Cine, talento y nostalgia
Este año se cumple medio siglo del estreno de películas inolvidables y claves de la historia del cine, entre ellas «Perros de paja», «Los demonios», «Verano del 42», «Macbeth», «La última película», «Bananas», «Naranja Mecánica» y «Decameron», entre muchas otras, además de los debuts de Steven Spielberg y George Lucas.
Por Claudio D. Minghetti
Dustin Hoffman y la violencia de «Perros de paja», de Sam Peckinpah.
Muchos cinéfilos empedernidos -o simplemente nostálgicos de las buenas películas-, suelen preguntarse cuándo fue que se hizo el mejor cine de la historia, como si existiera una fórmula para llegar a una conclusión sensata y, lo que es todavía más difícil, justa.
Ocurre con frecuencia que, mirada en perspectiva de siglos, en el racconto histórico, en el torbellino artístico, difícilmente pueden acotarse largos periodos maravillosos de vasta y diversa producción, márgenes que suelen ser eje de serias discusiones.
El cine no es una excepción, sin embargo hay momentos donde comienza la puja entre la forma de ver cine y el formato que esos productos audiovisuales van mutando, bisagra en la que parece oportuno revisar el pasado reciente. Este es uno trascendente.
Entre la Edad Media, que discurrió entre los siglos V y XV, y el barroco, entre mediados de los XVII y XVIII, tuvo lugar el arte renacentista, queabarcó 150 años, es decir un siglo y medio. No es descabellado asegurar que se trata de periodos irrepetibles.
Sin embargo, más cerca en el tiempo, y a finales del siglo XIX hay una fuerte sensación -que deviene conclusión- de que aquellos periodos que antes ocupaban siglos, y en particular desde comienzos del vertiginoso XX, no superan las dos o tres décadas.
Así hemos visto que de la gloria del cine silente, que ocupó tres, que incluye la estandarización de la duración aproximada de los largometrajes, se pasó velozmente y por un ardid técnico, a la primera del cine sonoro con el brillo de Hollywood y sus estudios.
De aquellos descubrimientos de lenguaje estético, visual y sonoro con el aporte de la gran inmigración de artistas europeos en los Estados Unidos, llegaron los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, que ocuparon casi una década hasta culminar 1945.
Desde entonces otras novedades (el color, la pantalla ancha) las innovaciones que provinieron de Gran Bretaña, Francia e Italia, de la censurada España, y de América Latina con subrayado en el cine argentino, fueron amasando un momento culminante.
Los nuevos cines camino a los 70
En la frontera de los 50 a los 60 irrumpieron los «nuevos cines», qué comenzaban a renunciar a los estudios para rodar la realidad en escenarios urbanos reales, los de la vida misma, ya sea en Francia, Estados Unidos, en Alemania(occidental), en Brasil o en Buenos Aires.
Se llamaron Nouvelle Vague, New American Cinema, Cinema Novo, Generación del 60, o Manifiesto de Oberhausen, y también abarcaron una década, la previa a la que con tanta experiencia en la mochila, el cine supo tocar el cielo con la punta de sus cámaras.
Los tiempos que corren nos fuerzan a mirar con algo de nostalgia semi melancólica, un pasado irrepetible que prologa, seguramente, una nueva y muy diferente percepción del mundo y también probablemente un todavía no resuelto del todo concepto de vida.
La década del 70, comenzó en 1971, es decir hace medio siglo, y terminó en 1980 (dado que el año 0 no existió), y fue la más prolífica y sólida de las que tengamos memoria, inmediatamente anterior a la siguiente en que se pensó que el cine podía llegar a morir con la avalancha de tecnologías ad hoc para consumo hogareño que permitían ver cine en una pantalla de televisor, chico o más grande, con un casete o por ese nuevo servicio llamado cable.
Jon Finch en «Macbeth», Shakespeare según Roman Polanski.
En 2020, último año de la segunda década del siglo 21, las reglas del cine ya habían cambiado sustancialmente: una vez impuesto y popularizado el registro y reproducción digital y consolidada la aparición de plataformas streaming, el punto culminante habría de ponerlo una situación inesperada, que forzó a la paralización de todos los rodajes y al cierre de todas las salas de exhibición en el mundo por un largo periodo, una realidad muy dura.
Trailer «Melody»
El listado de películas estrenadas o producidas en aquel 1971 no tiene desperdicios, y puede abarcar tanto al cine internacional, principalmente estadounidense y europeo, pero también al (entonces soviético), al japonés y lógicamente, también al de esta zona del planeta particularmente el argentino a pesar de estar por entonces todavía sometido la serpenteante censura de una dictadura en retirada, que, paradójicamente, y en 1974, se agudizará en democracia.
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De 1971 son «Los demonios», la cruda -y delirante historia- original de Aldous Huxley con la que Ken Russel desafío a la iglesia y a los censores locales (aquí primero mutilada y luego prohibida) y de ese mismo año y director el sensacional musical «El novio», y la intensa biografía fuera del closet de Peter Tchaicovsky «La otra cara del amor», obras tantas veces respuestas en el viejo Cine Arte de Diagonal y Cerrito, que los actores saludaban desde la pantalla al público.
