De Japón a Buenos Aires por amor al tango
El tango las conquistó y cambiaron Japón por Buenos Aires. Kaori Orita, Natsuki Nishihara y Kei Hasegawa son tres amigas japonesas que vinieron a Buenos Aires como turistas a aprender el 2X4. Pero decidieron quedarse y hoy se consideran «mitad japonesas mitad argentinas» y adoran la creatividad de quienes se cruzan cada día.
Por Eva Marabotto
De Japón a Buenos Aires por amor al tango
En la tapa del disco de tango que Kaori Orita grabó durante la pandemia se la ve con el rostro maquillado de dos modos con reminiscencias del personaje del Jocker. Una de las mitades recuerda a una geisha con el polvo de arroz y el rodete en alto. La otra, es una auténtica naifa que uno podría encontrarse en cualquier milonga de Buenos Aires.
Y esa imagen es la que mejor representa la esencia de Orita y una decena de japoneses que llegaron a la Argentina como turistas, atraídos por el ritmo y la sensualidad del dos por cuatro y se “aquerenciaron” del país y de su gente.
A pesar de que su vida cotidiana está compuesta de postales casi surrealistas como las tardes en que junto a Natsuki Nishihara y Kei Hasegawa y se reúnen en una sala de ensayos de Villa Crespo para bailar tango. Entonces los sones de “El caburé” y “Gallito ciego” se mezclan con las instrucciones o las expresiones de aliento que se dan unas a otras, en riguroso japonés.
«Quejas de bandoneón»
“Acáno hay límites. Nadie te dice lo que podés o no hacer. Podés hacer lo que te dicte tu imaginación No tenés techo y no tenés que dar explicaciones”, resume Natsuki cuando se le pregunta por qué eligió quedarse en la Argentina, cuando vino allá por 2014 por dos meses y pasado ese plazo decidió romper el pasaje de vuelta a Japón. Y cuenta que ese “rayo misterioso” que la hizo enamorarse del tango y más específicamente del bandoneón la alcanzó cuando estudiaba la licenciatura en trompeta en la Toho College y un profesor le sugirió ir a escuchar un concierto en el que un bandoneonista ocupaba el centro del escenario y tocaba su instrumento parado, mientras lo rodeaba una orquesta sinfónica. “Me pareció que tenía una caja de magia. Algo que respiraba y latía”, describe y recuerda que la escena de su primer encuentro con aquel fuelle tuvo una banda sonora compuesta por Astor Piazzolla. Unos años más tarde su primer trabajo como asistente en la organización de festivales fue con un concierto de tango y le permitió conocer a un músico japonés que no solo le prestó su bandoneón sino que también le enseñó a tocarlo.
Luego llegó el terremoto que afectó a la isla en 2011 y llevó a muchos japoneses a reflexionar sobre el “Carpe diem” o disfruta el momento del que hablaba el poeta latino Horacio y convertirlo en su filosofía de vida. “Después tuve un accidente con un taxi y no lo pensé más, dejé todo y me vine dos meses como turista a Buenos Aires”, cuenta orgullosa de su arrojo.
Kaori canta «Malena».
Desde entonces Nishihara vive en Buenos Aires. Toca todas las noches en distintos locales de tango, algunos tan emblemáticos como la Esquina Homero Manzi, la bodega del Tortoni y El Querandí, y se dio el gusto de abrir el reciente Festival de Tango en la Usina del Arte. Vive de su música y de sus clases de bandoneón.
En cambio, Kaori se dedica al canto de modo vocacional. Conoció el tango luego de vivir en Portugal y aprender la lengua de ese país. Entonces adquirió herramientas para entender o quizás intuir lo que decían las letras de los tangos y las milongas que le gustaba bailar en ese abrazo y esa proximidad que no son habituales en la cultura japonesa. “Trabajaba en un elenco de teatro musical, pero quise venir a conocer a la Argentina y al tango y después que estuve acá volví a Japón pero solo para arreglar mis cosas y quedarme definitivamente”.
Tras quemar las naves Kaori llegó a Buenos Aires con todos sus ahorros que se extinguieron rápidamente, y sin trabajo. Pidió ayuda a sus compatriotas que viven en la Argentina y trabajó durante un tiempo en varios restaurantes japoneses. Luego comenzó a hacer traducciones de japonés y vive de esa tarea. En ese trayecto, mientras se afianzaba en el español decidió convertirse en cantante de tango, con la ayuda de una profesora de canto, Sandra Luna, a quien define con un adjetivo absolutamente porteño: “una grosa”.
En paralelo a las clases, Orita fue venciendo temores (propios) y prejuicios (ajenos) de quienes la veían como “la japonesita”. Lo logró y durante la pandemia se dio el gusto de grabar su primer disco de tangos “Volver”, a partir de una campaña de financiamiento colectivo en la que colaboraron sus amigos y familiares de este y el otro lado del mundo.
Kei baila tango con su pareja Germán Landeira
A la hora de hacer un balance de su vida en la Argentina, Kaori cuenta: “Aprendí a ser creativa y espontánea como los argentinos. En Japón está mal visto mostrar los sentimientos: pena, enojo, alegría. Son cuestiones privadas. El tango es pura emoción”, resume y en tren de confesiones continúa: “El tango me sanó, me permitió liberar cosas que tenía muy guardadas”. “Ahora siento que ya no puedo volver a lo que un día fue mi casa”, avisa y se alegra de haber conseguido una fecha para cantar en la milonga de la que es habitué: Zona Tango en el barrio de Balvanera y de haber inaugurado su canal de Youtube.
No duda cuando se le pide que elija su canción favorita de su repertorio: “Es Malena porque me hace acordar a mí mamá que falleció. Fue una mujer muy sufrida y siempre quiso ser cantante”.
Pero no todo es tango en la vida de Orita ya que se anima a enumerar los otros tres motivos por los que volvió a Buenos Aires: “Asado, vino y helado” y admite que durante la cuarentena esas pasiones la hicieron engordar bastante hasta que volvió a estar en línea cuando retomó en parte la alimentación a la manera japonesa.
Aunque es la que menos español habla, durante las clases en la sala de ensayos de Villa Crespo, Kei Hasegawa se vuelve la líder del grupo. Le bastan algunos gestos e indicaciones en japonés ya que ella es la bailarina profesional del grupo e incluye en su CV que obtuvo el segundo lugar en el Campeonato InterMilongas en 2017, junto a su pareja en el baile, el argentino German Landeira.
Hasegawa recuerda que oyó hablar de la Argentina y el tango por una película que vio cuando cursaba la escuela primaria. Allí se enamoró de esos sones y del baile a modo de abrazo. “Vine a estudiar tango hace seis años y me quedé a pesar de que tengo un novio que vive en Alemania y lo veo poco”, confiesa y no duda cuando se le pregunta porqué elige la Argentina: “Porque hay milonga, milonga y milonga las 24 horas”. Desde entonces, fiel a su pasión Kei trabaja dando clases, bailando en diversas milongas y con algunos trabajos como modelo.
Coincide con sus compatriotas y amigas en que tienen unos cuantos amigos porteños e incluso comparten con ellos conciertos, bailes y milongas. “Son artistas por naturaleza y sumamente creativos. Por eso los admiramos”, resume Natsuki. Por su parte Kei asegura que entiende a los argentinos cuando hablan de irse del país: “Por ese motivo yo estoy acá en la Argentina”, dice con filosofía.
Fuente: Télam