experimentación del Teatro Colón. Aunque su base en aquellos tiempos era Francia, la música de Olga deslumbró en España y hasta en Suiza.
“Los olvidos comenzaron hace casi una década, con situaciones cotidianas: no se acordaba de pagar los impuestos y necesitaba que le repitieran varias veces las cosas.
“Recuerdo un recital en Madrid, que fue uno de los mejores conciertos que la escuché interpretar en la vida. Era una sala para 300 personas y ese día mi mamá estaba super inspirada. Parecía tocada por una varita mágica”, evoca Martín.
Hoy los caminos de la memoria la llevan a Olga por distintos momentos de su vida. A veces busca el pasaporte para hacer imaginariamente una de sus tantas giras o espera al fotógrafo para la portada de la tapa de su próximo disco. En su mundo de recuerdos y fantasías la vida profesional de Olga sigue activa.
En 1986, después de la muerte de su marido, la pianista se despidió de Francia.
Olga junto a su padre, durante un recital.
-Me contó que decidió volver a la Argentina cuando nací yo-, cuenta su nieto Santiago. Olga aún habita la misma casa de Congreso a la que llegó hace 30 años cuando desarmó su vida en París.
Hoy la vivienda de Olga sigue respirando el arte de aquellas buenas épocas, cuando organizaba conciertos privados. En las paredes están colgados los cuadros pintados por su marido y en el centro de la sala hay dos pianos. Con ellos, la pianista se transporta a menudo a conciertos sin partituras.
De los primeros “relampaguitos” a su vida actual
Los olvidos comenzaron hace casi una década, con situaciones cotidianas: no se acordaba de pagar los impuestos y necesitaba que le repitieran varias veces las cosas. “Iba a una ópera y no se la bancaba entera, una vez me llamó para que fuera a buscarla antes de tiempo…. Además, se cruzaba con gente que la saludaba y no sabía quién era… Todo eso la angustiaba terriblemente”, explica Silvina.
Ahora, Olga se sorprende a veces cuando algún nieto va a visitarla. No los reconoce. Eso sí: vivir en la misma casa le permite mantener ese ambiente de familiaridad y cercanía. Pese a todo, el piano es su lenguaje, su forma de expresarse y cada vez que se sienta frente a las teclas, «pasan cosas maravillosas», jura su familia.
-Se olvida de muchas cosas, pero de las notas jamás: las tiene grabadas en el ADN-, insiste su nieto.
“Recuerdo un recital en Madrid, que fue uno de los mejores conciertos que la escuché interpretar en la vida. Parecía tocada por una varita mágica.
Como cuando era joven, Olga sigue siendo inquieta. En su casa ahora suena Allegro, el canal de música clásica, a todo volumen. La lectura siempre fue una compañía antes de dormir, y hasta el año pasado tenía en su mesita de luz algún libro en francés, ruso o español.
Conciertos de memoria. Olga nunca olvidó una nota
La misterios de la memoria
¿Cómo puede ser que Olga olvide casi toda su vida menos las notas de las sinfonías? Para la subdirectora de la Clínica de la Memoria en INECO, Noelia Pontello, “tocar el piano es una memoria de procedimiento, tiene que ver con esas memorias repetitivas donde se incorporó una actividad. Esas memorias involucran otros circuitos neuronales. Además, la música es su pasión, entonces todo lo que es un componente emocional tiene un factor que predispone a mantener un poco más vivos esos recuerdos y hace que esa memoria, al tener una carga afectiva, pueda preservarse por más tiempo”.
Bruno Gelber, consagrado pianista, recuerda a Olga con simpatía: «Es un placer saber que una artista tan buena como ella siga teniendo esa facilidad para tocar el piano aún no estando bien de salud. Me emociona mucho. Olga ha sido alguien muy querida en el ambiente. La recuerdo con enorme simpatía”.
Fuente: https://www.clarin.com/sociedad/conmovedora-historia-olga-pianista-perdio-memoria-sigue-tocando-sinfonias_0_BnHii2BYB.html