Trailer «Contacto en Francia»
Aquel fue el año de «Los que llegan con la noche», de Michael Winner, con Marlon Brando, según un relato de Henry James; «Melody», el clásico adolescente de Warris Hussein, con música de los Bee Gees; policiales como «Harry, el sucio», de Don Siegel, con Clint Eastwood o con persecuciones históricas como «Contacto en Francia», de William Friedkin, con Gene Hackman y «Mi pasado me condena», de Alan J. Pakula, con dos juveniles Jane Fonda y Donald Sutherland.
En aquel 1971, un joven rebotado por la UCLA con el síndrome de Peter Pan, asomó sus narices con un telefilme, que tuvo destino de salas, un producto low cost que solorequería de un puñado de actores encabezados por Dennis Weaver, un automóvil y un enorme camión que surgía de las tinieblas para hacerle la vida imposible por las rutas estadounidenses. Claro que la letra se la había dado el inefable Richard Matheson. Fue así, con «Reto a muerte» («Duel»)un filme que costó 450.000 dólares y recaudó 2.5 millones,que nació Steven Spielberg.
Del mejor Peckinpah al mejor Kubrick
Pero no son las únicas porque la lista sigue con el análisis de la violencia urbana con «Pequeños asesinatos», de Alan Arkin, con Elliot Gould y el entonces exitoso Sutherland y «Perros de paja», un genuino Sam Peckinpah trasladado a Londres, en la que Dustin Hoffman sale a defender su propiedad empuñando un rifle de caza, pero también de «Dos amores en conflicto», de John Schlesinger, una historia de amor transgresor con Glenda Jackson y Peter Finch y «La última película», de Peter Bogdanovich, ambientada en la Texas rural de los 50.
También una joya musical como «El violinista en el tejado», de Norman Jewison, clásico del cine de la tradición judía según la Norman Jewison; la ciencia ficción del mejor cuño según el debutante George Lucas con «THX1138″,«Conocimiento Carnal», del brillante Mike Nichols, con Jack Nicholson y Art Garfunkel, memorables, en la que dos jóvenes amigos se enamoran de la misma chica, Ann-Margret y el humor con la insuperable «Bananas», de Woody Allen.
Trailer «Bananas»
Quién no recuerda la banda de sonido de «Verano del 42», de Robert Mulligan, compuesta por Michel Legrand; el terror a la bóngole de Dario Argento, como «Cuatro moscas sobre el terciopelo gris» y «El gato de las nueve colas», un cineasta al que le gustaba los cuchillos afilados, la sangre y los números, también de terror «El abominable Dr. Phibes», de Robert Fuest, con Vincent Price y también la sangrienta-sexual la versión de «Macbeth», según Román Polanski.
Cinco años después de «Adiós Africa», el italiano Gualterio Giacopetti sorprendió con su falso (pero no tanto) documental «Adiós Tío Tom», en el que hacía viajar por el tiempo a un equipo documentalista a los tiempos donde la esclavitud de africanos en los Estados Unidos era cosa de todos los días, exponiendo imágenes de cruel realismo, que no obstante el paso del tiempo siguen siendo impresionantes.
Trailer «La última película»
No faltaron, además, obras maestras, como «Muerte en Venecia», de Luchino Visconti, según el relato de Thomas Mann, con Dirk Bogarde y la aquí prohibidísima «Decamerón», léase la versión de Pier Paolo Pasolini del relato de Bocaccio, que corrió igual suerte que la obra culminante de un director nacido en Nueva York, acostumbrado a ponerle la tapa a la olla de diferentes géneros (solo le falto un musical) que fue Stanley Kubrick.
Aquel fotógrafo de modas de las revistas más famosas, después de haberse consagrado con títulos como «Doctor Insólito» o «2001, Una odisea en el espacio», rodó en extremo secreto una urticante novela de un tal Anthony Burguess que había erizado el pelaje de cuanto censor existía por entonces. Se trataba de «Naranja Mecánica», la historia con eje en el mandamás de un curioso grupo de pandilleros que un Londres psicodélico y violento daba una lección de cómo la sociedad flemática y a la vez encandilada por el colorinche del pop, iniciaba un camino de difícil retorno.
Trailer «El abominable Dr. Phibes»
Su estreno mundial asegurado estaba previsto cerca de aquel final del año prodigioso, porantes de Navidad, pero el caldero de los modernos savonarolas de diferentes geografías le dijeron que no. Kubrick, siempre fiel a sus convicciones éticas y estéticas nunca hubiera permitido un corte por mínimo que fuera (siete se le exigieron aquí) y su «no» resonó en las oficinas locales de la Warner Bros. El cine Ópera, en plena calle Corrientes levantó de improviso los trailers que proyectaba en un vidrio esmerilado a la derecha de la entrada, donde ahora funciona una boletería.
Aquel acto de censura quedó oculto tras las cañitas voladoras de Año Nuevo, y fue así que la Novena Sinfonía de Beethoven en versión con sintetizador Moog de Wendy Carlos (entonces con 39 años y antes de devenir mujer todavía con el Walter de su partida de nacimiento) debió esperar 14 años (si 14) en las latas antes de sonar como fanfarriade los «malchicos» en las salas.
