Hablar: una medicina natural
Hay momentos en que la vida duele. Necesitamos desahogar ese ovillo de miedos, ansiedades y preocupaciones. Todos, en algún momento, hemos sentido esa necesidad. Son situaciones en las que determinadas dimensiones nos superan, momentos límite en los que las emociones se enredan nublando la mente, apagando las perspectivas y dificultando hasta la respiración.
Si hay algo más importante que clarificar por dónde empezar a desenvolver esos pensamientos y sensaciones, es saber con quién hacerlo. Porque no todo el mundo vale para esto, no todos están dispuestos. Desahogar, revelar algo concreto, buscar apoyo. No todo el mundo es adecuado o competente para tal tarea. Porque, en realidad, buscamos algo más que hablar o comunicar; queremos “personas espejo” en las que vernos a nosotros mismos sin ser juzgados, “personas refugio” a las que acudir y dejar de sentir angustia.
Necesitamos, en ocasiones, dejar afuera lo que está adentro. Cuando ponemos en voz alta pensamientos, sentimientos y emociones nos damos cuenta de que, en cierto modo, las cosas no son tan terribles como pensábamos. El silencio nos encapsula y suele agravar lo que sentimos; al hablar caen las tensiones y vemos algo más de luz. Porque lo de callar y aguantar tiene su límite; hay momentos en que urge solicitar ayuda. A pesar de que todos usemos la competencia del lenguaje con solvencia y eficacia no ocurre lo mismo con la comunicación emocional. Nos cuesta, hay reticencias y lo que es más habitual: no nos han educado para hablar de dolores y preocupaciones.
A la hora de hablar con alguien sobre aquello que duele y preocupa, necesitamos a una persona que respete la privacidad. Necesitamos a alguien que sepa escuchar y estar presente. Lo último que debe hacer la otra parte es darnos su opinión, rebatir lo que decimos, hablar de lo que él o ella haría en nuestra situación. Debe ser alguien que no nos juzgue, que no ponga en duda ni critique aquello que digamos. Que tenga esos rasgos que tanto facilitan la comunicación del corazón: empatía, cercanía, escucha activa, sensibilidad, humanidad. El apoyo emocional es una competencia muy afinada que, además de tiempo y paciencia, requiere de habilidad y tacto.
Hay muchos tipos de dolor. Algunos que se van con un analgésico; otros con una noche de sueño reparador. El sufrimiento psicológico no se alivia definitivamente con un fármaco. Este tipo de dolor necesita expresarse y confrontarse para iniciar un lento proceso de recuperación, requiere de la palabra para sanar. Hay que hablar de lo que duele para vivir mejor. Poner voz y dar discurso a lo que duele es exorcizar muchos de esos demonios internos largamente mantenidos. Es higienizar la mente y el corazón para dar espacio a cosas nuevas, saludables y vitales. Decía Jean-Baptiste Racine: “El dolor silencioso es el más devastador”.
Evidenciamos cierta incompetencia emocional a la hora de saber expresar y comunicar lo que nos preocupa, duele, atormenta o quita el aliento. Nos han enseñado a no dar espacio ni voz al sufrimiento o al desconsuelo. Es algo que ocultar, que desplazar a un lado para mostrar normalidad sin importar lo rotos que estemos por dentro. Es necesario parar, respirar hondo; saber cuándo es necesario hablar con alguien de lo que duele, de lo que pesa o de eso que nos ha sucedido, es clave de salud y bienestar.
El simple hecho de hablar y compartir nuestros problemas con los demás se convierte en un valioso instrumento para reclamar y recibir ayuda adaptada a nuestras necesidades. Hablar es una fuente potencial de bienestar: expresar nuestras necesidades, nuestros deseos o nuestros sentimientos. Muchas personas se empeñan en que las entiendan con indirectas, sin ir al grano, dando rodeos; pretenden que otros adivinen por qué dicen, hacen o piensan de determinada manera. Todo puede ser mucho más sencillo: poner en altavoz lo de adentro.
“Una señora, en un restaurante, decidió pedir una apetitosa sopa. El camarero, muy amable le sirvió el plato. Cuando éste volvió a pasar cerca, la señora le hizo un gesto y rápidamente el camarero fue hacia la mesa.
-¿Qué desea, señora?
-Quiero que pruebe la sopa.
El camarero, sorprendido, reaccionó preguntando a la señora si la sopa no estaba rica o no le gustaba.
-No es eso, quiero que pruebe la sopa.
El camarero imaginó que posiblemente el problema era que la sopa estaría algo fría y no dudó en decirlo.
-Quizás es que esté fría señora. No se preocupe, la cambio sin ningún problema.
-La sopa no está fría. ¿Podría probarla, por favor?
El camarero, desconcertado, dijo: -Señora, si la sopa no está mala y no está fría, dígame qué pasa y si es necesario, le cambio el plato.
-Por favor, discúlpeme pero he de insistir en que si quiere saber qué le pasa a la sopa, sólo tiene que probarla.
Finalmente, el camarero accedió a probar la sopa. Se sentó y alcanzó el plato de sopa. Al ir a tomar una cuchara, se dio cuenta de que no había cucharas.
Antes de que pudiera reaccionar, la mujer sentenció: -¿Lo ve? Falta la cuchara. Eso es lo que le pasa a la sopa, no la puedo tomar”.
Fuente: https://www.baenegocios.com/saludybienestar/Hablar-es-muchas-veces-una-medicina-natural-20200821-0021.html