Curiosamente, algunos años después, todas, con la abolición de aquella vieja norma, mala costumbre de decidir por los demás que tienen algunos, desde las sometidas a cinturón de castidad hasta las prohibidas bajo diez candados, se vieron miles de veces en video o por televisión, pero a esa altura y a pesar de la resplandeciente democracia, todos éramos inevitablemente más viejos.
Cine Argentino: el año en que brillaba la esperanza y acechaba la oscuridad
«Crónica de una señora», de Raúl de la Torre
El cine argentino, como el ir y venir de la economía y la política nacional, se debatía entre la producción y el olvido, entre la búsqueda de nuevas alternativas, con la dificultad que suponía el acceso de cineastas jóvenes a películas en formato para salas, no era ajeno a la crisis de exhibición internacional que ya comenzaba a amenazar con una crisis, sin embargo abordó desde la ficción y el testimonio, temas que medio siglo después sigue vigentes.
En aquel 1971 poco después del conocido como el Gran Acuerdo Nacional, cuando Alejandro Agustín Lanusse, que detentaba el poder desde mayo de aquel año convocó a fuerzas a un diálogo para avanzar en una salida a la dictadura comenzada en 1966, todo era esperanza de un posible renacer que llegaría en 1973 en medio de proscripciones y una fugaz vuelta a la institucionalidad, antesala de la oscuridad.
«Psexoanálisis», la propuesta temática y estética audaz de Héctor Olivera.
Más allá del pasatismo romántico de «Simplemente una rosa», de Emilio Vieyra, con Leonardo Favio en su última experiencia como actor/cantante o la comedia sexy pero intelectual de «Los neuróticos» (o «Sexoanálisis»), de Héctor Olivera, el cine argentino presentó en aquel 1971 «Crónica de una señora», la visión tan particular del universo femenino de Raúl de la Torre, con guión compartido con María Luisa Bemberg.
El mismo Cedrón, nuevamente con la colaboración de Briante, Juan Gelman y solo en los títulos del general Tomás Sánchez de Bustamante (del Instituto Histórico Militar), abordó el terreno del documental.histórico con «Por los senderos del Libertador»,, acerca del capítulo europeo de José de San Martín, rodada en Francia y con la voz en off de Héctor Alterio, trabajo encomendado por la intendencia porteña con respaldo del entonces Banco Municipal por gestión de Saturnino Montero Ruiz que no llegó a difundirse, del que el director separó los fondos suficientes para su célebre «Operación Masacre».
Leopoldo Torre Nilsson completó, intentó repetir el éxito de «El Santo de la Espada» (1970) tomando como eje la historia de Martín Miguel de Güemes y el Éxodo Jujeño con «Güemes. La tierra en armas», según el guión coescrito con Luis Pico Estrada y su esposa, la escritora Beatriz Guido, nuevamente con Alfredo Alcón, acompañado por Norma Aleandro y nada menos que Mercedes Sosa en el papel de Juan Azurduy, asociada además al tema musical de Félix Luna.
Mercedes Sosa como Juana Azurduy, en la histórica «Güemes. La tierra en armas».
Solo vista en unidades de base clandestinas fueron «Perón, la Revolución Justicialista» y «Actualización política y doctrinaria para la toma del poder», que conforma un bloque único dirigido por Fernando Pino Solanas y Octavio Getino, mientras Armando Bó proponía nada menos que «Fuego» con centro absoluto en Isabel «Coca» Sarli que, como de costumbre, generó atención de sus fans y algunas observaciones de la censura, siempre dispuesta al tijeretazo.
En cuanto a dramas rigurosos, Mario David sorprendió con el enfoque del tema abuso y la justicia por mano propia en «El ayudante», con memorables trabajos de Osvaldo Terranova y José Slavin y Mario Sabato debutó con «Y que patatín, y que patatán», escrito a cuatro manos con Mario Mactas, con música del Tata Cedrón, una visión cruda de la infancia de entonces en cinco episodios que, además, fueron producidos por Leopoldo Torre Nilsson.
La sorpresa transgresora en tiempos de crisis la aportó «La familia unida esperando la llegada de Halloween», de Miguel Bejo, que entonces debutante (tenía 27 años) coescribió con el múltiple artista pop Jorge de la Vega, (fallecido ese año, a los 41), Vicente Battista y Román García Azcárate, con fotografía en blanco y negro de Carlos Sorín y el Chango Monti, según la pieza teatral de Michel de Ghelderode, la historia de un grupo de curiosos y góticos personajes que se reúnen todos los días en la cripta dónde yace el cadáver de su madre hasta que misteriosamente desaparece, obra maldita si las hay del cine nacional.
Del color y la libertad de estética de Edgardo Giménez (en «Psexoanálisis») al gótico estilo Mario Bava en blanco y negro con la imponta de Jorge de la Vega (en «La familia unida…») está preanunciado ese camino que la Argentina emprendería desde aquel momento hasta la llegada, cinco años después, de aquel trágico 24 marzo de 1976.
Fuente: Télam